LA METÁFORA CONCRETA 
                    
                  por Antonio Miranda 
                    
                                    Prólogo  del libro DESCALZOS SOBRE  LAS BRASAS 
                                    Poemas de Juan Carlos Pajares. 
                                    Portada e ilustraciones de Amancio  González 
                  León (España): Eje Producciones Culturales, 2007. 
                    
                    
                    
                  Estamos ante  un poeta maduro, a pesar de su juventud. Juan Carlos Pajares ha madurado en sus  textos de punzante humanidad, de desconcierto y perplejidad (“Sí al menos  supiera quiénes son estos/ que sonríen y saludan desde los espejos.”).  Desde su “Dolor umbilical” de “útero inhabitable” hasta sus “ingrávidos  adentros”. Poemas de carne y flagelación. Se podría hablar de una metáfora  concreta en que las palabras son las cosas que nombran, no están en su lugar: “No  quiero palabras que me sepulten”. El poeta rumia las palabras que elige. Su  lenguaje está muy lejano de la asepsia que nos reclama un Fernando Pessoa al  elegir la rosa como rosa, la piedra como piedra. Tiene vertientes del  surrealismo y del “real maravilloso” en que se imbrican fantasía y realidad – “por  las piedras que cuelgan del cielo” -, como en Rulfo,  que el poeta reverencia. La sensualidad se  expresa en la degustación de las palabras: “Seré  cauce/ de vuestra sangre, terreno fértil/ donde germinen vuestros abrazos”,  donde su juventud es evidente, por arder y verterse en signos y recurrencias  existenciales.  “Cómo podremos amarnos sino en la inapetencia/ de todo, sin sentido,  sin tregua,/ cuando ya no nos quede ningún deseo.” Y concluye, perentorio: “Después del dolor no hay nada.” 
                    
                  El   gran  pensador Edgar Morin se refirió a las rupturas y a las revueltas de  la poesía en su trayectoria humana. El célebre filósofo del pensamiento  complejo sostiene la tesis de que “el futuro de la poesía está en su propia  fuente” como nos enseña Pajares, queriendo demostrar que es recursiva, que se  alimenta de la tradición y en la renovación y que, además de plasmar  sentimientos, es también una fuente de conocimiento y de autoconocimiento. Una  dialéctica insoluble entre el lenguaje empírico, práctico y lo que es  simbólico, mítico, mágico. El poeta habita estas dos dimensiones.  
                    
                  Pajares  indaga también sobre la trascendencia a partir de la existencia y se confronta  con el enigma de un Dios, lejano y omnipresente: “El que acoge compasivo a un dios/ huidizo, indigno, minúsculo y  cobarde” quizá un Dios hecho a semejanza del hombre, originario de él, del  cual tendremos que huir para que no nos subyugue. “Y entre todos no hallaron a Dios/ ni Rastro de Él ni Huellas ni Heces/  o ramas Rotas o Restos de Su Piel No Estaba.”  Hay que referirse a la ironía en el uso de las  mayúsculas. 
                    
                  Un  libro de estreno de quien llega con discurso propio y elevado. Hay que seguir  sus pasos futuros que preconizan un sendero luminoso.  
                    
                  No  es menor la participación del artista plástico Amancio González. Además de ser  un escultor de gran talento es – como se puede aquilatar en el libro – un  dibujante que domina el oficio con maestría. Su trazo es firme y sugestivo,  fuerte. 
                    
                  No  nos presenta meras ilustraciones sino que realiza una obra singular, construye  un espacio de imaginación e interpretación que, en vez de ser apenas un  complemento, expande las ideas y sensaciones del texto, visualizándolo  sobremanera. Es un discurso interdependiente, que se impone y conquista el  reconocimiento. 
                    
                  Hay  que disfrutar de las sutilezas de sus líneas y trazos, que componen un recorrido  lleno de fina y a la vez grotesca belleza. Cuerpos desnudos, de exagerada  complexión, entre ingenua y cruel, en una relación de cuerpos e imágenes entre  clásico y moderno, o sea, en un conflicto de equilibrio y ruptura. Un bello  trabajo que, con la poesía de Pajares, compone un libro primoroso, un feliz  (aunque difícil) diálogo entre figura y palabra.  
                    
                                                                                 Antonio  Miranda, 
                                                                                          desde Brasil.  |