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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

JOSÉ WATANABE

(1946 - 2007)

 

 

nació en Laredo, Trujillo (norte del Perú). Su madre, de origen serrano, fue enganchada en plena juventud para trabajar en las haciendas azucareras. Su padre era un inmigrante japonés con una distinción muy especial: poseía una gran cultura. Leía mucho, era pintor. Sabía hablar inglés y francés.

 

Por su vocación plástica, por la Escuela de Bellas Artes de Trujillo.

Realizó estudios de arquitectura en la universidad Federico Villarreal.

 

Incursionó en la televisión como director del programa infantil La casa de cartón, que producía el INTE en los años setenta. A fines de los sesenta se inició en el cine como guionista y como director artístico (escenografía, vestuario y maquillaje).

 

Publicó su primer libro, Álbum de familia, en 1971 que mereció el premio Poeta Joven del Perú. Su segundo libro, El huso de la palabra (1989), fue considerado por la crítica nacional como el poemario más importante de la década de los ochenta. Antígona "lo muestra como un dramaturgo de mucha potencia".

 

Como cineasta es autor de varios guiones, destacando entre ellos los que escribiera para las películas Maruja en el infierno, La ciudad y los perros y Alias La Gringa.

Fuente: http://www.librosperuanos.com/autores/jose_watanabe.html  

 

TEXTOS EN ESPAÑOL  /  TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

WATANABE, José.  Banderas detrás de la niebla. Lima: Ediciones Peisa, 2006. 63 p.  14X22 cm.

 

 

RESPONSO ANTE EL CADÁVER DE MI MADRE

 

A este cadáver le falta alegría.

Qué culpa tan inmensa

cuando a un cadáver le falta alegría.

Uno quiere traerle algo radiante o gustoso (yo recuerdo

su felicidad de anciana comiendo un bife tierno),

pero Dora aún no regresa del mercado.

 

A este cadáver le falta alegría,

¿alguna alegría aún puede entrar en su alma

que está tendida sobre sus órganos de polvo?

 

Qué inútiles somos

ante un cadáver que se va tan desolado.

Ya no podemos enmendar nada. ¿Alguien guarda todavía

esas diminutas manzanas de pobre

que ella confitaba y en sus manos obsequiosas

parecían venidas de un árbol espléndido?

 

Ya se está yendo con su anillo de viuda.

 

Ya se está yendo, y no le prometas nada:

le provocarás una frase sarcástica

y lapidaria que, como siempre, te dejará hecho un idiota.

 

Ya se está yendo com su costumbre de ir bailando

por el camino

para mecer al hijo que llevaba a la espalda.

Once hijos, Señora Coneja, y ninguno sabe qué diablos hacer

para que su cadáver tenga alegria.

 

 

IMITACIÓN DE MATSUO BASHO

 

Fuimos rebeldes y audaces. Yo la convencí de la nueva moral que ni aun yo tenía, y huimos sin ceremonia ni con­sentimiento. Ella trepó ágilmente a la grupa de mi caballo y así cabalgamos hasta las primeras estribaciones de la sierra. Bordeábamos los poblados y con ramas desgajadas íbamos cubriendo nuestras huellas. Nos detuvimos en una aldea cuyo nombre alude a la contemplada limpidez del río que la atraviesa.

 

Había clara luz de tarde cuando el posadero nos abrió la pesada puerta de palo. A pesar de reconocer en él a un hombre sin suspicacias, le mentimos nuestros nombres. Le encargué una buena habitación para nosotros y cuidados para nuestro caballo. Ella, azarada y hambrienta, mordía a mi lado una manzana.

 

El cuarto era blanco y olía a resinas de eucalipto. Aunque ofrecido con excesiva modestia por el posadero, allí hallamos seguridad. Desde el pie de nuestra ventana los trigales ascendían hasta las faldas riscosas donde pastaban los animales del monte. Las cabras se perseguían con alegre lascivia y se emparejaban equilibrando peligrosamente sobre las agujas rocosas. Ella cerró la ventana y yo empecé por desatar su largo cabello.

