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desde su leída columna El Mundo que yo veo y Napoleón Bravo nos sostenía desde sus primeros-gloriosos-programas de radio. Era tiempo de esperanza. Desde esos días nada nos fue “a medias”; los intelectuales negaron el espectáculo al principio, y al grupo después. Se nos acusó sólo de todo. No obstante el agua siguió el curso del río, y con nosotros creció la alegría, el entusiasmo, la polémica, nuestra propia vida, por decirlo de una vez. Rajatabla se hizo nuestra vida. Como virtud y defecto ha sido y es difícil determinar los límites que definen al artista-rajatabla del hombre-rajatabla. Seguramente se hizo carne en nosotros aquello que pregonabas con inocencia adolescente: “El hombre ama todas las cosas, las individualiza, se proyecta en ellas, y en amar se recupera”. Dando tumbos nos hemos recuperado en los fracasos y en los éxitos. Debes saber que estamos en deuda con casi todo el mundo. Con el Ateneo (recuerdas qué esplendor) que abrió sus puertas y ventanas a esa locura que “destruía puertas y ventanas”. No alcanzaban los días para un público que vivía su ritual como protagonista de tu poema. Estamos en deuda con los actores que pasaron por nuestros elencos, llenos de entusiasmo, siempre cerca de nuestras angustias y alegrías. Son tantos, que citar algunos y obviar a otros, desvirtuaría el sencillo homenaje que intenta este recuerdo. Nuestra deuda alcanza a los amigos e instituciones que, dentro y fuera del país, nos pusieron frente al reto de crecer, ofreciéndonos oportunidades de confrontar nuestro proceso creador. Aprender rectificando. La adolescencia del grupo quedó atrás, como en la vida, dolorosamente. Rajatabla perdió y ganó. Pero como dice el joven de Tu país está feliz: “donde perdí, me salvé”. En este débito de afecto ¿cómo olvidarte? ¿Cómo no lamentar que no puedas compartir nuestro Macondo este Día de San Leandro? Tú, lo sabes muy bien, Rajatabla es un grupo de inmigrantes. Algunos de provincias cercanas como Yaracuy o el Táchira, otros de algunas más remotas como Córdoba o Montevideo o más lejos aún de Ermúa o Barcelona. Por eso no afectan tanto los recuerdos, las fechas, los días de cumpleaños, los nacimientos y las despedidas. Algo de nosotros se queda en los calendarios sin uso, tal vez para continuar aquella tradición temprana de coleccionar tarjetas postales. Para combatir la nostalgia, como fuerza natural que nos lleva al futuro, hemos llenado la casa de juventud. Organizaciones y movimientos, tanto o más polémicos que el Rajatabla del 71, están conquistando nuevos espacios para la imaginación. También a ellos los golpea el escepticismo antiguo de los que parecen no celebrar el Año Nuevo. A ellos, como a nosotros en tu poema, también les dicen “panfletarios, sentimentaloides, circunstanciales y hasta personalistas”. Ni el hombre ni la poesía cambian. Pero el teatro, compañero inseparable de nuestras vidas, nos da el chance de inventar un territorio diferente. Nuestra casa está aquí, querido Antonio, abierta este día de cumpleaños, y todos los días, en el mismo espíritu que movió banderas blancas aquel febrero del 71. En este sentido nuestra deuda seguirá creciendo, con el público que no abandona su exigencia, con los jóvenes artistas implacables en la búsqueda de la perfección, con nuestra ansiedad de crecer luchando contra el tiempo, con esta alegría de saber que tuvimos el coraje de elegir, que en ello quedó una parte de nosotros, pero se levantó otra, más sencilla y menos poderosa, más lejos de la fama y el dinero, pero más próxima a ese desafío que hacía el climas de Tu país está feliz: “Persigo la imagen que hice de mí, y siempre estoy en deuda conmigo mismo”. Carlos Giménez In: MORENO-URIBE, E. A. Carlos Giménez: tiempo y espacio. 2 ed. Valencia, Venezuela: Vadell Hermanos Editores, 1994. p. 119-121.
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