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ALFREDO FRESSIA
(Montevideo, 2 de agosto de 1948) es un poeta, ensayista, traductor y profesor uruguayo. Formado como profesor de Literatura y de Francés, Alfredo Fressia dicta clases en Montevideo hasta 1976, año en que es destituido por la dictadura uruguaya. Desde entonces se instala en Sao Paulo, Brasil, donde continúa dedicado a la poesía y a la enseñanza. Desde el fin de la dictadura, en 1985, Fressia vuelve sistemáticamente a Montevideo, donde reside al menos dos meses por año. Ejerció el periodismo cultural en varios medios de Uruguay (Suplemento Cultural de El País), Brasil (Folha de São Paulo) y México (La Jornada Semanal). Fue editor de la revista mexicana de poesía La Otra, en su edición en papel, desde 2008 hasta 2013.
TEXTOS EN ESPAÑOL - TEXTOS EM PORTUGUÊS
FRESSIA, Alfredo. Eclipse – Cierta poesia 1973-2003. México: alforja ARTE y LITERATURA; CONACULTA; FONCA, 2006. 142 p. Presentación de Luis Bravo. Fotografía de la portada: Maria Luisa Martinez Passarge. ISBN 968-5189-33-1
Hoy
Hoy tengo las manos de cristal
para quebrarlas, para rajarme
el pecho frágil el seguro
esplendoroso brillo que me ciega.
Planetas extraviados, hoy tengo
las rodillas breves, a caerse de órbita,
a girar el grado que no existe, esta
perdida playa de un verano, el sexo
estéril, longitud de vidrio,
latitud de pocas horas son las médulas
y un amante de sal
me brota por los ojos
y me quiebra.
Pero la rosa
Sí, puedo contar las rosas
de las estaciones, de perfume y cuerpo,
rosas de los vientos y de piedra, sí,
las rosas de Praga y la mañana.
Pero la otra, rosa ilícita, la dulce
rosa en deuda con la especie, no
la rosa violenta en la marea del tiempo,
pero la rosa tránsfuga y estéril, la vacante
rosa del destiempo, no la innumerable, solitaria,
pero la dura rosa condenada.
Llamo mi muerte
Pido mi muerte, llamo
la que ya me dolió y les dolía a los otros,
la que gimió en mi voz y sonreía
mirando con ternura,
tocando cuanto amé, escuchando
ese canto ensayado desde el mundo
para danzar estos días de mis huesos.
Se la ve saltar entre los pasos de los adolescentes, crecer
en la hiedra más joven, en el musgo
asido de su montaña.
Se ve en la piel de cada hombre
palpando,
se la ve en las hojas más verdes de los más altos pinos
vigilando por la noche a la tierra que nace de la tierra
y la mar que la devora
y otra vez se la ofrenda.
Se la ve escondida en todos los perfiles,
hundida en los ojos que le huyen,
complotando en los gestos más severos,
y en su guerra
se la ve correr por las banderas
y entrar en las puras, finales, desasidas palabras
tocando con sus manos
la caricia del hueso que nacerá en la sombra.
Lentamente
llegará. Como el verano. Hundiendo
poco a poco tu raíz entre la sombra.
Una piel amarilla te ofrecerá la mano
y un día pasará como los tantos,
pobre rayo de luz todo su barro. Barro
outra vez entre tus venas,
te hundirás en la hora de polvo en que lo humano aterra
y entre el barro verás la playa súbita
de aquella pesadilla en la el Perro
el Perro
te mordió los huesos
y gritaste de furor en tu cuarto sombrío.
Buscarás en tus manos las sombras que veías
y será implacable el vacío de esos ojos
que lloraron de ira una mañana.
Entonces alguien volverá de su trabajo,
lejos los niños jugarán al escondite,
y cuando el sol se ponga en las ciudades
acabará en los bosques tu propia cacería.
Y te acercaste a tu hora última
con los ojos vacíos
y en las manos tu pupila
resplandeció de siete rayos y de siete colores
cuando abriste tu boca a la tormenta.
