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Sobre Antonio Miranda
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FRANCISCO DE LA TORRE (1534?-1594?)

 

Casi nada se sabe sobre su vida y sin duda es el poeta más misterioso del grupo de Salamanca. Nada más que una suma de conjeturas extraídas de los débiles indicios que ofrecen sus versos es la biografía bosquejada por Aureliano Fernández-Guerra como discurso de entrada en la Real Academia de la Lengua en 1857. Según este autor, habría nacido en Torrelaguna hacia 1534, habría estudiado en Alcalá de Henares y seguido la carrera militar en Italia, para al final de su vida hacerse clérigo.

 

Un manuscrito de sus poesías circulaba a principios del siglo XVII con una Aprobación de Alonso de Ercilla, que murió en 1594, y llamó la atención de Quevedo, quien lo compró y editó junto a las obras de fray Luis de León en 1631 para combatir con buenos ejemplos de poesía clásica los excesos del Culteranismo. Quevedo se preocupó de indagar sobre el autor del manuscrito, que el librero le vendió con desprecio, pero no pudo sacar nada en limpio; es más, en él estaba "en cinco partes borrado el nombre del autor con tanto cuidado, que se añadió humo a la tinta". Cuando en 1753 José Luis Velázquez reimprimió las obras de Francisco de la Torre en Madrid pensó que su autor era en realidad el propio Francisco de Quevedo, teoría que la crítica moderna rechaza con unanimidad desde Manuel José Quintana en el siglo XIX. Sus obras han sido editadas modernamente por Alonso Zamora Vicente en la colección Clásicos Castellanos, en 1944, y hay otras posteriores no menos notables.

 

La obra está dividida en tres libros: Libros primero y segundo de los versos líricos, donde destacan algunos sonetos de extremada perfección formal y emoción, como los dedicados A la noche y a temas pastoriles, y Libro tercero de los versos adónicos, así como ocho églogas reunidas bajo el título de Bucólica del Tajo.

 

Sus Canciones gozan de justa fama, en especial A la tórtola y A la cierva herida.  Fuente: Wikipedia

 

TEXTOS EN ESPAÑOL  /  TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

 

¡CUÁNTAS VECES TE ME HAS ENGALANADO

 

¡Cuántas veces te me has engalanado,

clara y amiga noche! ¡Cuántas, llena

de oscuridad y espanto, la serena

mansedumbre del cielo me has turbado!

 

Estrellas hay que saben mi cuidado

y que se han regalado con mi pena;

que, entre tanta beldad, la más ajena

de amor tiene su pecho enamorado.

 

Ellas saben amar, y saben ellas

que he contado su mal llorando el mío,

envuelto en los dolores de tu manto.

 

Tú, con mil ojos, noche, mis querellas

oye y esconde, pues mi amargo llanto 

 

A LA FUENTE DE FILIS 

Esta es, Tirsis, la fuente do solía

contemplar su beldad mi Filis bella;

éste el prado gentil, Tirsis, donde ella

su hermosa frente de su flor ceñia.

 

Aquí, Tirsis, la vi, cuando salía

dando la luz de una y otra estrella;

allí, Tirsis, me vido, y tras aquella

haya se me escondió, y así la vía;

 

en esta cueva deste monte amado

me dió la mano, y me ciñó la frente

de verde yedra, y de violetas tiernas:

 

al prado, y haya, y cueva, y monte, y fuente,

y al cielo desparciendo olor sagrado,

rindo de tanto bien gracias eternas.
 

LA CIERVA  

Doliente cierva, que el herido lado

de ponzoñosa y cruda yerba lleno,

buscas el agua de la fuente pura,

con el cansado aliento y con el seno

bello de la corriente sangre hinchado,

débil y descaída tu hermosura:

¡ay!, que la mano dura

que tu nevado pecho

ha puesto en tal estrecho,

gozosa va con tu desdicha, cuando

cierva mortal, viviendo, estás penando

tu desangrado y dulce compañero,

el regalado y blando

pecho pasado del veloz montero.

 

Vuelve, cuitada, vuelve al valle donde

queda muerto tu amor, en vano dando

términos desdichados a tu suerte;

morirás en su seno, reclinando

la beldad, que la cruda mano esconde

delante de la nube de la muerte.

Que el paso duro y fuerte,

ya forzoso y terrible,

no puede ser posible

que le excusen los cielos, permitiendo

crudos astros que muera padeciendo

las asechanzas de un montero crudo,

que te vino siguiendo

por los desiertos de este campo mudo.

 

Mas, ¡ay!, que no dilatas la inclemente

muerte, que en tu sangriento pecho llevas,

del crudo amor vencido y maltratado;

tú con el fatigado aliento pruebas

a rendir el espíritu doliente

en la lcorriente deste valle amado.

Que el ciervo desangrado,

que contigo la vida

tuvo por bien perdida,

no fué tan poco de tu amor querido,

que habiendo tan cruelmente padecido,

quieras vivir sin él, cuando pudieras

librar el pecho herido

de crudas llagas y memorias fieras.

 

Cuando por la espesura deste prado,

como tórtolas solas y queridas,

solos y acompañados anduvistes:

cuando de verde mirto y de floridas

violetas, tierno acanto y lauro amado,

vuestras frentes bellísimas ceñistes:

cuando las horas tristes,

ausentes y queridos,

con mil mustios bramidos

ensordecistes la ribera umbrosa

del claro Tajo, rica y venturosa

con vuestro bien, con vuestro mal sentida;

cuya muerte penosa

no deja rastro de contenta vida.

