VÍCTOR SOSA
Nasceu em Montevidéu (Uruguai) em 1956, mas reside na Cidade do México desde 1983. Em 1998, naturalizou-se mexicano. É professor da Universidade Iberoamericana (México DF), e de outras instituições. Realizou mais de quinze exposições individuais de pintura na América Latina e na Europa. É também crítico literário e de artes visuais em jornais e revistas, e traduziu para o espanhol vários poetas brasileiros, tais como João Cabral de Melo Neto, Carlos Drummond de Andrade e Paulo Leminski. Mantém viva ligação com a poesia brasileira, da qual é profundo estudioso e admirador. Cláudio Daniel produziu uma coletânea brasileira de seus poemas; já foi entrevistado por Floriano Martins; e manteve um diálogo com Salomão Sousa sobre a poesia latino-americana, que foi publicado em diversos jornais brasileiros. Já esteve no Brasil algumas vezes para lançar livros e fazer palestras. Muerte del poeta:en el día 6 de agosto de 2020.
Bibliografia: Sujeto Omitido, poesia, San José, Costa Rica, 1983; Sunyata, poesia, Editorial Praxis, México DF, 1992; Gerúndio, poesía, Margen de Poesía, UAM, México DF, 1996; La flecha y el bumerang, ensaio, Editorial Aldus, México, DF 1997; El Oriente en la poética de Octavio Paz, ensaio, Secretaría de Cultura de Puebla, México, Puebla, 2000; El impulso, prosa, Editorial Praxis, México, DF, 2001; Decir es Abisinia, poesia, Universidad Iberoamericana, México, DF, 2001. Livros inéditos: Derivas del arte contemporáneo en México, crítica de artes plásticas; En segunda instancia, ensaios literários. Prêmios: Premio Luis Cardoza y Aragón para Crítica de Artes Plásticas 1998 (concedido pelo INBA e Governo de Nuevo León); Premio Nacional de Poesía Pancho Nácar 2000 pelo livro Decir es Abisinia.
Víctor Sosa é um poeta capaz de construir estranhas arquiteturas verbais, alucinando o idioma. Seu meticuloso trabalho com a metáfora parece aproximá-lo do surrealismo e do neobarroco, numa primeira leitura de sua escrita transtornada. Porém, o tráfico de estilemas e códigos do imaginário, em sua poesia (que navega entre símbolos e paisagens orientais, mas também nas tradições místicas e poéticas do Ocidente, na alquimia das vogais de Rimbaud e no mergulho em cenários devastados de nossa triste época) não se resume a poucos pontos luminosos.
Cláudio Daniel
Comentário de SALOMÃO SOUSA:
Faleceu em 6 de agosto de 2020 o poeta Victor Sosa. Tive ótimas relações com ele. Um dos melhores poetas desta geração de 80/90. De Infarto. A poesia fica assim um pouco na lona. Ele nasceu no Uruguai e se radicou no México desde 1983. Meu contato com sua poesia renovou a minha maneira de compreender a composição. Não é simplesmente a lírica, como aborda o noticiário no momento de sua morte. A sua poesia ultrapassa a lírica e ultrapassa a vanguarda latino-americana. Ele se vale da poesia oriental e da experiência da cultura mexicana para entranhar em seus versos a experiência de existir com outra linguagem. A sua poesia não teria chegado a estes parâmetros se não fosse o contato com a pluralidade de línguas ameríndias do México, onde o espanhol se renovou. Os poetas da chamada poesia de invenção, no Brasil, manteve íntima ligação com ele, resultando na publicação de toda a sua poesia no país. A sua poesia completa ainda está disponível no mercado. Traduziu para o espanhol diversos poetas brasileiros, dentre os quais João Cabral de Melo Neto, Carlos Drummond de Andrade e Paulo Leminsky. Estava trabalhando numa antologia de Haroldo de campos para a editora Callygrama.
