LAS 4 ESTACIONES
MIRANDA, Antonio. Las 4 estaciones. Caracas, Venezuela: FUNDARTE – Alcaldía de Caracas, 2014. 112 p. (Colección Autores Latinoamericanos, no. 8) 18x21 cm. ISBN 978-980-253-597-2 Imagen da portada (capa): Benito Mieses. Tiragem: 1000 exs
“Tu País está Feliz” foi escrito originalmente em castelhano.
Prefácio de Luis Alberto Crespo, a obra inclui 4 obras do autor: Tu País Está Feliz (em sua 13ª edição), San Fernando Beira-Mar (tradução de Ricardo Ruiz) Yo Konstantinos Kavafis de Alejandría (tradução de Elga Pérez-Laborde, publicado anteriormente no Brasil) e Creador de Mí (tradução de Aurora Cuevas, editado anteriormente no Brasil e na Argentina). Trata-se de uma bem cuidada edição em espanhol, com boa receptividade de crítica e de público.
PRÓLOGO
LUIS ALBERTO CRESPO
El es como su patria: uno arriesga perderse en su interminable invención verbal como si se adentrara en la eternidad verde de su república infinita. Apenas nos asomamos a su lectura faltaría poco para convertirnos en lo que dice: la canción bailable o hecha personaje, la poesía varia y sorpresiva como la floración amazónica y el rocío cósmico que es El Marañón del Paraíso Terrenal, allá en Manaos.
Así es Antonio Miranda, de cualquier parte de la poesía, como si dijéramos de cualquier Brasil del mundo donde su poema forma geografía con él adentro, solamente solo o en nosotros, sus amigos solitarios y retraídos. Desde que vino a Caracas, cuando gritaba la guitarra de Jimmy Hendrix en Woodstock y las montañas de Venezuela eran vivac y trinchera de rebeldes, desde hazaña del Che y de Fidel Castro y de la añagaza del Fondo Monetario y los endeudamientos de los empréstitos sin pagar y la democracia que calzaba machete y disparaba primero y averiguaba después; desde que vino, repito, a Los Caobos y lo miramos ágil y engañosamente grave por los aledaños del viejo Ateneo de Caracas y por las calles caraqueñas invitando a los melenudos disfrazados de hippies a que escucharan su poesía como si fuera un concierto de plaza y asistieran
a ella como a un teatro en peligro de caer tras las rejas de las buenas conciencias de los sixtíes.
Traía pues —ya se ha dicho— la exuberancia geográfica de su tierra de follajes del primer día de la creación, las aguas como diluvios y el ritmo y la poesía de la bossa nova como comportamiento y propósito de enmienda, con máscaras de miércoles de ceniza, de risa bailable y de saudade, en unos versos escritos para voz y coro de kermesse báquica, soledad y parlamento de desafuero escénico. Eso traía Antonio Miranda; y la verba de Drummont con y sin Itabira y la revuelta literaria de Mario de Andrade y Cia.
La retórica discursiva de la escribanía primorosa de esos tiempos no tenía entrada en la aventura artística que el imaginero llamara «Tu país está feliz», bautizada así, de esta guisa, por ironía, postura paródica y embrujo de delirio colectivo. Entonces lo supo Carlos Giménez, aquel Carlos Giménez, taumaturgo de nuestro teatro, quien pronto subió al escenario la obra que digo, una obra que no soportaba el verso sin canto, sin teatro, sin atrevimiento moral y estético. Tanto, que hubo menester enfrentarse al embrollo de la fama porque la sala del Ateneo y las de más allá corrían el peligro de asfixiar a la multitud que se empujaba como en un fin de mundo movida por el ansia de participar y no sólo de asistir a ese espectáculo de la desacralización política, estética y moral que habían hecho posible la poesía y su mejor amiga, la antipoesía, y el brinco y el gesto y la voz y el grito. Antonio Miranda había hallado en Carlos Giménez a su mejor veedor de irreverencias. Su perfección sería el Grupo Rajatabla, que aún perdura ¡y cómo!
Es y no es brasileño nuestro amigo. Si bien habita en su desmesurada casa verde, de pronto lo vemos por Sabana Grande. No hace mucho me obsequió un libro. De Ornatu Mundi. Lujoso como un espejo de ónice. Trata de ecopoemas, ilustrados por Alvaro Nunes, una suerte de Alberto Durero brasilero y cuyo genio en el dibujo se disputa la tierra entera.