 

Agora el uno, cuerpo muerto lleno

de desdén y de espanto, quien solía

ser ornamento de la selva umbrosa:

tú, quebrantada y mustia, al agonía

de la muerte rendida, el bello seno

agonizando, el alma congojosa:

cuya muerte gloriosa,

en los ojos de aquellos

cuyos despojos bellos

son victorias del crudo amor furioso,

martirio fué de amor, triunfo glorioso

con que corona y premia dos amantes

que del siempre rabioso

trance mortal salieron muiy triunfantes:

 

canción, fábula un tiempo, y caso agora

de una cierva doliente, que la dura

flecha del cazador dejó sin vida,

errad por la espesura

del monte, que de gloria tan perdida

no hay sino lamentar su desventura.

 

 

 

 

 

TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

 

 

QUANTAS VEZES POR MIM TE HÁS ENFEITADO

 

Tradução conjunta de Anderson Braga  Horta, Fernando Mendes Vianna e José Jeronymo Rivera

 

Quantas vezes por mim te hás enfeitado,

ó clara e amiga noite! Quantas, plena

de escuridade e espanto, em vez, a amena

mansuetude do céu me tens turbado!

 

Estrelas há que sabem meu cuidado

e se têm regalado em minha pena;

que, entre tanta beldade, a mais serena

tem o peito de amor enamorado.

 

Elas sabem amar, e sabem elas

que hei contado seu mal, meu mal chorando,

envolvido nas dores de teu manto.

 

Tu, com mil olhos, noite, estas querelas

escuta e esconde, pois o amargo pranto

é fruto que ao amor, inútil, mando.                      

 

 

À FONTE DE FÍLIS

 

Tradução de Fernando Mendes Vianna

 

Esta é, Tírsis, a fonte onde soía
contemplar a beleza Fílis bela;

este o prado gentil, Tírsis, onde ela

a bela fronte com a flor cingia.

 

Aqui, Tírsis, a vi, quando saía

as luzes dando de uma e da outra estrela;

ali, Tírsis, me viu, e atrás daquela

faia se me escondeu, e entanto a via;

 

aqui, na gruta deste monte amado,

me deu a mão e me cingiu a fronte

de verdes heras e violetas ternas:

 

ao prado, à faia, à gruta, ao monte, à fonte,

e desparzindo ao céu olor sagrado,

rendo de tanto bem graças eternas.                              

 

 

A CORÇA

 

    Tradução de Fernando Mendes Vianna

 

Dolente corça, que o ferido lado

de peçonhenta e cruda erva cheio,

buscas a água de uma fonte pura,

com o cansado alento e com o seio

formoso do corrente sangue inchado,

débil e decaída a formosura:

ai! como a mão tão dura

que teu nevado peito

há posto em transe estreito,

gozosa vai com tal desdita, quando,

corça mortal, vivendo, estás penando

teu dessangrado e doce companheiro,

o regalado e brando

peito varado por veloz monteiro.

 

Volta, coitada, volta aos vales onde

ficou-te morto o amor, vãmente dando

um termo desditado à tua sorte;

morrerás em seu seio, reclinando

a beleza, que a crua mão esconde

diante da nuvem fúnebre da morte.

Que o passo duro e forte,

já forçoso e terrível,

não pode ser possível

que o perdoem os astros, permitindo

crudos céus que pereça se afligindo

com as emboscadas de um monteiro crudo

que veio te seguindo

pelos desertos deste campo mudo.

 

Mas, ai, que não dilatas a inclemente

morte, que em teu sangrento peito levas,

do crudo amor vencido e maltratado;

ai! que com o fatigado alento devas

render o teu espírito dolente

na corrente daquele vale amado.

Que o cervo dessangrado,

que assim, contigo, a vida

teve por bem perdida,

não foi tão pouco desse amor querido,

que havendo tão cruelmente padecido,

queiras viver sem ele, se puderas

livrar o peito ardido

de crudas chagas e memórias feras.

 

Quando pela espessura deste prado,

como pombas sozinhas e queridas,

andastes sós ou juntos vós vos vistes:

quando de verde mirto e de floridas

violetas, terno acanto e louro amado,

vossas frontes belíssimas cingistes:

quando nas horas tristes

ausentes e queridos,

com mil fundos bramidos

ensurdecestes a ribeira umbrosa

do claro Tejo, rica e venturosa

com vosso bem, com vosso mal sentida;

cuja morte penosa

não deixa rastro de contente vida.

 

Agora ele, corpo morto, cheio

de desdém e de espanto, e que soía

ser ornamento da floresta umbrosa:

tu, quebrantada e triste, à agonia

da morte entregue o teu formoso seio

agonizando, a alma angustiosa:

cuja morte gloriosa,

aos olhos e desvelos

desses despojos belos

são vitórias do fero amor furioso,

martírio foi de amor, triunfo glorioso

com que coroa e exalta dois amantes

que do sempre raivoso

transe mortal saíram triunfantes:

 

canção, fábula um tempo e caso agora

de uma corça dolente, que uma dura

flecha do caçador deixou sem vida,

errai pela espessura

do monte; que de glória tão perdida

só resta lamentar a desventura.                                   

 



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