JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ
(Torreón, México, 1955)
Es autor de doce libros de poesía. Los más recientes son: Los Alebrijes (Madrid, España, Hiperión, 2007); Tiempo fuera (1988-2005) (Universidad Nacional Autónoma de México, 2007); Qualcuno va (―Ed. bilingüe italiano-español―, Foggia, Italia, Sentieri Meridiani Edizioni, 2010), y Otras horas (Quálea, Santander, España, 2010).
Está incluido en las más relevantes antologías de poesía mexicana publicadas en Bélgica, Colombia, España, Inglaterra, Italia y México. Entre otras, en: La poesía del Siglo XX en México (Madrid, Visor, 2009) y Mexican Poetry Today: 20/20 Voices (Londres, Shearsman Books, 2010).
Se le han otorgado el Premio Latinoamericano Plural (1985), el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1998) y el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana (2007).
TEXTOS EN ESPAÑOL / TEXTOS EM PORTUGUÊS
NADIE
Para Piedad Bonnett
Volví a Ítaca, a sus médanos
de bruma evanescente, al sol
que la traspasa y a las calles
que mi memoria soñó hermosas.
Degusté el sexo de los higos,
la pulpa de un dátil, el cálido
resplandecer de la aceituna.
Fui un extranjero entre los míos.
Nadie advirtió que tras la máscara
tallada por la espuma, iba
yo, el heroico (ese mendigo
sin sombra que salió una noche
de lágrimas al mar) Ulises,
el pródigo en historias vuelto
del más allá de su leyenda.
Antes que el alba, regresé
a la costa y enfilé al sur.
No reconoceré los muelles
a donde vaya mi deliro.
Sólo sabré que estuve en Ítaca
para reinar sobre mi espectro.
De Otras horas
LA SED
Quiero tomar la voz de los ausentes,
el pan de su lealtad, la sal, el vino
diáfano que fue luz y no destino
de juglares anónimos; las frentes
en alto con las copas esplendentes;
las bóvedas de un verso alejandrino;
el abrazo fraterno y numantino
que a todo resistió; los contendientes
opuestos a los cantos de una vida
trágica, sin razón y comprimida;
los que sin ver el mar amanecían
heridos por su amor y se sabían
alegres de remar junto a un amigo.
Quiero ser los que fui, y hablar conmigo.
De Los Alebrijes
LA MESA
Para Wislawa Szymborska
Me contemplo en las caras ocultas de la noche
sin rasgos de mi acento del sur, sin evidencias
de ser el extranjero que alarga un punto móvil
sobre una servilleta doblada en dos. Estoy
en medio de personas de las que no sé nada
y que hablan de lugares apócrifos, de valles
desterrados del tiempo, distancia o geografías;
me observo desde mi soledad, desde afuera
del aire, de las formas del sillón que soporta
el peso de las vidas que tuve y me contienen
al pie de nuestra mesa. Me reconozco aquí,
con la ingenua cautela con la que se vislumbran
animales fantásticos en un libro de viajes
cuya última página no depara emociones,
ni algún final feliz que salve la memoria
de un bar donde la dicha se mire al otro lado
de esta sombra entre tantas estólidas fronteras.
De Los Alebrijes
SUNSET DRIVE SUITE
De las pocas mujeres que amé, ninguna tuvo
tatuado el nombre al aire, o el brillo de una alhaja
pendiente del ombligo ni de un labio. Eran tiempos
lacónicos entonces. No había rosas rojas
al sur de alguna espalda, ni brazos con espinas
y cóccix estampados con negros ideogramas,
ni ángeles ocultos y terribles dragones
en un pubis de trigo dorado por el sol.
Las mujeres tenían cierto aire de tragedia
romántica del siglo de los yuppies. Estaban
al acecho de todo posible candidato
a ser El buen partido, un hombre de negocios
con éxito y futuro, e ilustres apellidos
para dar a tres hijos pesados y a una hija
que tuviera el encanto y la gracia de su madre.
No llevaban tatuajes visibles, ni lucieron
un piercing de orgulloso y pulsante desafío.
Sus marcas eran otras, más hondos los estigmas
grabados en sus médulas con agujas violentas
y tintas
minerales que no fueron capaces
de quitar con la pócima amarga de la vida.
Era tiempo bruñido en azúcares de plomo
el que lastraron. Ellas buscaban imposibles
amores cristalinos en barras de caoba,
en salones del tedio o abajo de las sábanas
en tránsito hacia el día, igual que las muchachas
que muestran sus diseños al viento que destrozan
sus pasos de pantera, y miran con el ímpetu
tribal de su artificio los ojos inyectados
de príncipes efímeros. Las mujeres que amé
se aherrojaron con otros, inscribieron alianzas
en sus dedos nupciales, y tatuaron sus almas
detrás de unos postigos con lentas hipotecas
de un sueño que agoniza en alcázares en vela.