 

Fuimos rebeldes y audaces. Sin embargo, ahora nos perdonan nuestras famílias y nos perdonamos nosotros mismos. Nuestro hogar ha sido tardíamente consagrado. Eso es todo. Nunca traicioné otras grandes verdades porque quizá no las tuve, excepto el amor que me hizo edificar una casa, excepto el amor que nunca debió edificar una casa.

 

A veces pienso cabalgar nuevamente hasta esa posada para colgar en su puerta estos versos:

 

En la cima del risco

retozan el cabrío y su cabra.

Abajo, el abismo.


 WATANABE, José.  Lo que queda. Antología poética (1971-2005).  Selección y presentación Micaela Chirif.  Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericanos, 2005. 125 p.  13x20 cm.  ISBN 980-0011325-8 

 

 

 

LA DESABITADA

 

lnterminable

pleito entre herederos mantenía la casona deshabitada y en escombros.

Yo pasaba el ocioso día en un altillo vecino

y de ventana siempre abierta a la casona.

Cuando escribía, la contemplaba sin propósito

o buscando palabras para el poema.

En su imperceptible destrucción,

puertas y ventanas

perdían lentamente la escuadra, y pilares y vigas

dibujaban cruces que el salitre del mar cercano ennegrecía.

Una hiedra entraba en las habitaciones

como mirando

y se tejía con abuso en la quincha desconchada.

Las alimañas, confiando en la desolación, dejaron de

pigmentarse y a mi ventana trepaban cucarachas blancas

que yo mataba con terror.

El suelo se ablandaba y el gran dibujo geométrico

en las baldosas del patio

se fruncía, quería ser espiral, esperaba

el gran remolino que llevaría todo hacia el centro de la tierra.

El gran remolino vendría, sin duda, y violento.

Ante el lentísimo hundimiento de la casona,

mi altillo más elevado y consistente.

         Yo estaba a salvo, pero mis ojos

que siempre sabem más

descubrieron

que yo miraba la casona con afinidad callada

o con aquello que las imperturbables matemáticas llana

                                      el común denominador.

 

 

 

 

ACERCA DE LA LIBERTAD

 

Esta mañana han comprado un pájaro

                   como se compra una fruta

un ramo de flores.

 

Dicen que Hokusai compraba pájaros para liberarlos.

 

También Leonardo

         pero midiéndoles el impulso y el rumbo.

        

Posiblemente en la infancia he pintado pájaros

pero jamás les he hallado relación exacta con los aviones.

 

Estoy tentado a liberar este pájaro

                                      a devolverle

                   su derecho de morir sobre el viento.

 

Me van a pedir razones.

 

Sentiré la obligación de hablar acerca de la libertad,

pero mi familia que es muy lógica

                            dirá que afuera solo

con el viento

                                               a ver qué hago.

 

 

De

COSAS DEL CUERPO
Lima: Peisa, 2008.
ISBN 978-9972 404 160


 

PAISAJE MÓVIL

 

         Más trashumantes que los hombres

o mas desalojados

son los infinitos desiertos de mi país.

Todavía no encuentran un sitio

para establecerse, y continuamente viajan

así:

se elevan a 10 centímetros del suelo

y avanzan flotando

como una suave marea

de arena.

Hacia las cuatro de la tarde, con el viento,

cruzan las carreteras, y los viajeros

escuchamos

sus susurros:

tal vez no haya ningún lugar en la tierra

donde acomodar los trastos

y los huesos.

De noche se recogen en dunas, como en pascana,

y bajo la luna de los desposeídos

parecen gigantes de gran lomo

que meditan una patria mientras defecan.

 

 

 

EL DEVOTO

 

En este profundo depósito

de catedral, hieráticos

como una triste cuadrilla de obreros de yeso

los santos esperan al restaurador.

En un altar y otro

fueron deteriorándose, atacados por las moscas,

las polillas y los abusos

de la fe.

Aqui ya no son San Francisco, San Valentm, San Judas,

cualquiera es cualquiera, bultos

humanos, desfigurados y sin nombre, esperando

al viejo restaurador

         que murió hace tiempo.

Estos anónimos

que fueron rezados, celebrados, contemplados

con infinita devoción

son ahora mis santos. Aqui soy el único fiel y el prelado.

