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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

VICTOR VILLEGAS

 

Nacido en San Pedro de Macorís, República Dominicana.

EDUCACIÓN: Universidad de Santo Domingo (Doctor en Derecho, 1947); Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

PROFESIÓN: Profesor de Literatura en la Facultad de Humanidades, 1969. Profesor de Literatura Universal e Historia de la Literatura en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Profesor de la Propiedad Intelectual e Industrial en la escuela de Derecho de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) en la Maestría de Derecho Empresarial y Legislación Económica. Director de la prestigiosa revista de Arte y Literatura Yelidá. Presidente saliente de la Asociación Dominicana de la Propiedad Intelectual (ADOPI). Presidente actual de la Editora Nacional de la República Dominicana. Socio en Jorge Mera & Villegas.

PREMIOS: Premio Nacional de Poesía, 1982. Medalla al Mérito Literario Hispanoamericano, Caracas, Venezuela. Medalla al Mérito Literario José María Heredia, Cuba. Premio de Literatura Hispano América. Compareció durante el evento Poesía Internacional 1985, de la Universidad de Colorado. Premio Nacional de Literatura 2000.

AFILIACIONES: Miembro prominente de la Generación del 48. Miembro activo de la Academia de la Lengua de la República Dominicana. Miembro del Ateneo Dominicano. Miembro de Los Diez o Comisión Internacional Consultiva de la Federación Latino-Americana de Sociedades de Escritores. Miembro de la Academia Dominicana de Letras. Presidente de la Unión de Escritores Dominicanos. Miembro de Honor del Centro Cultural Venezolano-Colombiano. Presidente del Comité Haitiano-Dominicano por la Integración de la Cultura. Miembro del Comité Internacional por la Soberanía de los Pueblos. Miembro del Colegio de Abogados de la República Dominicana; y la Asociación Interamericana de la Propiedad Industrial (ASIPI).

PUBLICACIONES: Escritor de 10 libros sobre Literatura y Poesía: "Diálogos con Simeón," 1977; "Charlotte Amalie," 1980; "Pedro René Contín Aybar, Selección y Prólogo de su Poesía," 1980; "Antología de Poetas Petromacorisanos," 1982; "Juan Criollo y otras Antielegías" (Premio Nacional de Literatura, 1982); "Botella en el Mar," 1972; "Cosmos," 1986; "Poco Tiempo Después," 1991; "La Luz en el Regreso" (Antología), 1993; "Antonio Fernández Spencer, Poeta y Humanista, Ensayos Críticos," 1995; "Ahora no es Ahora," 1997; "Jamás," 2000; "Muerte Herida," 2002. "Poética y presencia de Pablo Neruda en la República Dominicana," 2004; "La muerte al borde de la muerte," 2005; "Sueño y realidad," 2006. Fuente:
http://www.jmv.com.do  

 

TEXTOS EN ESPAÑOL   -   TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

         ELEGÍA FUERTE

 

Fue después debajar la pendiente de caliche
que en los días lluviosos
amontona su lejía em los techos
apenas sostenidos en el aire.
Antes había cruzado los matorrales de cadillos
que separan su casa de la escuelita
del bairro donde juegan al a b c los
pequeñuelos a la sombra roja
de los flamboyanes.

Los buenos días no lo inmutaron porque
aún tenía en la mente  lo de la sociedade
y su dinámica, según lo había leído
hasta la madrugada, y aunque
no lo entendia del todo
sabía que para aprender se requería,
un largo sendero de inquietud,
de oscuros rostros, de días
vueltos al revés;
una miga de pan mordida por la prole
que ausculta en el vacío,
que caza sueños y cenizas y
un estar solo o en medio de la
ira colectiva
o atravesar libros y liceos, vidrios
en las paredes, en las conversaciones,
en las calles donde reparte
el hambre
su gozosa ponzoña.

