Vine de lejos, por los caminos alcalinos,
bajo el sol más calcinante. Vine por los libros
de la infancia, por el castigo del miedo
y por las manos de los que me condujeron
a la rebelía de toda voluntad personal.
Vine por los empedrados, por los muros obscenos,
por las calzadas del sueño. Vine sin ofrecer
resistencia,
vine por las trillas de la memoria,
bufando, toda voluptuosidad, obstinadamente.
Saltando fosas, bajo los puentes que sustentan la
Noche por las calles de nombre inpronunciables.
Aprendí a enfrentar los peligros entregándome a ellos
integralmente.
Soy, es cierto, tan cautivo como un pájaro
que dejó la jaula: quedo preso a la impropriedad
de las palabras, a toda extemporaneidad anímica,
porque habla antes de mí lo que no tiene voz
racional.
Vine a los empujones. Por la comisura de los labios,
pronunciando lugares comunes; mirando de soslayo,
porque es de un coraje inaudito mirar de frente:
las cosas nada son de lo que muestran. O son, si las admitimos.
Las cosas no son nada de lo que juzgamos,
o son: dá lo mismo: ya no serán, imprevisibles
que somos.
Persigo la imagen que hice de mi
y siempre estoy en deuda conmigo mismo.