TEXTOS EN ESPAÑOL / TEXTOS EM PORTUGUÊS
[Dejar de ser: salir]
Dejar de ser: salir
Ya no ser más el pájaro en la rama
ni en su lama la rana; ser la piedra
parda y pulida del Río Amarillo, la piedra
de toque voraz, piedra rodada
por el mundo: canto; ya no ser
más la piedra ser el árbol prendido
a la curva terráquea, árbol
votivo, lleno de pájaro vacío de copa
árbol que habla en susurro; ya no ser
más el árbol ser el fruto
de la estación que anuncia, fruto
del trabajo y fruto prohibido
del placer; por ejemplo: esa manzana
en el sexo de la niña; ya no ser
más el fruto ser la niña
que mira en la ventana, ¿qué mira la niña?
mira la costa de Argelia, mira Costa de Marfil
¡mira! allí va Ulises; ya no ser
más la niña ser Ulises, ileso
de sirena en su Ítaca; ya no ser
más su Ítaca ser Minotauro sin miedo
y herir la ingle de la muchacha inglesa
que puede ser Ariadna, que puede ser el pájaro
quetzal o Quetzalcóatl, el dios que dijo adiós
porque dejar de ser es ser como él: pasar
por colibrí y no pasar por la novia
no pensar en Esperanza cuando llegue
la desesperanza, y es seguro
que desesperanza llega ya que es afluente
es diluvio y es llanto militar; dejar de ser
será deshacer el poema en su iglú
declinar a Juana la de Ibarbourou, saludar
sobre el puente de Brooklyn con la izquierda
y bendecir con la derecha; será
no dar la hora al César: dar la gracia
y cerrar el servicio.
Dejar de ser: caminar sobre el agua.
XIX
Sucesos que acaecen en la nada. Nadan
ahí, niegan la trascendencia; devienen.
Suceden ciclos cíclicos. La cima es simulacro;
símil de lo real, como esa escritura que fluye
sin son ni sonido real sobre el papel; simplemente
sucede como el sol o Sodoma y Gomorra -dicen.
¿Pero, quién dice esto que digo sin sentido? ¿Él?
¿Yo? ¿Lo que se sienta y sigue, aquí, por extensión,
por insistencia? Aquí lo tienen, como ayer,
en esa savia salobre por el mar y la madre. El mar
está allí y alguien canta -una mujer de Quebec
canta en la noche-, porque la noche se hizo
para cantar, para que ella cante ahora sin fin,
como quien escribe sin saber en verdad adónde
va, ¿adónde va la luz o el canto o la escritura
que avanza sin precisar destino cierto? No es preciso
saberlo, ¿sabes? -no precipites: prosigue. Sí,
lo sé, lo sigo por eso, para deshacer, deshilar
la simiente: la perla del saber sin celo.
La ciencia incierta de este devenir, de esta
prematura prótesis de vida: la escritura
es prótesis -no protestes-, pide que no pare
para no caer a renglón seguido en el vacío,
en la báscula ingrávida de la vida. Le vide
-como dicen, ¿quién? La voluntad, la voluntad;
ser voluntario de la consecución y consecuente
con eso que no se sabe pero pulsa
en el diapasón de la salida, en la diáspora del ser.
¡Pero qué sinceridad en todo! Me conmueve
tu toreo matador; mírate: monarca enancado
en ese reverbero sísmico; dolor es
lo que ata este desglose, el goce apenas
se siente en su ausencia; simio, palabras
y pirámides te preceden: Chernobil
en el aire de la palabra queda, si es que algo
queda en esta resta hacia el don de nadie;
amables ignorancias vocativas, ¿voluntad?
es lo que sobra para seguir si alguien
se atreviera a seguir en esta planicie del presente.
Demasiado presente agobia, petrifica,
fósil. Sucesos, que se llaman.
[Decía acacia. Decia…]
Decía acacia. Decía por la boca acacia fresca
cuando sonreía (esas que lloran por inmensamente
felices cuando el viento las marea en verano,
mimosáceas). Y entonces yo la acariciaba. Yo que era
un caballo bermellón sabía de caricias y de acacias.
Ella me hacía ver. ¿Ves —me decía a veces—
la gota en medio del río? ¿El cuerpo liso, húmedo,
de la única? Ella hace la marea visible —me decía—,
hace en la visible marea su granero, su estancia
de mover; de allí salpica y salta ante la roca,
se irisa al sol en lo breve y cae —no sé si cae
o tal vez se zambulle de nuevo en lo continuo.
