Os anos passam e nos transformam, avivam nossos rancores.
Isso nos une para sempre, o que é um logro.
Nada quero saber de ti,
teus abraços enjoam,
teus lábios têm um sabor de fim-de-festa,
nunca sei se me importa o que realmente pensas.
Aqui está a paisagem, esta estúpida montanha
que sempre nos distrai de nós mesmos.
Não sei o que pensar da vida,
dos anos que miseravelmente passam.
Desde sempre nossos sonhos estão rotos
espargidos como cinza velha,
tudo aquilo que nos tornava indestrutíveis,
únicos, loucos.
E que sempre, oh querida, foi-nos negado com afã,
sem muita piedade, com medo
por alguém debochadamente superior
a nossas desditas e desamparos.
Este vestido não assenta bem em ti, querida.
Esquece, não sairemos esta noite.
Não chores, querida.
Calma, meu amor.
Devemos permanecer juntos, insubornáveis,
quase corajosos.
Obrigado, amor meu, por tanto ódio e rancor.
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Ruego por tí y por mí a este amor que se desgasta,
a este amor cubierto de palideces y pequeñas ondades,
. nuestra única meta alcanzada.
Cariño, que lo que hoy muere nos vuelva enemigos;
que, de algún modo, el rencor restituya la fuerza y los
anhelos erdidos,
esa dulce locura malversada en promesas, citas, encuentros,
en vaga lujuria.
Que el odio, amor, nos devuelva ese hermoso afán de
destruirnos en la vida.
Rogo por ti e por mim a este amor que se desgasta,
a este amor coberto de palidez e pequenas bondades,
nossa única meta alcançada.
Meu amor, o que hoje morre nos torna inimigos,
que, de certo modo, o rancor restitua a força
e os anseios perdidos,
essa loucura malversada em promessas, compromissos,
encontros, em vaga luxúria.
Que o ódio, amor, nos devolva este belo afã de
destruir-nos em vida.
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La tarde gris, enemiga, deshace la palabra que intenta
hechizar al corazón.
La tarde lastimosamente se ocupa de nuestros asuntos.
He aquí, pues, el blanco y desganado cielo bajo el cual
depositamos pasiones y penas;
he aquí el frío soplo bajo el cual desplegamos nuestro
inseguro arder;
he aquí el reino doloroso de nuestras voces y nuestros sueños.
Tarde que sirve de esperanza a otra tarde más sin esperanza.
A tarde cinza, inimiga, desfaz a palavra que tenta enfeitiçar o coração.
A tarde lamentavelmente se ocupa de nossos assuntos.
Aqui está, pois, o branco e apático céu sob o qual depositamos paixões e penas;
eis aqui o sopro frio em que desdobramos nosso inseguro arder;
aqui está o reino doloroso de nossas vozes e de nossos sonhos.
Tarde que serve como esperança a outra tarde mais sem esperança.
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No hablarás sino de tu sueño.
Años y años y de repente comprenderlo de este modo.
De repente, advertir que sólo cuenta apalearte, hacerte
daño, en esta dirección y no en otra.
Discípulo, en fin, de tus propios vacíos y desesperanzas,
de tus yagas razones.
Vuelve, pues, hoy a tí y reconfórtate en tu más piadosa
memoria.
Haz que brote un fulgor del resto de ceniza y
concede al menos una verdad, un orden, al croquis
ciego de tu aventura.
No equivoques el camino y
cuida que en adelante sólo la soledad caliente tu cuerpo.
Nada hay fuera de tí que de lejos te recuerde.
Falarás apenas de teu sonho.
Anos e anos e de repente compreendê-lo desta maneira.
De repente, advertir que apenas conta agredir-te, prejudicar-te, nesta direção e não em outra.
Discípulo, enfim, de teus próprios vazios e desesperanças, de tuas vagas razões.
Volta, pois, hoje a ti e consola-te em tua mais piedosa memória.
Faça com que brote um fulgor do resto de cinza e
concede pelo menos uma verdade, uma ordem, ao croqui cego de tua aventura.
Não erres o caminho e
cuida que daqui pra frente a solidão esquente teu corpo.