En su piel hay dibujos de la máscara Revlon
antiarrugas, de pobres resultados y ricas
fragancias de algo tenue y etéreo, humo de orquídeas,
vapores de borgoña, gotas de girasol
que dejan al salir del cautiverio.
Inédito
Formas migratorias
para Katia Alemann
Aprendimos a amar a cuentagotas
esas pequeñas pausas que el chubasco
viste para inundar puertas afuera
la soledad, la rama entre violeta
y ocre de las tardes, el murmullo
semántico del cielo. En este orden
hemos desdibujado la distancia,
la longitud sin proporción, las líneas
que relacionan a las cosas. Breves
lagunas de aire, esos segundos quiebran
el ambiguo concepto de equilibrio
que en el agua subyace y se sostiene
al igual que otra voz dentro del fuego.
Cuando escampa y la tarde se armoniza
en su limpia explosión de veladuras,
aprendemos los mínimos rumores
donde irrumpen cenizas desmemorias.
Con ellos construimos este cuarto
que está lleno de música y de vítreos
aromas de jazmín o extranjería.
Nociones y raigambres que se agolpan
y edifican un óvalo sonoro,
un punto de llegada, otro pretexto
condenado a palpar nuestra garganta
para oírnos decir: amo esta lluvia
cuando cesa y podemos escucharla
recoger un país bajo la tierra.
De "Jardines sumergidos"
Los proscritos
para Amalia Bautista
Lo más original no fue el pecado
no la ira de Dios, ni la serpiente
sino aquella oración que se dijeron
al salir al exilio, temblorosos
con el sexo cubierto por vergüenza:
"amor no soy de ti, sino el principio".
Matzhevá
En un libro de mi padre, leo
la frase: "A ti, que me estás leyendo".
Es el título de una elegía
escrita hace dos siglos, o un hálito
de la soledumbre que ha subido
al lector imaginario desde
fuera de los círculos del tiempo.
Esa línea guarda en cada sílaba
la fresca impresión de su vehemencia:
ser semilla indócil algún día
limítrofe al de ahora, botella
de quebranto lanzada por alguien
igual a cualquiera de nosotros.
Es, junto a la tarde, un epitafio,
un grito que llega de muy lejos,
y hoy, a 29 de febrero
de 2000, estremece mis manos.
La invoco en voz baja, me ilumina
como una oración en cautiverio;
la digo a quien estuviera oyéndome
doblar esta página con frío.
Poema sin tranvía
Porque conocíamos también nuestros destinos
deambulando en torno a piedras rotas.
SEFERIS
Nunca supimos deletrear una palabra
que fuera de nosotros
tuviese menos valor que este silencio.
Era entonces la hierba terracota
y eran otras las manos que buscaban
levantar por sus puntas a la noche.
Al momento de cruzar esa frontera,
te nombro, te recorro
hasta sacar a la luz nuestros espectros.
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TEXTOS EM PORTUGUÊS
Tradução de Antonio Miranda e Milagros Terán
NINGUÉM
Para Piedad Bonnett
Regressei a Ítaca, às suas dunas
de bruma evanescente, ao sol
que a transpassa e às ruas
que minha memoria sonhava formosas.
Saboreei o sexo dos figos,
a polpa de uma tâmara, o cálido
resplandor da azeitona.
Fui um estrangeiros entre os meus.
Nada revelava que detrás da máscara
talhada pela espuma, estava
eu, o heróico (esse mendigo
sem sombra que saiu da noite
de lágrimas ao mar) Ulisses,
o pródigo em histórias vindo
do além de sua própria lenda.
Antes do alvorecer, regressei
à costa e alinhei-me ao sul.
Não reconhecerei o cais
até onde chegue meu delírio.
Saberei apenas que estive em Ítaca
para reinar sobre o meu espectro.
De Otras horas
A SEDE
Quero resgatar a voz dos ausentes,
o pão de sua lealdade, o sal, o vinho
diáfano que foi luz e não destino
de histriões anônimos; as frentes
no alto suas copas resplandecentes;
abóbadas de um verso alexandrino;
o abraço fraterno e numantino
que a tudo resistiu; os contendentes
opostos pelos cantos de uma vida
trágica, sem razão e comprimida;
o que sem ver o mar amanheciam
feridos por seu amor e se sabiam
alegres de remar junto ao amigo.
Quero ser os que fui, e falar comigo.
De Los Alebrijes
A MESA
Para Wislawa Szymborska
Vislumbro-me nas faces ocultas da noite
sem vestígios de meu sotaque sulino, sem evidências
de ser o estrangeiro que amplia um ponto movil
sobre um guardanapo dobrado. Estou
entre pessoas das que nada sei
e que falam de lugares apócrifos, de vales
desterrados no tempo, distância ou geografias;
me observo desde minha soledade, de fora
do ar, das formas do sofá que suporta
o peso das vidas que tive e me contêm
ao pé de nossa mesa. Reconheço-me aqui,
com a ingênua cautela com que vislumbramos
animais fantásticos em um livro de viagens
cuja última página não depara com emoções,
nem com algum final feliz que salve a memória
de um bar onde a sorte se veja do outro lado
desta sombra entre tantas estúpidas fronteiras.