Ante ellos me arrodillo
y rezo con mas solidaridad que fe.

 

 

 

 

WATANABE, José.  El huso de la palabra.  Lima: Lustra, 2015.  106 p.  15x30,5  cm.  Coedición con el Fondo de la Asociación Peruano Japonesa. Tapa dura, edición numerada de  350 ejemplares.  Ex. bibl. Antonio Miranda

 

 

COMO SI ESTUVIERA DEBAJO DE UN ÁRBOL

En otro lado esta muchacha tendría hermosas piernas

y yo abriría las manos midiendo en el aire su cadera

o pensaría algo impúdico y bello para nombrar sus senos.

Esta muchacha taquígrafa mecanógrafa de buena presencia

no me sonríe ni canta, pero debiera.

Vive ocho horas diarias frente a mí sentada sola y lejana

lejana en una larga perspectiva sobrevolada por estantes y escritorios y palomas fijadas en el aire y una ventana que distorsiona su propio marco y ella más sola y lejana cada vez.

Oh, yo no

soy surrealista

soy empleado

y esta muchacha archiva mi oficio y beneficio, mi nombre que flota como un globo entre los conserjes y los doctores. A la hora del refrigerio ella abre su lonchera y dispone sobre el escritorio su alimentación de pájaro

como si estuviera debajo de un árbol. Esta muchacha,

como si estuviera debajo de un árbol debiera cantar

y yo debiera ser galante con el suave color de sus mejillas.

 

 

REFULGE OTRA VEZ EL SOL

 

Refulge otra vez el sol sobre el río, siéntate en la hierba con espíritu tranquilo y mira a los muchachos bañarse y reír. Acepta estrictamente esta visión.

 

(Has mirado tu sombra desde el puente

y te ha extrañado

que no tuerza hacia la comente).

 

Tú también te bañaste aquí

y entonces el río era igualmente sucio, dejaba

estrías de barro en las comisuras de la boca

donde se formaba esa risa gratuita, risa

sólo por estar allí, zambulléndose

y emergiendo con un único conocimiento,

el de las cualidades tangibles del agua.

Ese era el sentido de la risa.

Acepta estrictamente ese sentido y declina

la especulación poética. Porque es tu verso opaco

contra tu brillante alegría de muchacho.

 

 

EL ANÓNIMO (ALGUIEN, ANTES DE NEWTON)

 

Desde la cornisa de la montaña

dejo caer suavemente una piedra hacia el precipicio, una acción ociosa

de cualquiera que se detiene a descansar en este lugar. Mientras la piedra cae libre y limpia en el aire siento confusamente que la piedra no cae sino que baja convocada por la tierra, llamada por un poder invisible e inevitable.

Mi boca quiere nombrar ese poder, hace aspavientos, balbucea

y no pronuncia nada.

La revelación, el principio,

fue como un pez huidizo que afloró y volvió a sus abismos

y todavía es innombrable.

Yo me contento con haberlo entrevisto.

No tuve el lenguaje y esa falta no me desconsuela.

Algún día otro hombre, subido en esta montaña

o en otra,

dirá más, y con precisión.

Ese hombre, sin saberlo, estará cumpliendo conmigo.

 

 

EL LÍMITE

 

Negras siluetas de pájaros de cartón pegadas en el vidrio de los ventanales

advierten a los pájaros de vuelo distraído o ensimismado que hay un límite en la transparencia del aire. Los ventanales son sellados, herméticos al invierno pero también a todo sonido. En el mundo de afuera

no ladra el perro que, ladrando, espanta palomas, no se oye la canción silbada del jardinero turco, no crujen las hojarascas al rodar de las bicicletas. Esos movimientos perfectamente silenciosos adquieren cierta ritualidad que nos asusta. Los enfermos somos

una triste fila de ángeles de amplias batas para volar.

¿Quiénes serán nos preguntamos los cinco escogidos (de entre cien)

que volverán al mundo donde cada movimiento

dura con su sonido?

Una desesperanza completa sería mejor que la incertidumbre estadística.