Nada há fora de ti que de longe te recorde.
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RESTREPO, Elkin. Objetos figurados en un paisaje a sola y Cinco poemas. Medellín, Colombia: Librería al pie de la Letra; El Tambor arlequín, 2009. 96 p. ilus. 11x16 cm. ISBN 978-958-44-551-2 Diseño de carátula ay diagramación: Marcela Mejía Escobar. Col. A.M.
El amor es para los jóvenes
El amor es para los jóvenes,
(para cuando se es joven),
y el cuerpo bello, insaciado aún,
torna única, inmortal, su aventura.
Cuando, en su placentera inconsciencia,
máquina divina, siervo del instinto,
acompaña al mundo en su alarde,
en su profusa manía de cubrir de destellos
lo que afanosamente huye.
Cuando, templo de aromas y resinas,
de dolencias voluptuosas,
lo decora una nube de claridad perdurable,
una ostentosa filantropía
que repara cualquier ventaja perdida.
Una vez él también fue joven,
y la belleza lo hirió,
dejándole abierta, inflamada la herida.
¿Qué era aquello,
que lo trastornaba de tal manera,
rehusándole incluso otra razón de vivir?
Un gamo atravesado por una bala perdida.
Un minúsculo grano de sal apisonada.
Un acosado receptor de sus propios
mensajes descabellados.
Eso era él.
Pequeño aún para las impresiones más
pequeñas.
Como aquella muchacha que, medio
siglo después,
se topó en una calle de París,
rubia, elegante, largas piernas,
que la encendida primavera
materializaba
allí mismo, avivándole a él los
sentimientos
de su ya lejana, primigenia visión,
muchacha de la cual nunca supo nada,
un nombre, una dirección,
una pista al menos.
Un fulgor, pues, inhumano,
una fugaz constatación
de lo inalcanzable que es la belleza,
conjetura y anticipo
de quién sabe cuántas otras cosas más.
A visión tan arquetípica,
siguió entonces el juego de las certezas:
las otras son un consuelo,
quédate con aquélla que te de consuelo.
La herida es incurable.
Una mañana, acosado por el deseo,
fue y busco en la calle a la mujer
con la cual aplacar su lujuria.
¿Cómo olvidarlo?
Entre las ventas de muebles y bares,
el hotelito disimulado,
el cuarto desnudo, el sol
prodigándose
detrás de las delgadas cortinas
como las palabras inescuchadas
de un inescuchado predicador.
Una joven, tan dócil y delicada,
impropia para oficios tales,
que a él le pareció
que a su primer pecado de amor
se le recompensaba doblemente
y de forma inmerecida.
Un caritativo sentimentalismo
que no pasó a mayores.
Un pensamiento enseguida
doblegado
por la fuerza del acontecimiento,
por aquella desnudez anidando
y a la espera.
(El primer acto del cual él era
dueño,
y que de repente lo convertia
en maculado varón en las hordas
de la vida).
El ritual, estricto.
Desbocado en su juego carnal,
mezcla de labios, vellos y olores,
de una untuosa quejumbre
—la misma
desde el mismo origen humano—,
que luego los arrebató hacia
el instante gozoso
de no ser nadie,
nada,
un crudo rezongar de bestia
desollada,
el postergado bramido
de alguna astrosa
cruzada angélica.
Ella lo había enlazado con sus
piernas,
presionándolo suavemente,
indicándole qué hacer,
a dónde ir,
cómo de la cadencia nacía el
estremecimiento,
cómo de la contienda
el insaciado regocijo de los
cuerpos
y cómo de su unión, bestia
uncida a su par,
el extasiado orden de las cosas.
Una figuración, un suceso,
que dejó a ambos exhaustos,
sin mucho que decirse,
salvo lo que sus ojos decían,
salvo lo que la vocal recogida
de sus sexos decía,
salvo lo que el amor sin amor
decía.
Contra lo imaginado,
no sintió culpa o vergüenza
alguna,
así a los ojos de Dios (que está
en todas
partes) hubiera faltado.
Así a los abotagados ojos de
Dios
(gran crustáceo surcando las
aguas
de mares hechos de
aburrición
y fastidio)
hubiera velado su vida.