La vidente del naranjo, mientras
hacía su moño y rezaba de espaldas a la
santería por el enfermo del demonio,
por la esposa burlada
y por aquellos que temen no volver
jamás,
no reparo en los acelerados pasos,
ni en el sucio pantalón,
ni en los ojos contentos, ni siquiera
en el libro debajo del brazo del estudiante,
que a cada amanhecer
desataba sus alas de horizontes
y eso que se le daba de saber de cuanto
acontecía, con pelos y señales,
con el pequeño mundo de las
murmuraciones, en el as de bastos
y en el rey manejados con destreza
y com su enagaño,
de lo que cada quien soñaba o
sufría o su hambre, del que se alzó
con el santo y la limosna  y creó
pánico o en los relâmpagos,
de los hijos desaparecidos, de los perros
agónicos en las latas
de sardinhas vacías. 

Pero ya estaba muerto. Por
última vez estaba muerto. En su
camisa agujereada. En el grito
de su sangre. En los que dieron
cobardemente  la orden.
En sus periódicos, em su caderno
de apuntes, en sus hermanos huérfanos.
Estaba muerto desde antes, desde
que vio el silencio y conoció las lágrimas,
desde que quiso luz para las sombras,
y agua y bocas llenas y brazos flertes
y montañas de miel y pan y ríos
sembrados de sonrisas.

Pero ahora era la última vez. Al fin y al cabo
estaba muerto en el hoyo de su frente.


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Portal de Poesía Iberoamericana: 
http://www.antoniomiranda.com.br/Iberoamerica/rep_dominicana/repub_dominicana.html

 

 

TEXTO EM PORTUGUÊS

Tradução de Antonio Miranda

 

         ELEGIA FORTE

Foi depois de baixar a inclinação de salitre
que nos dias chuvosos
amontoa sua lixívia nos tetos
apenas sustentados no ar.
Antes havia cruzado os matagais de abrolhos
que separam sua casa da escolinha
do bairro onde as crianças brincam
com o abc à sombra à sombra rubra
dos flamboyants.

Os bons dias não o transformaram porque
ainda tinham na mente o da sociedade
e sua dinâmica, conforme havia lido
até de madrugada, e embora
não entendesse de todo
sabia que para aprender se requer
um longo caminho de inquietude,
de escuros rostos, de dias
pelo contrário;
uma migalha de pão mordida pela prole
que ausculta no vazio,
que caça sonhos  e cinzas e
um estar só ou no meio da
ira coletiva
ou cruzar livros e liceus, vidros
nas paredes, nas conversas,
nas rua onde reparte
a fome
sua prazerosa peçonha.

A vidente da laranja, enquanto
fazia seu coque e rezava de costas para
o candomblé pelo enfermo do demônio,
pela esposa traída
e por aqueles que temem não regressar
jamais,
não reparou nos acelerados passos,
nem a calça suja,
nem nos olhos contentes, nem mesmo
o livro debaixo do braço do estudante
que a cada amanhecer
desatava suas asas de horizontes
embora costumasse saber o que
acontecia, com pelos e sinais,
no pequeno mundo das
murmurações, no as dos naipes
e no rei manejados com destreza
e com seu engano,
do que cada quem sonhava ou
sofria ou sua fome, do que se elevou
com o santo e a esmola e causou
pânico ou nos relâmpagos,
dos filhos desaparecidos, dos cães
agônicos nas latas
de sardinha vazias.

 Mas já estava morto. Por
última vez estava morto. Em sua
camisa esburacada. No grito
de seu sangue. Nos que deram
covardemente a ordem.
Em seus jornais, em seu caderno de
apontamentos, em seus irmãos órfãos.
Estava morto desde antes, desde
que viu o silêncio e conheceu as lágrimas,
de que quis luz para as sombras,
e água e bocas cheias e braços fortes
e montanhas de mel e pão e rios
semeados de sorrisos.

Mas agora era a última vez. Afinal e ao cabo
estava morto  na cova diante de si.

 

Página publicada em março de 2017








 
 
 
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