Luego hacía silencio para dejar. Siempre dejaba.
No abría la boca para nada, ni para decir.
Todo aquello que decía lo hacía —así era ella.
Los viajes eran lo mejor, la fuerza en esos viajes.
Cuando viajaba dormía en el caballo; algo
en su respiración tañía; creaba un color en el aire,
un aroma triangular, sin crepúsculo. Yo
no hacía otra cosa que escuchar. Es verdad
que a veces hacía nidos (de hornero) —ella
entendía el espesor de mi intento: señalaba
algo para que ardiera, aparejando el fervor
hablaba con el fuego —no me miraba entonces—
hablaba con el fuego hasta que el fuego
se hacia fuente, chorro de ámbar detenido,
cristalino, y a veces crisálida. Comíamos,
silenciosos, cansados, en la orilla,
un trozo de pan ázimo —así era. No retornaba,
la Distinta no tenía destino ni verdades
para descifrar; frisaba el mundo sin mácula
como la calandria (muy semejante a la alondra);
componía poemas, yo creo que componía poemas
a la manera del de Éfeso (¿540-480? a. de J.C.),
aunque eso no me consta. Me consta, sí,
que cantaba, sin pausa lo hacía hasta que el canto
era un silente sembradío de sones sobre el mundo,
un mundo igual al canto igual al mundo. Yo
enmudecía —no hacía otra cosa que escuchar.
Yo que era un caballo bermellón acariciaba
el anca del mundo, cuidaba en mi silencio
su sonido; bajito, silbaba por los belfos
y venían de lejos los pájaros —tucanes, tordos,
tijeretas, teruteros, galantes garzas blancas
que venían—, aves de un orbe mudo y melodioso
haciendo en ese canto su morada. Digo
lo que yo vi —que otros repitan, si quieren,
lo contrario. Pero esa mirada no se borra.
¡Qué mirada la de ella! ¡Qué manera de amar
en la mirada! Quena de luz que quema —le decían.
Era: como una fálica diosa que se alza la falda
y detiene en su gesto por un momento al mundo;
como Francisco y Agustín comiendo juntos. Era:
como si lo poroso fuera lo compacto: el poro
y el tacto. Era: como ahora, vigilante-indefensa
la facciosa. Comandaba potros —¿cómo? no lo sé.
Y sí que era: como un complot de la virtud —qué hermoso;
como los Dináricos, o Dalmáticos, o Ilíricos (nudo
montañoso de la ex-Yugoslavia —Bosnia y Herzegovina—
paralelo a la costa del Adriático); como una Ultima Cena
(de Leonardo), o un déjeuner sur l’herbe. Era
—y con temor a repetirme—: virtuosa y valiente,
pero antes que valiente era blasfema porque sobre todo
era virtuosa. Amaba el riesgo —¿ya lo dije?—
sabiéndose exponer mostraba su herida como Beuys,
y si de carne hablamos, ni hablar que era de carne,
de órganos y flujos y tendones —o fonemas, en caso de la voz—,
como una gracia dada en el momento mismo de encarnar.
De carne era al querer. Era: un tambor en la noche,
intocado, sonando; como si fuera polen, así de leve
se elevaba, cubría el sol si quería, dorando en derredor.
Y había quien no la veía: como torpes topos sin ton,
ni soneros eran, ni nada: sombras, sonámbulos, espíritus
hambrientos y sedientos. Buddhas y bodhisattvas y Rinzai
—quien dejó escrito o dijo: «Los movimientos surgen
de las partes abdominales y el aliento que atraviesa los dientes
produce diversos sonidos. Cuando se articulan tienen
sentido lingüístico. Así comprendemos con claridad
que son insustanciales»—, yo creo que sí la veían. Verla
era una fiesta como en Eleusis (al noroeste de Atenas,
donde había un templo de Deméter); era al verla que uno
bailaba en la quietud del estupor, como una perla. ¡Y qué
asombro asomaba en la cara al sentir cómo ella bailaba!
