FELIPE GARCÍA QUINTERO
Nace en Bolivar, Cauca, Colombia en 1973. Ha realizado estudios de Literatura, Crítica Cultural y Filología Hispánica em Popayán, Quito y Madrid.
Es autor de los libros de poemas vida de nadie (Altorrey Editorial, Madrid, 1999), piedra vacía (Ediciones de la Línea Imaginaria, CCE, Quito, 2001) y la herida del comienzo (Alhucema Libros, Granada, 2005); Ediciones Gitanjali de Mérida, Venezuela publicó la antología personal Honduras de paso en 2007.
Se desempeña como docente del Departamento de Comunicación Social de la Universidad del Cauca, Colombia.
TEXTOS EN ESPAÑOL / TEXTOS EM PORTUGUÊS
Vida de nadie
MI PADRE día a día, noche tras noche, alimenta con su vida a los cuatro caballos
ciegos que lo maldicen.
Los cuatro caballos ciegos le persiguen por el silencio de la casa que los esconde,
mientras lo miro lavar sus manos con la lluvia que escurre por los tejados rotos del
sueño.
Los cuatro caballos ciegos dé mi padre lo llevan a pasear por cuatro reinos
diferentes, donde todo recuerdo es una ruina.
Los cuatro nombres por los que me llama
MI MADRE gorda cuando duerme parece una ballena encallada en la playa.
Entonces río. Y mis ojos que la miran desde el sueño se vuelven agua de su océano y
mis manos arena de la orilla.
Mientras duerme pienso si la vida se entrega a la tierra como las ballenas y si en vano
ahora intento mover su cuerpo hacia las aguas que no quiere más visitar.
MI CASA, como el desierto, no tiene techo ni puerta, sólo boca.
Mi casa, como la piedra, no posee vigas ni cimientos, sólo una mano empuñada la
sostiene.
Esta casa la he construido quitando ladrillos y entregando mis huesos al vacío que
resta.
La casa es oscura como mi voz en sus corredores.
Vivo en la casa que camino. La que acecho y me persigue como el gusano tras la
carne enferma.
A cada grito se levanta; con cada silencio la destruyo
AQUÍ LOS ALIMENTOS detienen su transformación. Se agolpan en la garganta
como niños muertos en la luz del vientre, el amado sepulcro.
Aquí los pasos no avanzan, no llevan ni traen, aunque se escuchen alejarse cuando
llegan y tropiezan con uno adentro. Aquí la casa no es abrigo sino un pozo cegado.
Aquí la escritura no llama, no alumbra.
El alimento no alimenta, los pasos no parten ni llegan: caen y caen en una sola
música vacía. Aquí la voz se pierde entre sus oscuros cuartos.
Aquí no es un lugar.
(...)
El reverso, otro adentro
Miro los árboles, mansos en sus alturas,
al fondo del viento.
Una hoja caída recojo del suelo.
Y contemplo el revés de un color,
la transparencia de la sombra.
Otro aroma de la vida digo
y, ciego, sigo mi decir.
El cuerpo en su biografía de huesos
Instantes del aire
la carne ausente en su piel.
Aquí yace como el fuego
en los ojos del niño.
El ardor lame la sangre de su lumbre
y se embriaga de otro callar el enigma.
De
PIEDRA VACÍA
3a. ed. aumentada.
Popayán: Ediciones Axis Mundi, 2008
ISBN 958-8041-47-3
XIII
la lluvia vuelve a tus ojos en la voz de uma
música incierta.
La lluvia interior que acalla las palabras.
La vieja amiga de la infancia que entra por el patio
de la casa a cualquier hora y te aconseja cambiar de oficio.
La lluvia.
Sólo pides que siga y se lleve todo:
XIV
tal vez, y por su fin, estas palabras digan algo.
Lejos ya del mundo y de la mano que las traza,
pueda estar el camino.
Quizá, alguna tarde de outro cielo, estas palabras
se levanten y vayan por ahí, en paz y sin nombre, entre
el polvo nuevo.
Tal vez, porque al fin, por su fin, estas palabras
digan algo, no pidan nada:
XV
evio las palabras. A cada palabra evito las
palabras.
Con cada paso. Cuando escribo no quiero
usarlas; no quiero tocarlas cuando hablo.
Escribo para dejar de escribir.
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TEXTOS EM PORTUGUÊS
Tradução de Antonio Miranda
XIII
a chuva regressa aos teus olhos na voz de
música incerta.
A chuva interior que emudece as palavras.
A velha amiga de infância que entre pelo pátio da casa
a qualquer hora e te aconselha a mudar de ofíciol.
A chuva
Pedes tão somente que siga e leve tudo:
XIV
talvez, e afinal, estas palavras digam algo
Longe já do mundo e da mão que as traça, possa
estar o caminho.
Quiçá, alguma tarde de outro céu, estas palavaras
se levantem e saiam por aí, em paz e sem nome, no pó recente.
Talvez, porq enão enfijm, por su fim, estas palavaras digam
algo, não peçam nada:
XV
evito as palavras. A cada palavra evito
as palavras.
Em cada passo. Quando escrevo não quero usá-las;
não quero tocá-las quando falo.
Escrevo para deixar de escrever.
vida de ninguém
MEU PAI dia a dia, noite após noite, alimenta com sua vida os quatro cegos que o maldizem.
Os quatro cavalos cegos perseguem-no pelo silêncio da casa que os esconde, enquanto vejo-o lavar as mãos com a chuva que escorre pelos telhados rotos do sonhos.
Os quatro cavalos cegos de meu pai levam-no a passear por quatro reinos diferentes, onde toda lembrança é uma ruina.
Os quatro nomes com que me chama.
MINHA MÃE gorda quando dorme parece uma baleia encalhada na praia. Então, rio. E meus olhos que miram desde o sonho tornam-se água de seu oceano e minhas mãos areia das margens.
Enquanto durmo penso se a vida se entrega à terra como as baleias e se em vão agora tento mover seu corpo para as águas que não quer mais visitar.
MINHA CASA, como o deserto, não tem teto nem porta, apenas boca.
Minha casa, como a pedra, não tem vigas bem cimento, apenas mão empunhada a sustenta.
Esta casa eu construí tirando tijolos e entregando meus ossos ao vazio que resta.
A casa é escura como minha voz em seus corredores. Vivo na casa que caminho. A que espreito e me persegue como o verme atrás da carne enferma.
A cada grito se levanta, com cada silêncio a destruo.
AQUI OS ALIMENTOS estancam sua transformação. Acumulam-se na garganta como crianças mortas na luz do ventre, o amado sepulcro.
Aqui os passos não avançam, não levam nem trazem, embora escutemos distanciar-se quando chegam e tropeçam conosco. Aqui a casa não é abrigo senão um poço apagado, tapado. Aqui a escritura não chama, não ilumina.
O alimento não alimenta, os passos não vão nem chegam: caem numa única música vazia. Aqui a voz perde-se pelos quartos escuros.
Aqui não é um lugar...
(...)
O reverso, outro dentro
olho as árvores, mansas em suas alturas,
no fundo do vento.
Uma folha caída recolho do chão.
E contemplo o revés de uma cor,
a transparência da sombra.
Outro aromada vida digo
e, cego, sigo meu dizer.
o corpo em sua biografia de ossos
Instantes do ar
a carne ausente em sua pele.
Aqui jaz como o fogo
nos olhos do menino.
O ardor lambe o sangue de seu lume
e se embriaga de outro calar o enigma.
Página publicada em setembro de 2009 - ampliada e republicada em dezembro de 2013
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