Tienen razón esas negras siluetas en el vidrio, vistas siempre en el borde difuso de nuestras miradas: «Hacia afuera

es más severo el límite en la transparencia del aire».

 

 

 

 

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TEXTOS EM PORTUGUÊS

Tradução de Antonio Miranda

 

 

Vale lembrar que nunca antes um poeta peruano esteve tão singularmente relacionado com a tradição do haicai, sem ter escrito nunca um, propriamente. No entanto, é na gênese de sua poesia onde encontramos o espírito do haicai, não em seu aspecto formal…”
MIGUEL ÁNGEL MALPARTIDA

 

 

 

RESPONSO ANTE O CADÁVER DE MINHA MÃE

 

Falta alegria neste cadáver.

Que culpa tão imensas

que falta alegria a um cadáver.

Quer-se trazer algo radiante ou agradável

                   (eu recordo

sua felicidade de anciã comendo um bife macio),

mas Dora ainda não voltou do mercado.

 

Falta alegria neste cadáver,

alguma alegria pode ainda entrar em sua alma

que está estendida sobre seus pés de pó?

 

Que inúteis somos

ante um cadáver que se retira tão desolado.

Já não podemos consertar nada. Alguém guarda ainda

essas diminutas maçãs de pobre

que ela confeitava e em suas mãos generosas

pareciam vindas de uma árvore esplêndida.

 

Já está se retirando com seu anel de viúva.

Já vai embora, e não lhe prometas nada:

Vai provocar nela uma frase sarcástica

e lapidária que, como sempre, te deixará feito um idiota.

Já vai embora com seu costume de ir dançando

pelo caminho

para balançar o filho que levava nas costas.

Onze filhos, Senhora Coelha, e nenhum sabe que diabos fazer

para que seu cadáver recupere a alegria.

 

 

 

IMITAÇÃO DE MATSUO BASHÔ

 

Éramos rebeldes e audazes. Eu a convencida nova moral que nem eu ainda assumia, e fugimos sem cerimônia nem consentimento. Ela montou agilmente na garupa de um cavalo e assim cavalgamos até os primeiros contrafortes da montanha. Margeamos os povoados e com ramos esgalhados íamos apagando nossas pegadas. Detivemo-nos numa aldeia cujo nome alude à contemplada limpidez do rio que a atravessa.

 

Havia luz clara da tarde quando o hospedeiro nos abriu a pesada porta de tábua. Apesar de reconhecer nele um homem sem suspicácias, mentimos nossos nomes. Solicitei uma boa habitação para nós e cuidados para nossos cavalos. Ela, aturdida e faminta, mordia a meu lado uma maçã.

 

O quarto era branco e cheirava a resinas de eucalipto. Mesmo que oferecido com excessiva modéstia pelo hospedeiro, ali encontramos segurança. Desde o pé de nossa janela os trigais subiam até s fraldas escarpadas onde estavam os animais do monte. As cabras se perseguiam com alegre lascívia e se emparelhavam equilibrando perigosamente sobre as agulhas rochosas. Ela fechou a janela e eu comecei desatando sua longa cabeleira.

 

Fomos rebeldes e audazes. No entanto, agora nos perdoam nossas famílias e nos perdoamos nós mesmos. Isso é tudo. Nunca traí outras grandes verdades porque quiçá não as tive, exceto o amor que me levou a construir uma casa, exceto o amor que nunca deveria construir uma casa.

 

Às vezes penso em cavalgar novamente até aquela pousada para ependurar em sua porta estes versos:

 

Em cima do penhasco

saltam o cabrito e sua cabra.

Em baixo, o abismo.

 

 

A DESABITADA

 

Interminável

pleito entre herdeiros mantinha a mansão desabitada e em escombros.

Eu passava o dia ocioso num sótão vizinho

com a janela sempre aberta para o casarão.

Quando escrevia, eu a contemplava distraído

ou buscando palavras para o poema.

         Em sua imperceptível destruição,

portas e janelas,

perdiam lentamente o esquadro, e pilastras e vigas

desenhavam cruzes que o salitre do mar próximo escurecia.

