CARLOS MANINI RIOS
Carlos Manini Ríos (París, 18 de octubre de 1909 - Madrid, 20 de abril de 1990, político uruguayo, perteneciente al Partido Colorado.
Egresó de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, con el título de Abogado en el año 1934.
Hijo del líder colorado riverista Pedro Manini Ríos, nació en Francia durante el largo viaje de bodas de sus padres. Dedicado desde muy joven a la política, en 1934 fue electo diputado. Cuatro años más tarde pasó a ser subsecretario (viceministro) del Ministerio del Interior, cargo que ocupó hasta 1940. En las elecciones de 1946 obtuvo una banca en la Cámara de Senadores, para la que resultó reelecto cuatro años después, permaneciendo en la Cámara Alta hasta 1955. Ese año asumió la dirección del periódico La Mañana, fundado por su padre, y se alejó transitoriamente de los cargos públicos.
En las elecciones de 1962 fue candidato al Consejo Nacional de Gobierno en la lista que encabezaba Óscar Diego Gestido. Volvió a los primeros planos de la actividad política en 1967, cuando el antes nombrado, ya Presidente de la República, lo nombró director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) recientemente creada. Ocupó asimismo la titularidad de los ministerios de Educación y Cultura y de Hacienda (hoy Economía y Finanzas) bajo los mandatos de Gestido y de Jorge Pacheco Areco. En 1971 fue designado embajador ante el Brasil, permaneciendo en dicha embajada hasta 1977.
En 1980 se manifestó contrario a la reforma constitucional propuesta por la dictadura militar ese año, y que fue rechazada en plebiscito. Desde entonces, pasó a ser uno de los dirigentes del Partido Colorado en los años de la transición a la democracia. En 1985, al asumir como Presidente de la República, Julio María Sanguinetti lo nombró Ministro del Interior. En octubre de ese año, la detención de un diputado del Frente Amplio durante una manifestación, en violación a sus fueros parlamentarios, lo llevó al borde de ser censurado por el Parlamento, pero el apoyo de Sanguinetti, que amenazó incluso con poner en juego el mecanismo constitucional que habilitaba la disolución de las Cámaras en caso de censura a un Ministro, le permitió permanecer en su cargo, que abandonó en abril de 1986.
Manini Ríos fue un destacado ensayista, escribiendo varios libros sobre la historia del Uruguay, en particular sobre las primeras décadas del Siglo XX, como "Anoche me llamó Batlle", "Crónica política del Uruguay contemporáneo", etc. Escribió también novelas y poesía. Falleció, a los 80 años, durante un viaje a España. Fonte: wikipedia
Um Voluptuoso da Imagem
Urde-se a poesia de Carlos Manini-Rios antes no plano das imagens que sob os impulsos da imaginação ou das ideias. É uma poesia despojada de conotações metafísicas e imune ao hermetismo. Elabora-se sob a influência das associações sensoriais, à medida que, através da apreensão pelos sentidos dos elementos encantatórios do real, a emoção estética movimenta os instrumentos da criação artística.
Cada poema seu figura um mosaico em que os recursos expressionais fixam a riqueza imagística do tema, sob a euforia do instante. A efêmera percepção objetiva, entretanto, extrapola as dimensões da realidade transitória. Revalorizada pelo sentimento poético, adquire o ritmo e a forma que lhe assegurarão condições de permanência, à face do tempo, como produto acabado da inteligência. A "thing of beauty", de Keats.
Note-se, porém, que essa polarização à base das "justaposições sensoriais" — também já assinaladas em Herrera y Reissig — não se exaure numa explosão de luzes e cores, em termos pura mente descritivos. O critério seletivo mantém-se vigilante, mesmo sob o impacto das sensações, a fim de que o poeta se realize esteticamente, dono e senhor de seu universo artístico e consciente das realizações que nele vão emergir.
Dai resultam a unidade estrutural, o intimo equilíbrio de cada poema de Carlos Manini-Rios, como se, neles, os vários componentes se ajustassem reciprocamente, numa perfeita conexão entre o racional e o emocional. O alumbramento visual, o atordoamento auditivo, nesse mundo de valores plásticos e sônicos que lhe ferem a sensibilidade, não comprometem a qualidade artística de suas criações. Ele se conserva atento à necessidade do ordenamento lógico das emoções, com o pleno governo de suas fórmulas de expressão verbal.
WALDEMAR LOPES
TEXTO EN ESPAÑOL / TEXTO EM PORTUGUÊS
Carlos Manini-Rios
Romance do rincão de Ramírez
Tradução de Domingos Carvalho da Silva.
Brasília: Gráfica-Escola de Jornal e Artes, 1975.
30 p. ilus.
TEXTO EM ESPAÑOL
Detalhe da cédula de 1 peso emitida em 1867
1
Las tierras son como un plato
más al este de Vergara.
