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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
ENRIQUETA ARVELO LARRIVA

Extraído de Prodavinci – Google

 

 

ENRIQUETA ARVELO LARRIVA

 

 

El 22 de marzo de 1886 nacía en Barinitas, Estado Barinas, otro miembro de la familia Arvelo-Larriva: Enrique­ta. Ese hecho le aseguraba una tradición de cultura en un pueblo aislado, sin vías de comunicación y con las estrecheces propias de la provincia. Hermana del poeta Alfredo Arvelo Larriva y prima de Alberto Arvelo Torrealba su lucha por una expresión propia fue mayor y hasta acrecentada por la falta de estímulos en un medio escéptico frente a su talento: ella, simplemente, era mujer. Cuando murió en Caracas, longeva, el 10 de diciembre de 1962, había demostrado en verbo poético y prosa con­fidencial superioridad y entereza comunes.

Nutrida de planos verdores e insinuación de elevaciones montañosas, cercana a caños y a ríos, presintiendo hori­zontes, Enriqueta Arvelo Larriva aglomeró en su voz to­das las posibilidades de vida, de su vida, bien precaria en aquel pueblo para una mujer de honorable familia, perseguida política durante la dictadura de Juan Vicente Gómez y de escasos recursos materiales. Voz mondada por la brisa del llano, la niebla y las lluvias de sabana y piedemonte, hasta derivar en ese producto de contención formal y poderosa esencia.

Un pálpito de mundo estremece sus versos, elaborados allí, sin premura, en perenne intros­pección y frente a su inventada, secreta rendija. Ni siquie­ra parecida a las ventanas de la casa arveleña, porque esas tenían celosías. En una iluminación de secreto verbo, en espacio limitado por patio abierto al cielo y ventana para mirar muy cerca, le nació la voz en la que se quedó "in­quieta y sumisa". Porque en Enriqueta, el privilegio no fue de virtudes para la fácil muestra, ni de intensidades compartidas, fue de verbo y de capacidad para concentrar

en él lo conocido genéricamente por procesos de observa­ción y de meditación.

Entre exigencia y desconfianza organiza un primer libro, El cristal nervioso, y lo envía al Concurso Femenino Ve­nezolano de la Asociación Cultural Interamericana, en 1941. Obtiene mención honorífica y su nombre comienza a afianzarse en el mundo de las letras, escasamente cono­cido antes por publicaciones en prensa. La Asociación de Escritores Venezolanos le había publicado en 1939 Voz Aislada. La escritora fue una revelación, no sólo por los poemas, extraños en su hora: hondos, totalizantes y de economía y rigor expresivos, sino también por la sinceridad y soltura con que traza en la carta-prólogo del libro, una autobiografía: "La vida ha sido dura con todos mis anhe­los, por lo que es un hallazgo no sentir que me haya ven­cido del todo". (...) "Pero mi otoño no es tierra muerta, tierra sin curiosidad, sin comprensión, sin inquietud. Aún alcanzo cosas (sin soñar ya) detrás de las cosas, dentro de las cosas. Y lanzo mi voz aunque no haya oídos". Cuando recibió el Premio Municipal de Poesía correspon­diente a 1957, con Mandato del canto, interpretó el galar­dón como un reconocimiento a su constancia poética. En su madura claridad, se reconocía apenas ese don.

 La poe­sía de Poemas perseverantes, editado post-morten, en 1963, consuma la ratificación de un poeta que se adelantó, in­tuitivamente, a su momento. Ella no pertenece a la gene­ración de 1918, como se ha dicho. No estuvo en ningún grupo, ni revista, ni peña. Fue labrando su voz en soledad y resumiendo la vida en estrofas. "El poema es la vida con su savia de instantes", parece haber sido su credo. El caballo es un símbolo mayor en la poesía de Enriqueta Arvelo. La posibilidad del desboque y el requerimiento del freno: la vida humana, su vida, el vislumbre de dos necesidades integradoras se sintetizan en él, elemento telú­rico que toma del llano y lo sustancia existencialmente. Libre del nevazo que sigue al incendio. / Disfrutando aro­ma sin daño ni tedio. / . . . A cálida hambre di forraje fresco. I Trepidante brío sembré de sosiego.

Carmen Mannarino

 

 

TEXTOS EN ESPAÑOL  -  TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

El CABALLO EN LA POESÍA VENEZOLANA.  Selección de la antología por Luis Alberto Crespo, Eugenio Montejo, Alberto Patiño.  Fotografí Sebastián Garrido. Caracas: Acopromo, 1981.  97 p. ilus. foto p&b  capa dura  sobrecapa. 24 x 29 cm.   Ej. bibl. Antonio Miranda

 

 

       EL CABALLO DE FUEGO

Me acerqué a candelas de bosques intensos
y una chispa leve en mi escondió el viento.

La chispa me dio caballo de fuego.
Lo colmé espontánea de forraje nuevo.

Corría en mis venas, se paraba en seco.
El desgaritado le llamó mi acento.

Le busqué mimosa y abracé su cuello
si a ajustarle iba el bozal más recio.

Tornábalo adusto fogoso deseo.
Lo herraba mi mano con su calor tierno.

¡Caballo encendido, le grité en secreto,
no te puese suelta y yo gusté el freno.

 

       El caballo un día salió por mi aliento
y volvió cansado del hueco paseo.

El sol le tiñó el pajonal seco,
mas él perseguí lo que hierve fresco:

borlas de verdor después de febrero,
con sol y garúa y quemado suelo.

Escarbaba fijo aquel casco terco.
Suave se movía mi almácigo eterno.

Vibro hoy sin sentirme jazmín ni lucero,
en el alma enhiesta un sabor terreno.

Libre del nevazo que sigue al incendio.
Disfrutando aroma sin daño de tedio.

A cálida hambre di forraje fresco.
Trepidante brío sembré de sosiego.

No muero en ceniza ni en dejado leño.
Y así me has tomado, amor de universo.

 



TEXTOS EM PORTUGUÊS
                                  Tradução de ANTONIO MIRANDA

 

       CAVALO DE FOGO

Aproximei-me com candeia de bosques intensos
e uma faísca leve em mim escondeu o vento,

A faísca me deu cavalo de fogo.
Me saturei espontânea de forragem nova.

Corria em minhas veias, e parava no seco.
O desgarrado chamou meu acento.

Eu a busquei mimosa e abracei seu pescoço
se ia ajustar-lhe o boçal mais rijo.

Tornava-o triste fogoso desejo.
Ferrava-o minha mão com seu calor delicado.

Cavalo aceso, gritei-lhe em secreto,
não te coloquei cavalgador e usei o freio.

O cavalo um dia saiu pelo meu alento
e voltou cansado do passeio vazio.

O sol traçou o restolhal seco,
mas eu perseguia o que ferve fresco.

borlas de verdor depois de fevereiro,
com sol e garoa e solo queimado.

Escarnava fixo aquele casco duro
Suave se movia meu canteiro etéreo de sementes.

Vibro agora sem sentir-me um jasmim
na alma ereta um sabor terrestre.

Livre da nevada que segue o incêndio.
Desfrutando aroma sem o dano do tédio.

À cálida fome dei forragem fresca.
Trepidante brio semeei de sossego.

Não morro em cinza nem em deixado lenho.
E assim me possuíste, amor de universo.

 

*

 

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Página publicada em janeiro de 2021


 

 

 
 
 
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