Uma hera entrava nos aposentos

                   como mirando

e se tecia com abuso na argamassa descascada.

As alimárias, confiando na desolação, deixavam de pigmentar-se

e à minha janela subiam baratas brancas

que eu matava horrorizado.

O chão se abrandava e o grande desenho geométrico nas

                                                        cerâmicas do pátio

se franzia, queria ser espiral, esperava

o grande redemoinho que levaria tudo para o centro da terra.

O grande redemoinho viria, sem dúvida, e violento.

Diante da lentíssima decadência da mansão,

meu sótão parecia mais elevado e consistente.

         Eu estava a salvo, mas meus olhos

que sempre sabem mais

descobriram

que eu olhava a mansão com afinidade calada

e com aquilo que as imperturbáveis

                   matemáticas chamam

                   o comum denominador.



 

PAISAGEM IMÓVEL

         Mais ambulantes que os homens
ou mais desalojados
são os infinitos desertos de meu país.
Ainda não encontraram um lugar
para estabelecer-se, e continuamente viajam
assim
se elevam a 10 centímetros do chão
e avançam pairando
como uma suave maré
de areia.
Pelas quatro da tarde, com o vento,
cruzam as rodovias, e nós viajantes
escutamos
seus sussurros:
talvez não haja lugar algum na terra
onde acomodar os trastes
e os ossos.
De noite as dunas se retraem como quermesse,
e sob a lua dos despossuídos
parecem gigantes de espáduas largas
que meditam uma pátria enquanto defecam.

                        (de COISAS DEL CUERPO, 1999)


O DEVOTO

Neste profundo depósito
de catedral, hieráticos
como uma triste quadrilha de operários de gesso
os santos esperam o restaurador.
Em um e outro altar
foram deteriorando-se, atacados pelas moscas,
as traças e pelos abusos
da fé.
Aqui já não são São Francisco, são Valentim, São Judas,
ninguém é ninguém, vultos humanos, desfigurados e sem nome, esperando
o velho restaurador
         que há tempos já morreu.
Esses anônimos
que foram rezados, celebrados, contemplados
com infinita devoção
são agora os meus santos.  Aqui sou o único fiel e o prelado.
Diante deles me ajoelho
e rezo com mais solidariedade do que fé.

            (de COISAS DEL CUERPO, 1999)

 

SOBRE A LIBERDADE

         Pela manhã compraram um pássaro
                  como se compra uma fruta
                            um ramo de flores.

         Dizem que Hokusai comprava pássaros para libertá-lo0s.

         Também  Da Vinci
                   mas medindo-lhes o impulso e o rumo.

         Possivelmente na infância eu tenha pintado pássaros
         mas jamais lhes falei da relação exata com os aviões.

         Estou tentando liberar este pássaro
                                      para devolver-lhe
                   seu direito de morrer no vento.

         Vão me exigir motivos.

         Sentirei a obrigação de falar sobre a liberdade,
         mas a família que é bem lógica

                                      dirá que apenas só
                                               com o vento
                                               a ver que faço.

De

COSAS DEL CUERPO
Lima: Peisa, 2008.
ISBN 978-9972 404 160


 

PAISAGEM MÓVEL

 

         Mais trasumantes que os homens
ou mais desalojados
são os infinitos desertos de meu país.
Ainda encontram um sítio
para estabelecer-se e continuamente viajam
assim:
elevam-se a dez centímetros do solo
e avançam flutuando
como uma suave maré
de areia.
Lá pelas quatro da tarde, com o vento,
cruzam as rodovias, e os viajantes
escutamos
seus sussurros:

Talvez não exista lugar algum na terra
onde repousar os trastes
e os ossos.

De noite se recolhem em dunas, com em pesca,
e sob a lua dos despossuídos
parecem gigante de enorme dorso
que meditam  uma pátria enquanto defecam.