Llanura de campos bajos,
Rincón de Ramírez llaman.
Los cuatro vientos la envuelven
con cuatro reflejos de agua.
Por el norte el Tacuarí
divide las tierras altas,
y por el sur, lujurioso,
el Cebollatí la enlaza;
al oeste está el Parao
que nace en sierras lejanas;
por el este la Laguna
con horizonte de plata.
Allí las cuatro estaciones
han colocado sus marcas.
El verano en los terrones
abre grietas con su azada
y la sed queda babeando
sobre las últimas charcas.
El otoño trae los vientos
y las brumas y la helada;
en los esteros quemados
renace la paja brava;
tenaces los tacuruces
sus mil bonetes levantan.
El invierno, por peinarse,
multiplica lunas de agua;
las carretas se detienen
en los barros, estaqueadas,
y entre las chilcas se arrollan
con calambres, las majadas.
La primavera hace juegos
de tormenta inesperada,
con pamperos y con lluvias
que las esquilas amargan.
La tierra es dura y difícil,
pero al hombre no acobarda,
que en la lucha se ha templado
el nervio de la campaña.
2
Refieren los hombres viejos
que en otros tiempos trotaban
aquellos campos sin límites
innumerables yeguadas.
Tengo dos grandes graseras
en el patio de la Estancia:
allí se hervían los sebos
de yeguas desgarronadas.
Hoy, en su vientre oxidado,
han florecido unas calas.
Eran entonces los días
en que sólo se cruzaban,
por los senderos perdidos
y la espinosa picada,
contrabandistas audaces
o partidas coloradas;
cuando los tigres venían,
afilándose las garras,
desde las sierras de Otazo
hasta la costa de Ayala,
buscando el cuello al venado,
al borde de las cañadas;
cuando el Rincón tuvo puerta
y guardián que vigilaba.
Del Tacuarí al Parao
habrá dos leguas escasas,
única vía de tierra
que al Rincón sirvió de entrada.
Allí muestran todavía,
en las piedras derrumbadas,
el sitio de una azotea
que Ramírez levantara,
haciendo de centinela
de las tropas y manadas
que arreaban gauchos de vincha,
a los gritos y pechadas.
Era un relinchar de potras
moras, gateadas y bayas,
que venían desde lejos
a criar cola en la llanada;
era un tronar de pezuñas
y un tabletear de las aspas,
cuando de la tropa chúcara
disparaba la torada
y a los toros más ariscos
se les tajeaba la cara
para que la sangre ciegue
su furiosa atropellada.
Tiempos de trabajos crudos,
a campo, sin alambradas,
a puro lujo de lazo,
lidiando haciendas bagualas.
Solamente queda el nombre
y el recuerdo tiene canas.
Hoy hay un cinto de acero
para que silben las máquinas
y se escuchan los motores
con su tambor de eficacia.
Un firme verde ha nacido
en la arrocera cercana
y se encienden nuevas luces entre plantíos y chacras.
La vida se está cambiando
pero el paisaje no cambia.
3
La Laguna le da un clima,
con sus vientos y sus calmas,
y abre a los hombres curtidos
una frontera sin trabas.
En la costa se sentía
el chapotear de una barca.
Bajo las noches sin luna
van las yeguas enrabadas
envueltas en arpillera,
son sin eco sus pisadas.
Los cargueros están ricos
de dulce, tabaco y caña.
Con un rumbo hecho de instinto,
por las sendas extraviadas,
con ojos como puñales
y la colilla apagada,
los contrabandistas cubren
sus destinos con sus armas.
Duerme la noche sus sombras
con cuna de grillo y rana.
En la isla de los mimbres,
ay, que no esperen los guardas,
que la sorpresa se enciende
en fogonazos sin alma.
Esos hombres silenciosos
no abandonarán su carga.
Quedará sobre los pastos
otra vida desangrada
y otros prófugos huirán
por las fronteras tan amplias.
Viniendo de la Laguna,
después de cruzar Zapata,
se encuentra aquel poste flojo
ofreciendo una apretada.
El vecino está esperando
que lleguen tabaco y caña,
novias de la soledad
para esas vidas tan ásperas.
Entra en el patio el carguero
en la noche en que no ladran
los perros que, junto al rancho,
reconocen las pisadas.
4
Amanece en los bañados
que han florecido mil alas
con un coro de chillidos
que se eleva sobre el alba.
Al borde de los juncales
un juangrande se acicala
con el aspecto severo
de su estúpida importancia.
Desde el nidal del estero
emprenden vuelo las garzas
y una escuadrilla de patos
se aleja sobre la playa.
En el monte de la costa
los zorzales y calandrias
combinan trinos lujosos
con el sol de la mañana.
Una vida se diluye,
otra vida se levanta.