La fuerza lúdica del poeta vive su propia vida en este libro admirable que diríase una exposición de las florestas fantásticas de Nunes, fantásticas —subrayo— porque sus trazos realistas (con exactitudes en los escorzos a lo Ingres) termina por convertirse en ensueños cuando el poema las «reescribe», como si de un botánico lírico se tratara.
Incansable imaginero de la palabra, Antonio Miranda es asimismo artesano de no pocos encuentros literarios universales; si no, que lo diga la Bienal Poética de Brasilia, de la que es su figura más alta.
Ahora, Fundarte quiere que nos ceda los textos de «Tu país está feliz» —¿y qué duda cabe?— su autor ha tardado apenas un instante en entregar su bulliciosa papelería verbal junto con otros inventos, «San Fernando Beira-Mar», «Yo Constantino Kavafis de Alejandría» y «Creador de mí». Un Kavafis transfigurado y hasta corregido hace compañía a la poética de la mítica obra poética, teatral y musical de los años 71 e igual complicidad en asunto y estilo nos proponen los otros libros restantes de Las 4 Estaciones.
Malabarista de su propio circo verbal, su poesía ha terminado por parecérsele: es él enteramente, verboso y elocuente, vasto e íntimo como la enormidad geográfica donde gritó su nacimiento y con la que alimenta su contagiosa euforia creadora.
Resenha crítica:
LAS 4 ESTACIONES: UNA TETRALOGÍA POÉTICA DE ANTONIO MIRANDA.
José Carlos De Nóbrega
Deixa o teu corpo entender-se com outro corpo.
Manuel Bandeira.
Antonio Miranda (1940) es otro gran amigo brasileño de Venezuela. Más que escritor y bibliotecólogo, se nos antoja un coreógrafo salvaje de la palabra. Rebeldía, resistencia, crónica impenitente y poesía se mixturan gozosas en su personalísimo discurso literario. El canto no sólo conmociona al sacudir entornos inhóspitos y esterilizantes, sino también conmueve a los desheredados de la tierra, los pasajeros del oprobioso transporte público y los hambrientos de justicia. Las salas de las bibliotecas, entonces, dejarán de ser sepulcros mohosos de libros y periódicos, para erigirse en instancias amorosas de la palabra viva que reivindican el Decir libertario de la Humanidad. Ya lo canta, acompañado por la música de Xulio Formoso, revirtiendo la soledad del acto escritural que gana al punto una vinculación solidaria con el mundo:
“¿Cómo pensar en poesía en los días que vivimos? / Pasando hambre / ni la poesía sobre el hambre interesa. // ¡Libertad!”
La Poesía no constituirá un antifaz elegante que distraerá a las élites en las cabriolas de una almibarada danza rococó, mientras la peste asola a las mayorías. El baile se hará al desnudo, denunciando paraísos artificiales que se divorcian del Otro. Los versos que se musitan al oído de la mujer amada o arrullan a la crianza, así como los que se cantan en las calles, opondrán diques al despropósito político y la banalización de sus discursos propagandísticos. Celebramos en un espíritu comunitario la publicación de Las 4 estacionesde Antonio Miranda, bajo el sello amistoso de Fundarte: Esta tetralogía poética nos permitirá revisitar la musicalidad underground de “Tu país está feliz” (recordado montaje teatral del grupo Rajatabla en febrero de 1971); escuchar, con oídos atónitos, ese contundente y crítico narcocorrido en clave de samba que es “San Fernando Beira-Mar” (2006); leer con afinidad la reconstrucción poético-biográfica de Constantino Cavafis, 2007, en el asedio bárbaro; y auscultar estupefactos el fraseo fragmentario y experimental de “Creador de mí” (2011), apretada plaquette que se regodea en el caos o la intemperie interior a la luz de un enésimo juicio final. Es notable el cariz transgenérico del conjunto, eso sí, sin los remilgos ni las poses fútiles del académico que coloca la carreta antes que los caballos, tanteando inútilmente la indudable poesía del texto y de las cosas con palabras huecas y tibias.