De común acuerdo con todo, contonea; conviene mirar que,
cuando baila, no deja de obrar —exonera y construye,
con una mano hace lo que deshace con la otra; ama
sin pasión el proceso, las situaciones donde entra y sale
como si no estuviera dedicada (y a nada está
dedicada); se expresa en libertad. Así de verdad era:
verdadera, no vacía, ni vacilaba al llamar las cosas
por su hipotético nombre. Yo amaba —en mi caso
con pasión— esa elocuencia ubicua de la Loca —morena—
de-brasa-encendida-en-los-pies-; como podía amaba
a la Imposible: haciéndola en el sueño la tatuaba; siempre,
en el aire indistinto, era distinta; daba trabajo verla.
Liturgia también hice de su Venus —prominente monte que trepé
para postrarme— al encontrarla, allí, florida y en ofrenda.
Y ahora veo claro: es claro que la veo. Sin límites
que puedan detenerme galopo sus comarcas infinitas,
veloz el galgo que, bajo mis patas, al levantarse el polvo
se dibuja; sombra de las acacias en la grupa,
risa de ella en la sombra y también risa de ella
en ese sol —hasta que rastra entre los rastrojos es su risa.
Galopo en ese ritmo que es su nombre; pulcro
salto el horizonte y caigo —enclave de ella
en todas partes— tranquilo y fuerte sobre su virtud.
Así me aferro al cambio —acaso como acacia
que en la tierra subir su savia siente— y me demudo
y antes que nada —y después que nada—
y en todos los sentidos agradezco.
SOSA, Víctor. Oroboro. Poesía reunida 1992-2013. Edição especial em espanhol. São Paulo: Lume Editor, 2013. 104 p. 14x23 cm. ISBN 978-85-8234-027-1 Projeto gráfico/editor do livro: Francisco dos Santos.
SOSA, Víctor. Poemas animais. Desenhos de Francisco dos Santos. Edição especial em Português. Tradução de Ecalir Antonio Almeida Filho e Direlan Loyolla. São Paulo: Lumme Editor, 2012. 52 p. 12x18 cm. ISBN 978-85-8234-008-0 Ex. bibl. part. Salomão Sousa.
O CARACOL
Que língua, gastrópode,
baba a lisa folha, o orbe
do solar em gravidez
parto permanente?
Que
segrega espiral nessa
residência
de eco em
que navegas?
A MOSCA
Ouvi o som de uma mosca morria.
Emily Dickinson
A mosca não hiberna
porque vive pouco. Zumbe
sobre o sujo e saboreia
o fétido que pisam
suas acolchoadas patas.
Díptero de olhar tireoídeo
quem em prismático giro
ao mundo cria. Matriarca
da imundície, potranca
que galopa (disenteria,
sem ti, haveria pouca). Mas
os mortos te estimam
e mais que a um avião jumbo
a ti te admiram, e até Emily
— um dia — te imortalizou
quando morrias.
TEXTOS EM PORTUGUÊS
[Deixar de ser: sair]
Tradução: Salomão Sousa
Deixar de ser: sair
Não ser mais o pássaro na rama
nem a rã em sua lama; ser a pedra
de toque voraz, pedra rodada
pelo mundo: canto; não ser
mais a pedra ser a árvore presa
à curva terráquea, árvore
votiva, cheia de pássaros vazia de copa
árvore que fala em sussurros; não ser
mais a árvore ser o fruto
da estação que se anuncia, fruto
do trabalho e fruto proibido
do prazer; por exemplo: essa maçã
no sexo da garota; não ser
mais o fruto ser a garota
que olha na janela, o que olha a garota?
olha as costas da Argélia, olha as Costas do Marfim
olha! ali vai Ulisses; não ser
mais a garota ser Ulisses, ileso
de sereias em sua Ítaca; não ser
mais sua Ítaca ser Minotauro sem medo
e ferir a virilha da moça inglesa
que pode ser Ariadne, que pode ser o pássaro
quetzal ou Quetzalcóaltl, o deus que disse adeus
porque deixar de ser é ser como ele: se passar
por colibri e não se passar pela noiva
não pensar em Esperança quando chegar
a desesperança, e é certo
que a desesperança chega já que é afluente
é dilúvio e é pranto militar; deixar de ser
será desfazer o poema em seu iglu
declinar Juana de Ibarbourou, saudar
sobre a ponte do Brooklyn com a esquerda
e benzer com a direita; será
não dar as horas a César; dar graças
e fechar o serviço.