La voz que habías oído desde un dragón de espera
se enredó entre tus pies
(el hipopótamo se alejaba de ti hacia el pantano)
y arrancaste tus orejas y viste
sin Arcángel
la madeja de mentiras
y el vellón de dolor estaba intacto
y en tu grito final
tu sangre huyó de espanto
y sólo viste
un esqueleto azul y otra agonía.
(Final)
Cierro todo ciclo: em mí me acabo.
Tiresias contempla al travestí en silencio,
por siglos se responde un eco humano
y en mí me acabo.
TEXTOS EM PORTUGUÊS
Tradução: Antonio Miranda
Hoje
Hoje tenho as mãos de cristal
para rompê-las, para partir
o peito frágil e o seguro
esplêndido brilho que me cega.
Planetas extraviados, hoje tenho
os joelhos breves, caindo de sua órbita,
a girar o grau que não existe, esta
praia perdida de um verão, o sexo
estéril, longitude de vidro,
latitude de poucas horas são as medulas
e um amante de sal
emerge pelos olhos
e me destroça.
Mas a rosa
Sim, posso contar as rosas
das estações, de perfume e corpo,
rosas dos ventos e de pedra, sim,
as rosas de Praga e a manhã.
Mas a outra, rosa ilícita, a doce
rosa em dívida com a espécie, não
a rosa violenta na maré do tempo,
mas a rosa trânsfuga e estéril, a vaga
rosa a destempo, não a inumerável, solitária,
mas a dura rosa condenada.
Invoco minha morte
Peço minha morte, invoco
a que me doeu e doía nos demais,
a que gemeu em minha voz e sorria
olhando com ternura,
tocando tudo quanto amei, escutando
esse canto ensaiado desde o mundo
para dançar estes dias de meus ossos.
Vê-la entre os passos dos adolescentes, crescer
na hera mais jovem, no musgo
aderido à montanha.
Vê-la na pele de cada homem
apalpando,
vê-la nas folhas mais verdes dos altos pinheiros
vigiando a noite toda a terra que nasce da terra
e o mar que a devora
e outra vez a oferece.
Vê-la escondida em todos os perfis,
enterrado nos olhos que tentam escapar,
conspirando nos gestos mais severos,
e em sua guerra
vê-la correr pelas bandeiras
a entrar nas puras, finais, palavras soltas
tocando com suas mãos
a carícia do osso que nascerá na sombra.
Lentamente
chegará. Como o verão. Afundando
pouco a pouco tua raiz na sombra.
Uma pele amarela te estenderá a mão
e um dia passará como outros tantos,
pobre raio de luz todo seu barro. Barro
outra vez por tuas veias,
afundarás na hora do pó em que o humano aterra
e entre o barro verás a praia súbita
daquele pesadelo em que o Cão
o Cão
mordeu teus ossos
e gritaste de furor em teu quarto sombrio.
Buscarás em tuas mãos as sombras que vias
e será implacável o vazio desses olhos
que choraram de ira certa manhã.
Então alguém voltará de seu trabalho,
distante os meninos brincarão de esconde-esconde,
e quando o sol se ponha nas cidades
acabará nos bosques tua própria caçada.
E te aproximaste à tua hora última
com os olhos vazios
e nas mãos tua pupila
resplandeceu pelos sete raios e de cores
quando abriste tua boca à tormenta.
A voz que havias ouvido de um dragão de espera
enroscou-se entre teus pés
(o hipopótamo se afastava de ti para o pântano)
e arrancaste tuas orelhas e viste
sem Arcanjo
a meada de mentiras
e o velame de dor estava intacto
e em teu grito terminal
teu sangue fugiu de espanto
e apenas viste
um esqueleto azul e outra agonia.
(Final)
Encerro todo ciclo: em mim acabo.
Tirésias contempla o travesti em silêncio,
por séculos responde um eco humano
e em mim termino.
Página publicada em fevereiro de 2016.
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