Parafraseando a Cabral de Melo Neto, la lucha con las palabras que enturbia la blancura de la página, implica dejar los efluvios corporales en la configuración de mundos nuevos y posibles, no en balde la finitud de la expresión escrita. El oficio literario, más allá de la literatura, asume denodadamente responsabilidad social, estética y vital:” Muerto seguiré debiendo. “ Por supuesto, en la ausencia de los sistemas financieros chupasangres, la vocinglería cagatinta que pretende acompañar el primer café de la mañana y la disfuncionalidad de la familia pequeñoburguesa. “Tu país está feliz” es un libreto lírico de espíritu rebelde que no remeda la superficie contestaria al início de los años setenta: La disposición de las canciones y los poemas a dos columnas, entraña un ácido reproche inconformista que triza el Poder autoritario ejercido en el marco de la sociedad capitalista y el régimen democrático-liberal. No observaremos jóvenes corriendo desnudos y drogados en los jardines de una universidad norteamericana, despojados de una conciencia de clase precisa en el entendimiento y el corazón. Las punzadas críticas comprenden sorprendentes gradaciones anarquistas que transitan del trotskismo a un teísmo problematizador, lo cual incluye un guiño al anarquismo literario de Ambrose Bierce:
“Reina la más completa calma en todo el país / Reina la más completa calma en todo / Reina la más completa calma / Reina la más completa / Reina!!”
O su acepción del demonio a la luz de una teología personal de la liberación: “Para eso fue inventado: para medir la grandeza de Dios”. La deconstrucción del texto apunta a la erosión del status quo por vía de la ironía y el desparpajo. Hasta el punto de abalanzarse sobre la institucionalidad cristiana, esta vez en la redacción de un evangelio apócrifo y apóstata:
“Bautizó gente / hizo proclamas marxistas / e inauguró el parto sin dolor // Jesucristo estaba loco de pila / vendiendo terrenos en el cielo / cinturones de castidad / LSD // (…) El cristianismo / hecho imperialismo / ecuménico / alucinó a nuestro querido Nietzsche”.
Nada que ver con el Cristo-guarapo dulzón de Zeffirelli: Nos parece una rotunda identificación con el “Nazarín” de Buñuel o el Cristo lírico, humanístico y popular de Pasolini, transfiguraciones ficcionales mucho más cercanas y tocables en la vivacidad y la autenticidad. La incontrovertible vigencia del libro no acompañará a las histéricas turbas desclasadas que obstruyen el libre tránsito de motorizados —al punto de batir sus cabezas en el asfalto— y trabajadores, ni a los discursos efectistas y amargos de una clase política indolente que añora privilegios mal habidos. Tampoco, por fortuna, justificará esa tumoración que es la burocracia aún campante (integrada no sólo por ineptos funcionarios venales, sino también por pregoneros sociolistos que destilan sin tapujos su chauvinismo y su misantropía). Basta con leer la magnífica e irreverente “Autobiografía Tardía” o ese retablo maravilloso y atrabiliario de personajes sin par contenido en “El mundo está lleno de palabras”, para solazarnos en una indudable Poesía del Decir que se emparenta con la ciudadanía anónima en la más absoluta complicidad proletaria. Todo apunta al Amor como fuente insustituible de vida y cambio interior que se desparrama a nuestro alrededor:
“Poder amar por el amor mismo / sin esperar del amor más que el amar”;
el sustantivo abandona el marasmo sedentario y se hace verbo, esto es la conjugación viva que afecta a una colmena díscola y generosa cotidianamente. Fiel a la tradición poética de Brasil, la elaboración lúdica del ars poética se contrapone con firmeza a los experimentos vacuos que malogran la reflexión sobre la palabra poética misma. Desdice el divorcio de la palabra respecto a la humanidad, con el pretexto de masturbarse en la oscuridad de una habitación de lujo y chatura literarios:
“Tu cuerpo es un poema / completo, indivisible. // Tu cuerpo es forma / y contenido / prurito / y también es norma”.
Es el cuerpo desnudo del poema en la absoluta ausencia de los artificios retóricos que pretenden entenebrecerlo. “San Fernando de Beira-Mar” (traducción de Ricardo Ruiz) no sólo se refiere a un narcotraficante brasileño renombrado, Fernandinho, sino al universo abigarrado de las favelas y las colonias penitenciarias. El apelativo que simula el santoral católico y mestizo equiparable a la Corte Malandra del venezolano Ismaelito, construye el vínculo épico, político y corrupto entre el antihéroe y la favela misma:
“Estandartes exhiben a San Fernando / de remera y bermudas / en la procesión de los desheredados. / Por eso es feriado, día santo”.
El impacto de las imágenes se escurre en el amarillismo mediático, el hiperrealismo y el hip hop que mixtura a la samba y los narcocorridos norteños; la cotidianidad de la muerte en espacios plenos de escalinatas, trochas y veredas nos retrotrae no sólo filmes brasileños como “Pixote”, “Ciudad de Dios” y “Carandirú”, sino en especial el western clásico norteamericano y su versión revisionista italiana:
“Plan extravagante pero verosímil. / Hiperrealismo alucinante: fantasía / sangrienta, fútil, absurda, violenta, / bella y terrible como en el cine”.