Deixar de ser: caminhar sobre as águas.
XIX
Tradução: Salomão Sousa
Acontecimentos que dão em nada. Nadam
aí, negam a transcendência; ocorrem.
Acontecem ciclos cíclicos. O cume é simulacro;
símile do real, como essa escritura que flui
sem som nem sonoro real sobre o papel; simplesmente
acontece como o sol ou Sodoma e Gomorra — dizem.
No entanto, quem diz isto que digo sem sentido? Ele?
Eu? O que se assenta e continua, aqui, por contigüidade,
por insistência? Aqui ele está, como ontem,
nessa seiva salobra por mar e mãe. O mar
fica ali e alguém canta — uma mulher de Quebec
canta na noite —, porque a noite foi feita
para cantar, para que ela cante agora sem fim,
como quem escreve sem saber em verdade aonde
vai, aonde vai a luz ou o canto ou a escritura
que avança sem precisar destino certo? Não é preciso
saber, sabes? — não precipites: prossiga. Sim,
eu sei, eu sigo por isso, para desfazer, desfiar
a semente: a pérola do saber sem céu.
A ciência incerta deste devir, desta
prematura prótese de vida: a escritura
é prótese — não protestes —, pede que não pare
para não cair a linha escrita dando no vazio,
na balança ingrávida da vida. Le vide
— como dizem, quem? A vontade, a vontade;
ser voluntário da consecução conseqüente
com isso que não se sabe mas pulsa
no diapasão da saída, no diapasão do ser.
Mas qual a sinceridade em tudo? Comove-me
teu tourear matador; veja: monarca escorado
nessa reverberação sísmica; é dor
o que ata essa desglosa, sente-se o gozo
apenas se ausente; símio, palavras
e pirâmides te precedem: Chernobil
no ar da palavra fica, se é que algo
fica neste resto para dom de ninguém;
amáveis ignorâncias vocativas, vontade?
É o que sobra para seguir se alguém
se atrevesse a continuar nesta planície do presente.
Demasiado presente agonia, petrifica,
fóssil. Acontecimentos, que chamam.
[Dizia acácia. Dizia...]
Tradução: Claudio Daniel
Dizia acácia. Dizia pela boca acácia fresca
quando sorria (essas que choram imensamente
felizes quando o vento as mareja no verão,
mimosáceas). E então eu a acariciava. Eu que era
um cavalo vermelhão sabia de carícias e de acácias.
Ela me fazia ver. Vês —dizia-me às vezes —
a gota no meio do rio? O corpo liso, úmido,
da única? Ela faz a aragem visível — me dizia —,
faz na visível aragem seu celeiro, sua estância
de mover; dali salpica e salta ante a rocha,
irisa-se breve ao sol e cai — não sei se cai
ou talvez mergulhe de novo no contínuo.
Depois fazia silêncio para deixar. Sempre deixava.
Não abria a boca para nada, nem para falar.
Tudo aquilo que dizia, fazia — assim era ela.
As viagens eram o melhor, a força nessas viagens.
Quando viajava dormia no cavalo; algo
tangia em sua respiração; criava uma cor no ar,
um aroma triangular, sem crepúsculo. Eu
não fazia outra coisa que escutar. É verdade
que às vezes fazia ninhos (de joão-de-barro) — ela
entendia a grossura de minha intenção: indicava
algo para queimar, aparelhando o fervor
falava com o fogo — não me olhava então —
falava com o fogo até que o fogo
se tornava fonte, jorro de âmbar contido,
cristalino, e às vezes crisálida. Comíamos,
silenciosos, cansados, na margem,
um naco de pão ázimo — assim era. Não retornava,
a Distinta não tinha destino nem verdades
para decifrar; frisava o mundo sem mácula
como a cotovia (muito semelhante à calhandra);
compunha poemas, eu creio que compunha poemas
à maneira do de Éfeso (540-480? a. de J. C.),
embora eu não me lembre. Lembro, sim,
que cantava, sem pausa, e fazia até que o canto
era um silente semeador de sons sobre o mundo,
um mundo igual ao canto igual ao mundo. Eu
emudecia — não fazia outra coisa que escutar.