Pero tenía veinte años,
y era hora de aliviar el alma
(y el cuerpo)
de cuanta porquería se había
echado encima,
hora de respirar nuevos aires,
aquellos que tan memorable
día le traían.
Había hecho suya a una
mujer,
a la más carnal y deleitosa
de las hetairas,
a la pequeña ramera que
sería siempre su ramera
cada que del AMOR
terreno se tratara,
y esto cambiaba
Su VIDA.
A seguir, a tradução ao Português:
O amor é para aos jovens
O amor é para os jovens,
(para quando somos jovens),
e o corpo belo, insatisfeito ainda,
única, imortal, a aventura.
Quando, em sua prazerosa inconsistência,
máquina divina, servo do instinto,
acompanha o mundo em seu alarde,
em sua profusa mania de encobrir centelhas
o que afanosamente foge.
Quando, templo de aromas e resinas,
de dolências voluptuosas,
orna-o uma nuvem de claridade duradoura,
uma ostentosa filantropia
que restaura qualquer vantagem perdida.
Uma vez ele também foi jovem
e a beleza o feriu
deixando-lhe aberta, inflamada, a ferida.
Um cervo atravessado por uma bala perdida.
Um minúsculo grão de sal pisoteado.
Um acossado receptor de suas próprias mensagens descabeladas.
Assim era ele.
Pequeno ainda para as impressões
menores.
Diminuto e insignificante para suportar
mistério tão singular. O amor, a beleza.
Recorda como se fosse ontem.
Beatriz (uma forma de dizer) cruzando com ele a praça.
De porte e andar angélico, pouco terrena.
Como aquela moça que , meio século depois,
encontrou numa rua de Paris,
loura, elegante, pernas longas
que a acesa primavera materializava
ali mesmo, avivando os sentimentos
de sua já distante primogênita visão,
moça de que nada sabia,
um nome, um endereço,
uma pista pelo menos.
Um fulgor, pois, desumano,
uma fugaz constatação
do inalcançável que é a beleza,
conjectura e antecipação
de quem sabe muitas outras coisas.
Visão tão arquetípica,
seguiu então o jogo das certezas:
as outras são um consolo,
fica com aquela que te dê consolo.
A ferida é incurável.
Uma manhã, acossado pelo desejo,
foi e buscou na rua aquela mulher
com quem aplacar sua luxúria.
Como olvidar?
Entre as vendas de móveis e bares,
o hotel dissimulado,
o quarto despido, o sol pródigo
detrás das grossas cortinas
como as palavras não escutadas
de um não escutado predicador.
Uma jovem, tão dócil e delicada,
imprópria para tais ofícios,
que se lhe afigurou
que a seu primeiro pecado de amor
recompensava-o duplamente
e de forma imerecida.
Um caritativo sentimentalismo
que não passou aos mais velhos.
Um pensamento logo sujeito
pela força do acontecimento,
por aquela desnudez aninhando
na expectativa.
O primeiro ato que dominava,
e que de repente o convertia
em maculado varão nas hordas da vida.
O ritual, estrito.
Desbocado em seu jogo carnal,
mescla de lábios, pêlos e odores,
de um untuoso queixume o mesmo
a própria origem humana —,
que logo os arrebatou para o instante do gozo
de não ser ninguém,
nada,
um cru resmungar de besta desolada,
o postergado bramido de alguma astrosa
cruzada angélica
Ela o havia enlaçado com suas pernas,
pressionando-o suavemente,
indicando o que fazer, para onde ir,
como da cadência nascia o estremecimento,
como da peleja
o insaciado regozijo dos corpos
e como de sua união, besta ungida em seu par,
a extasiada ordem das coisas.
Uma figuração, um logro,
que deixou ambos exaustos,
sem terem o que dizer,
exceto o que a vogal colhida de seus sexos dizia,
exceto o que o amor sem amor dizia.
Contra o imaginado,
não sentiu culpa ou vergonha alguma,
assim aos olhos de Deus (que está
em toda parte) houvesse faltado.