Los fogones encendidos
han calentado las pavas,
negras de los diez mil humos
que llevan hirviendo el agua
para todos los porongos
y los partos de la casa.
La leche de apoyo sube
su crema de espuma blanca.
En cada lomo se aprietan
basto, pelego y badana.
Todavía están los pastos
enjoyados por la escarcha.
Los horizontes se elevan
sobre la fría mañana
y el sol se viene esforzando
por conseguir entibiarla.
Tranqueando el caballo moro
tanteo la hoja afilada
porque a lo lejos he visto
como tres cuervos señalan
el punto en que se ha entregado
la oveja que estaba echada.
Será otro vellón perdido
y un cuero de media lana.
Su paso desanimado
apartan las vacas mancas.
La llanura está cobrando:
su cuenta no tiene lástima.
El trabajo mide el tiempo,
los relojes no hacen falta.
Voluntario por la vuelta,
alegra el flete su estampa;
sus cascos van resonando
el parche de tierra llana.
En el estómago zumban
los cantos de la cigarra
y la sed de mate amargo
se viene por la garganta.
El moro de cabos negros
va acortando la distancia;
los cangrejos traicioneros
no le entreveran las patas.
El mediodía se angosta
en la sombra de las casas.
Frescura de la solera,
cómodo de silla baja.
Imaginando la siesta,
los párpados ya se ablandan.
5
Las lisas están jugando
al rango bajo del agua.
Paciencia de mano ruda
en el aparejo aguarda
el tirón del bagre herido.
! Cuidado su chuza brava !
Las luces se consumieron
en madeja anaranjada
y un silencio de cien ruidos
desciende sobre la Estancia.
Buscan su nido los pájaros
batiendo un murmullo de alas.
La media luna, vestida
con un camisón de gasa,
anuncia la cerrazón
que despertará mañana.
Farolitos de luciérnagas,
bailando su sarabanda,
son un regalo de estrellas
que hasta la mano se bajan.
! Ay que se gasta del todo
otra de nuestras jornadas !
La tristeza del poniente
es brevedad revelada.
Está el fogón en silencio,
pero en el silencio se habla
cada cual con sus recuerdos,
en torno de las mismas brasas.
! Ay la congoja que sube !
Pasen el vaso de caña.
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TEXTO EM PORTUGUÊS
Detalhe de um litografia de 1875
editada pelo American Bank em 1875.
1
São as terras qual um prato
para leste de Vergara.
À várzea de campos baixos,
Rincão de Ramírez chamam.
Os quatro ventos a envolvem
com quatro reflexos de água.
Pelo norte o Taquari
separa as terras mais altas;
pelo sul, exuberante,
o Cebolati a abraça;
o Parao, que corre a oeste,
nasce em serras afastadas;
a leste fica a Lagoa
com horizontes de prata.
Ali as quatro estações
imprimiram sua marca.
O verão, no lado seco,
abre fendas com a enxada,
e sobre as últimas poças
a sede deixa sua baba.
Chegam com o outono os ventos,
as brumas e a geada,
e pelos brejos queimados
reverdece a palha brava;
tenazes, os cupinzeiros
mil capacetes levantam.
Para pentear-se, o inverno
multiplica luas de água;
os atoleiros detêm
as carroças, esfaqueadas,
e, entre os caniços, com cãimbras,
se reúnem as manadas.
A primavera tem jogos
de tormenta inesperada,
com minuanos e chuvas
que nas tosquias se agravam.
A terra é dura e difícil,
porém jamais acovarda
o homem que temperou
na luta do campo a alma.
2
Os homens mais velhos contam
que em outros tempos trotavam
naqueles campos sem fim
inumeráveis eguadas.
No pátio da Estância tenho
dois grandes tachos de banha,
de derreter a gordura
das éguas espostejadas.
Hoje, em seu ventre oxidado,
abre-se em flor uma planta.
Corriam então os dias
em que apenas se cruzavam,
pelos caminhos perdidos
e as espinhosas picadas,
audazes contrabandistas
ou patrulhas coloradas;
dias em que os tigres vinham
afiando as duras garras,
das altas serras de Otazo
até a costa de Ayala,
caçando, à beira dos vales,
o cervo pela garganta;
em que o Rincão tinha porta
e vigia que o guardava.
Do Taquari ao Parao
vão duas léguas escassas,
única tira de terra
que ao Rincão serviu de entrada.
Ali se mostra até hoje,
nas pedras desmoronadas,
o lugar de uma soteia
que Ramírez levantara,
servindo de sentinela
às tropas e às manadas
tangidas pelo gaúchos
entre gritos e peitadas.
Era um relinchar de potras
ruças, baias e gateadas,
que vinham de muito longe
criar crinas nessas várzeas;
era um trovejar de cascos,
um estalar de chifradas,
quando da tropa bravia
a boiada disparava,
e aos touros, aos mais ariscos,
na testa um talho se dava
para que o sangue cegasse
a fúria desabalada.