Eu que era um cavalo vermelhão acariciava
a anca do mundo, cuidava em meu silêncio
de seu som; baixinho, assobiava pelas narinas
e vinham de longe os pássaros — tucanos, tordos,
tesourinhas33, gaivotas pretas, galantes garças brancas
que vinham —, aves de um orbe mudo e melodioso
fazendo nesse canto sua casa. Digo
o que eu vi — que outros digam, se quiserem,
o contrário. Mas esse olhar não se apaga.
Que olhar o dela! Que maneira de amar
no olhar! Flauta de luz que arde — lhe diziam.
Era: como uma deusa fálica que levanta a saia
e detém em seu gesto por um momento o mundo;
como Francisco e Agostinho comendo juntos. Era:
como se o poroso fosse o compacto: o poro
e o tato. Era: como agora, vigilante-indefesa
a sediciosa. Comandava potros — como? não sei.
E sim que era: como um complô da virtude — que lindo;
como os Dináricos, ou Dalmáticos, ou Ilíricos (nicho
montanhoso da ex-Iugoslávia — Bósnia e Herzegóvina —
paralelo à costa do Adriático); como uma Última Ceia
(de Leonardo), ou um déjeuner sur l’herbe. Era
— e com temor repito para mim —: virtuosa e valente,
mas antes que valente era blasfema porque sobretudo
era virtuosa. Amava o risco — já o disse?—
sabendo se expor mostrava sua ferida como Beuys,
e se de carne falamos, nem falar que era de carne,
de órgãos e fluxos e tendões — ou fonemas, no caso da voz —,
como uma graça dada no momento mesmo de encarnar.
De carne era ao querer. Era: um tambor na noite,
intocado, soando; como se fosse pólen, assim de leve
se elevava, cobriria o sol se quisesse, dourando ao redor.
E havia quem não a via: como torpes topeiras sem tom,
nem soneros35 eram, nem nada: sombras, sonâmbulos, espíritos
famintos e sedentos. Buddhas e bodhisattvas e Rinzai
— quem deixou escrito ou disse: «Os movimentos surgem
das partes abdominais e o alento que atravessa os dentes
produz diversos sons. Quando se articulam têm
sentido lingüístico. Assim compreendemos com clareza
que são insubstanciais» —, eu creio que a viam, sim. Vê-la
era uma festa como em Elêusis (ao noroeste de Atenas,
onde havia um templo de Deméter); era ao vê-la que alguém
dançava na quietude do estupor, como uma pérola. E que
assombro assomava na cara ao sentir como ela dançava!
De comum acordo com tudo, requebra; convém olhar que,
quando dança, não deixa de fazer — exonera e constrói,
com uma mão faz o que desfaz com a outra; ama
sem paixão o processo, as situações onde entra e sai
como se não fosse dedicada (e a nada está
dedicada); se expressa em liberdade. Assim de verdade era:
verdadeira, não vazia, nem vacilava ao chamar as coisas
por seu hipotético nome. Eu amava — em meu caso
com paixão — essa eloqüência ubíqua da Louca — morena —
de-brasa-acesa-nos-pés-; amava como podia
à Impossível: fazendo-a no sonho, a tatuava; sempre,
no ar indistinto, era distinta; dava trabalho vê-la.
Liturgia também fiz de sua Vênus — proeminente monte onde trepei
para prostrar-me — ao encontrá-la, ali, florida e em oferenda.
E agora vejo claro: é claro que a vejo. Sem limites
que possam deter-me galopo suas comarcas infinitas,
veloz o galgo que, sob minhas patas, ao levantar-se o pó
se desenha; sombra das acácias na garupa,
o sorriso dela na sombra e também o sorriso dela
neste sol — até que rastro entre os restolhos é o seu sorriso.
Galopo nesse ritmo que é seu nome; pulcro
salto o horizonte e caio — encrave dela
em todas partes — tranqüilo e forte sobre sua virtude.
Assim me aferro à mutação — acaso como acácia
que na terra sente subir sua seiva — e me transmuto
e antes que nada — e depois que nada —
e em todos os sentidos agradeço.
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