Assim aos exorbitados olhos de Deus
(enorme crustáceo sulcando as águas
dos mares feitos de
aborrecimento
e fastídio)
houvesse velado sua vida.
Mas tinha apenas vinte anos
e era hora de aliviar a alma
(e o corpo)
de quanta porcaria levava em cima,
hora de respirar novos ares.
aqueles que tão memorável dia lhes tra(z)iam.
Havia tornado sua uma mulher,
a mais carnal e deleitosa das hetairas,
à menor rameira que seria sempre sua rameira
cada quê do AMOR
terrenal se tratava
e isto mudava
sua VIDA.
RESTREPO, Elkin. Como en tierra salvaje, un vaso griego. Sevilla: Sibilina, 2012. 68 p. 15x21 cm. ISBN 978-84-92705-17-7 Col. A.M.
Odisea, canto iv
Cuando Telémaco viajó a Esparta
para indagar acerca de la suerte de su padre
—del cual pasaban los años sin noticia alguna—,
Helena y Menelao lo acogieron en su casa.
El episodio, uno más entre tantos otros de la Odisea,
es el único en el cual Hornero alude
a la mujer cuya belleza causó una guerra.
Sin embargo, nada dice acerca de su aspecto,
ahora que Helena es una mujer otoñal,
y si pudo evitar el estrago de los años.
Hornero calla, no sabemos si por piedad
o porque es vano, cosa inútil,
desmentir la leyenda.
Si Helena produjo la envidia de Afrodita,
¿para qué detenerse ahora en vejeces
y relatar esa suerte común a todos los mortales?
Cuidar del destello olímpico,
conservar encendido lo perenne,
es tarea del aeda.
Supongamos que Hornero, al callar,
así quiso dejárnoslo dicho.
Oficio
Volver una y otra vez sobre lo escrito,
qué duro oficio.
Un verso, un tono, una palabra,
el sentido de una estrofa,
algo hace falta allí,
algo que dispute una razón
al vano esfuerzo de vivir.
Y el trabajo se torna un imposible.
¿Cómo darle forma
a lo que allí se rehuye sin cesar?
¿De qué modo conseguir que tanta labor
lleve a alguna parte?
El oficio no es suficiente.
Indecible es lo que el poema acuña
por fuera de su balanza.
Pero un día, el menos esperado,
el talismán perdido aparece,
y la palabra, el giro, el acento
que hacía falta, llega
y, una vez más,
la música que oyes, te salva.
Traduções de Antonio Miranda:
Odisséia, Canto IV
Quando Telêmaco foi a Esparta
para indagar sobre a sorte de seu pai
— do qual há anos não se tinha notícia —,
Helena e Menelau acolheram-no em sua casa.
O episódio, um entre tantos da Odisséia,
o único em que Homero alude
à mulher cuja beleza provocou uma guerra.
No entanto, nada diz sobre o seu aspecto,
agora que Helena é já mulher outonal,
e, sim, logrou evitar o estrago dos anos.
Homero se cala, não se sabe se por piedade
ou porque é vã, coisa inútil,
desmentir a lenda.
Se Helena produziu a inveja de Afrodite,
para deter-se agora em velhices
e relatar essa sorte comum a todos os motais?
Cuidar do lampejo olímpico,
conservar aceso o que é perene,
é tarefa do aedo.
Suponhamos que Homero, ao calar,
quis assim deixar o não dito pelo dito.
Ofício
Voltar uma e outra vez sobre o escrito,
que duro ofício.
Um verso, um tom, uma palavra,
o sentido de uma estrofe,
algo faz falta ali,
algo que dispute uma razão
no vã esforço de viver.
E o trabalho se torna um impossível.
Como dar-lhe forma
ao que ali se recuse sem cessar?
De que modo conseguir que tanto lavor
chega a algum lugar?
O ofício não basta.
Indizível é o que o poema cunha
por fora de sua balança.
Mas um dia, o menos esperado,
o talismã perdido aparece,
e a palavra, o giro, o acento
que estava faltando, aparece,
e, uma vez mais,
a música que ouves, te salva.
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Antonio Miranda e Elkin Restrepo no X Festival de Poesia de Granada, Nicaragua, fevereiro de 2014