El duelo al mediodía entre Fernandinho y el mustio y envilecedor Ministro de Seguridad, nos remite al caos inducido por la rapacidad de modelos políticos y económicos que hacen más eficientes los mecanismos de la represión y la explotación del proletariado urbano y rural. No hay manera más descarnada posible de decirlo:
“El ministro lo tiene como asesor / especial / quiere equiparar la policía / a su organización / equiparar sus efectivos (?!) / a los de él. // Eso lo llamamos joint venture, / asociación”.
Nuestros vetustos métodos educativos, no traerán de vuelta la atención de los muchachos encandilados por los tiroteos en el barrio mal copiados en la televisión. “Yo Konstantinos Kaváfis de Alejandría” (traducción de Jorge Ariel Madrazo y Elga Pérez-Laborde) resulta ser un ejercicio biográfico, poético y crítico que rinde un homenaje sentido a este valiosísimo poeta. Sin fracasar en la explicación unidimensional de la obra por vía de la anécdota de vida, Antonio Miranda relee, cita y comenta al Otro, su poeta congénere, en el entusiasmo del encuentro y el convivio. Recientemente, escribimos acerca de una experiencia similar y significativa del poeta mexicano José Emilio Pacheco respecto al haikú y a las endechas febriles de amor que Catulo tributa a la escurridiza y caprichosa Lesbia. He allí la auténtica salvaguarda del lenguaje poético, la revisita trascendental de los clásicos y los nuestros:
“Protegido de mí mismo y de los demás / sé qué significa el preconcepto: / soy un griego de Alejandría, / extranjero en mi propia tierra / por la que pasaron pueblos conquistadores, / ahora sirvo a la colonia británica / por unas mínimas libras / que me garantizan / vicios y virtudes”.
La contemplación cruenta e inmisericorde de sí mismo, ennoblece la confesión en la búsqueda de un paraíso distinto al teatro de guerra en el que el cuerpo, el raciocinio y lo visceral se ven inmiscuidos. No es una confrontación parricida de uno respecto a otro, más bien conversación franca y afectuosa en el que los versos bailan y se funden por amor a la Poesía, a contracorriente de la retórica que ha atascado la legión interior de autores, críticos y lectores, impidiéndoles a todos ellos la liberación de la que nos hablaba Manuel Bandeira. Cavafis así nos lo confirma: “Porque los bárbaros llegan hoy / y a ellos los aburren la retórica y las alocuciones. // (…) // ¿Y qué vamos a hacer sin bárbaros? Esa gente era una especie de solución”.
“Creador de mí” (traducción de Aurora Cuevas), supone un autoanálisis asistemático de las múltiples voces que asaetean a Miranda, quizá en una alusión al autoexamen que Loyola expone en los Ejercicios Espirituales: “Soy tantos a la vez. Tal vez”. En este caso, el ajiaco poético tiene como ingredientes el carnet o tarjeta garrapateados en la frente y el cogote, el aforismo y la nota marginal que descansan o, mejor aún, penden del techo de caña brava susceptibles de la caída libre al caos. La invocación al inicio y el resto de los textos, forjarán una cruz en la cual se cuelga el poeta. La construcción verbal posee un cariz experimental, conceptual y reticular; sin embargo, se mantiene el tono confesional y el tenor dialógico enclavados en las paradojas que trae consigo el vivir:
“Incendios en mí, bibliotecas crepitando, frases / cambiadas de un estante a otro. / Soy un plagio. / Cabellos dispersos, ideas desaliñadas. ¡Entiéndanme!”
No en balde la referencia a Lêdo Ivo que oscila entre el contentamiento y el desengaño:
“Ledo engaño. Lêdo Ivo. Vana filosofía, o poesía”.
Valga la morbosa y placentera invitación a navegar las aguas de este fantástico libro, eso sí, midiendo el dorso de las canoas. Se trata de un viaje a partir de una perspectiva inédita y vivencial:
“Amores contaminados, sentidos cambiados, astros en diáspora”.
Las 4 estaciones excederán las inclemencias y bondades del clima, pues la música y la poesía se reencontrarán en una pieza sinfónica enternecedora que nos permitirá la recuperación de nuestros sentidos en su condición originaria.
En Caracas liberada y enaltecida por el canto transparente, domingo 16 de marzo de 2014.
Publicado originalmente em: http://salmoscompulsivos.blogspot.com.br/2014/04/las-4-estaciones-una-tetralogia-poetica.html
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