De Los Alebrijes
SUNSET DRIVE SUITE
Das poucas mulheres que amei, nenhume teve
o nome tatuado no ar, ou o brilho de uma joia
pendente do umbigo nem de um lábio. Eram tempos
lacônicos então. Não havia rosas vermelhas
ao sul das costas, nem braços com espinhas
e cóccix estampados com ideogramas negros,
nem anjos ocultos e terríveis dragões
num púbis de trigo dourado pelo sol.
As mulheres tinham certo ar de tragédia
romântica do século dos yuppies. Estavam
à espreita de qualquer possível candidato
a ser O bom partido, um homem de negócios
de êxito e futuro, e ilustres sobrenomes
para dar a três filhos obesos e a uma filha
que tivesse o encanto e a graça de sua mãe.
Não ostentavam tatuagens visíveis, não luziam
um piercing de orgulhoso e pulsátil desafio.
Suas marcas eram outras, mais profundos os estigmas
gravados em sua medulas com agulhas violentas
e tintas
minerais que não foram capazes
de apagar com a poção amarga da vida.
Era tempo polido em açúcares de chumbo
os que deram lastro. Elas buscavam impossíveis
amores cristalinjos em barras de mogno,
em salões do tédio ou debaixo dos lençóis
na direção do dia, igual que as garotas
que mostram seus desenhos ao vento que destroçam
seus passos de pantera, e olhar com o ímpeto
tribal de seu artifício os olhos povoados
de príncipes efêmeros. As mulheres que amei
se aferraram com outros, meteram alianças
em seus dedos nupciais, e tatuaram suas almas
detrás de postigos com lentas hipotecas
de um sonho que agoniza em castelos em claro.
Em sua pele estão desenhos da máscara Revlon
antirrugas, de parcos resultados e ricas
fragrâncias de algo tênue e etéreo, hálito de orquídeas,
vapores de borgonha, gotas de girassol
que deixam ao sair do cativeiro.
Inédito
Formas migratórias
para Katia Alemann
Aprendemos a amar em conta-gotas
essas pequenas pausas que o aguaceiro
viste para inundar portas lá fora
solidão, o ramo entre voleta
e ocre das tardes, o murmúrio
semântico do céu. Nesta mesma ordem
apagamos a distância,
a longitude sem proporção, as linhas
que relacionam as coisas. Breves
lagos de ar, esses segundos rompem
o ambíguo conceito de equilíbrio
que na água subjaz e se mantém
tal como outra voz dentro do fogo.
Quando estia e a tarde se harmoniza
em sua límpida explosão de veladuras,
apendemos os mínimos rumores
donde surgem cinzentas desmemorias.
Com eles construímos este quarto
pleno de música e de vítreos
aromas de jasmim ou estraneidade.
Noções e raizames que se amontoam
e edificam uma curva sonora,
um ponto de chegada, outro pretexto
condenado a apalpar nossas garganta
para ouvirmos dizer: amo esta chuva
quando cessa e podemos escutá-la
ao recolher um país subterrâneo.
Os proscritos
O mais original não era o pecado
não era a ira de Deus, nem a serpente
senão aquela oração que disseram
ao deixar o exílio, trêmulos
com o sexo coberto pela vergonha:
“amor não sou seu, senão o início”.
Matzhevá
Em um livro de meu pai, leio
a sentença: “A ti, que me estás lendo”.
Esse é o título de uma elegia
escrita há muitos séculos, ou um hálito
do deserto que evocou
para o leitor imaginário
fora dos círculos do tempo.
Essa linha guarda em cada sílaba
a fresca impressão de sua veemência:
Ser semente indócil algum dia
limítrofe ao de agora, garrafa
de quebranto lançada por alguém
igual a qualquer um de nós.
É, em plena tarde, um epitáfio,
um grito que chega de bem longe,
e hoje, dia 29 de fevereiro
de 2000, estremece minhas mãos.
Invoco em voz baixa, me ilumina
como uma oração em cativeiro,
digo a quem estiver escutando
o dobrar desta página com frio.
Poema sem bonde
Porque conhecíamos também nossos destinos
deambulando em torno de pedras rotas.
SEFERIS
Numa soubemos soletrar uma palavra
que fora de nós
tivesse menos valor que este silêncio.
Era então a erva terracota
e eram outras as mãos que buscavam
levantar em seus dedos a noite.
No nomeio, recorro a ti
até trazer à luz nossos espectros.
Página publicada em fevereiro de 2011; ampliada em agosto de 2016.
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