Tempos de trabalho duro
em terras nunca cercadas,
domando cavalos xucros
no requinte da laçada.
O nome é só o que ficou,
e a envelhecida lembrança.
Há hoje um cinturão de aço
por onde silvam as máquinas,
e se escutam os motores
com seu tremor de eficácia.
Um verde firme nasceu
no arrozal da vizinhança
e novas luzes se acendem
entre culturas e chácaras.
A paisagem não mudou,
a vida é que está mudada.
3
A Lagoa dá-lhe o clima
com seus ventos e suas calmas,
e abre aos homens tisnados
uma fronteira sem marcas.
Na praia se pressentia
o chapinar de uma barca.
Vão, sob as noites sem lua,
as éguas enfileiradas.
Patas forradas de estopa,
são sem ruído as pisadas.
Os alforges estão ricos
de doce, fumo e cachaça.
Com rumo feito de instinto,
pelas trilhas extraviadas,
olhos de punhal, e a ponta
da cigarrilha apagada,
os contrabandistas cobrem
o destino com suas armas.
Num berço de rãs e grilos,
sombras a noite calanta.
Que lá na ilha dos vimes
não os esperem os guardas,
pois a surpresa se acende
entre os balaços sem alma!
Esses homens silenciosos
jamais largarão a carga.
Ficará no pasto o sangue
de outra vida chacinada,
mais fugitivos irão
por essas fronteiras largas.
Quando se vem da Lagoa,
depois de cruzar Zapata,
há na cerca aquele ponto
frouxo, por onde se passa.
O vizinho está esperando
que cheguem fumo e cachaça,
as noivas da solidão
para essas vidas tão ásperas.
Penetra no pátio a azêmola
pela noite em que não ladram
os cães, que, à beira do rancho,
reconhecem as pisadas.
4
Amanhece pelos mangues
que floresceram em asas
com um coro de chilreios
que passa por cima da alva.
À borda de uma junqueira
um alcatraz se prepara
com todo o aspecto severo
de sua imponência falsa.
Dos ninhos junto ao ribeiro
saem para o vôo as garças
e uma esquadrilha de patos
por sobre a praia se afasta.
No monte, ao lado da costa,
estorninhos e calhandras
acertam trinos pomposos
com o sol da manhã clara.
Uma vida se dissolve,
outra vida se levanta.
Os fogareiros acesos
estão aquecendo as latas,
já negras de muito fumo,
que levam, fervendo, a água
para o chimarrão das cuias
e para os partos da casa.
O leite esguichado alteia
seu creme de espuma branca.
Em cada lombo se apertam
selim, xairel e badana.
Ao mesmo tempo nos pastos
briha o enfeite da nevada.
Os horizontes se elevam
por sobre a manhã gelada
que o sol dissipa insistindo
no esforço de suavizá-la.
Domando um cavalo ruço
tateio o gume da faca
por ter à distância visto
como três urubus marcam
o lugar onde ficou
a ovelha que desgarrara.
E' mais um tosão perdido
é um couro de lã mediana.
Seu passo desalentado
arrastam as vacas mancas.
E' o descampado que cobra
seu preço sem tolerância.
O trabalho mede o tempo,
relógios não fazem falta.
Apressa o pingo na volta
o trote, alegrando a cara;
seus cascos vêm ressoando
no tambor da terra plana.
Está zunindo no estômago
o estridular de cigarras,
e a sede de mate amargo
subindo pela garganta.
O ruço de patas negras
vem encurtando a distância;
a buraqueira emboscada
não pode entrever-lhe as patas.
O meio dia se aperta
por entre a sombra das casas.
Amenidade do alpendre,
repouso em cadeira baixa.
Só de imaginar a sesta
já desfalecem as pálpebras.
5
As liças estão brincando
de eixo-badeixo nas águas.
A paciência da mão rude
segura o caniço e aguarda
o puxão do bagre preso.
Cuidado com a pancada'.
As luzes se consumiram
em flocos cor de laranja
e um silêncio de cem ruídos
vai descendo sobre a Estância.
Procuram seu ninho os pássaros
batendo um murmúrio de asas.
A meia lua vestida
de uma camisa de gaza,
anuncia a cerração
que amanhecerá acordada.
Lanternas de vagalumes
dançando uma sarabanda,
são uma prenda de estrelas
que ao alcance da mão baixam.
Ai, que se gasta até o fim
outra de nossas jornadas}
É a tristeza do poente,
brevidade revelada.
Está o braseiro em silêncio,
mas no silêncio se fala,
cada qual de sua vida
ao redor das mesmas brasas.
Ai, esta angústia que aperta!
Venha o copo de cachaça.
Página publicada em janeiro de 2011
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