 

 

 

O DEVOTO

 

Neste profundo depósito
de catedral, hieráticos
como uma triste bando de operários de gesso
os santos esperando pelo restaurador.
Num altar e em outro
foram deteriorando-se, atacados pelas moscas,
as traças e os abusos
da fé.
Agora já não são São Francisco, São Valemtim, São Judas,

são qualquer um, desfigurados e sem nome, esperando
o velho restaurador
         que morreu já faz tempo.
Estes anônimos
que foram rezados, celebrados, contemplados
com infinita devoção
agora são meus santos. Aqui sou o único fiel e o prelado.
Diante deles me ajoelho
e rezo com mais solidariedade do que fé.

 

 

 

 

Extraídos de:
EL HUSO DE LA PALABRA.

 

COMO SE ESTIVESSE DEBAIXO DE UMA ÁRVORE

         Do outro lado esta moça teria pernas bonitas
         e eu abriria as mãos medindo no ar sua cadeira
         ou pensaria algo impudico e belo para nomear seus seios.
         Esta moça taquígrafa datilógrafa de boa presença não sorri
         para mim nem canta,
                   mas deveria.
         Vive oito horas por dia frente a mim
                   sentada sozinha e distante
         distante numa grande perspectiva sobrevoada por estantes e
                   escritórios e pombas fixas no ar e uma janela que desvirtua
                   sua própria moldura e ela mais sozinha e distante cada vez.
         Ó, já
         não sou surrealista
         sou empregado
         e esta moça arquiva meu ofício e beneficia meu nome
         que flutua como um globo entre os zeladores e os doutores.
         Na hora do lanche ela abre sua merendeira
         e dispõe sobre a escrivaninha sua alimentação de pássaro
                  como se estivesse debaixo de uma árvore.
         Esta moça,
         como se estivesse debaixo de uma árvore deveria cantar
         e eu deveria ser galante com a cor suave de suas bochechas.

 

 

         RESPLANDECE OUTRA VEZ O SOL

 

         Resplandece outra vez o sol sobre o rio,
         sentas na relva com espírito tranquilo
         e olhas os jovens banhar-se e rir.
         Aceitas estritamente esta visão.

         (Observaste tua sombra desde a ponte
         e estranhaste
         que não vire para a corrente).

         Também te banhaste aqui
         e então o rio era igualmente sujo, deixava
         estrias de barro nas comissuras da boca
         onde se formava este sorriso gratuito, riso
         apenas por estar ali, mergulhando
         e emergindo com um único conhecimento,
         o das qualidades tangíveis da água.
         Esse era o sentido do riso.
         Aceita estritamente esse sentido e declina
         a especulação poética.  Porque é teu verso opaco
         contra tua brilhante alegria de jovem.

 

 

         O ANÔNIMO (ALGUÉM, ANTES DE NEWTON)

 

         Desde a borda da montanha
         deixo cair suavemente uma pedra no precipício,
         uma ação ociosa
         de qualquer um que se detém a descansar neste lugar.
         Enquanto a pedra cai livre e limpa no ar
         sinto confusamente que a pedra não cai
         senão que desce convocada pela terra, chamada
         por um poder invisível e inevitável.
         Minha boca quer nomear este poder, faz trejeitos, balbucia
         e não pronuncia nada.
         A revelação, a princípio,
         foi como peixe fugidio que aflorou e voltou a seus abismos
         e ainda é inominável.
         Eu me satisfaço com havê-lo entrevisto.
         Não tenho a linguagem e essa falta não me desconsola.
         Algum dia outro homem, desde esta montanha
         ou de outra,
         dirá mais, e com precisão.
         Este homem, sem sabê-lo, estará cumprindo comigo.

 

 

         O LIMITE

 

         Negras silhuetas de pássaros de papelão pregadas no vidro
         das janelas
         advertem os pássaros de voo distraído ou ensimesmado
         que existe um limite na transparência do ar.

         As janelas são cerradas, herméticas no inverno
         mas também a qualquer som.
         No mundo lá fora
         não late o cão que, ladrando, espanta pombos,
         não se ouve a canção assoviada do jardineiro turco,
         não estalam as folharadas ao mover das bicicletas.
         Esses movimentos perfeitamente silenciosos
         adquirem certo ritual que nos assusta.
         Os enfermos somos
         uma triste fila de anjos de batas longas para voar.
         Quais serão, nos perguntamos, os cindo escolhidos (entre cem)
         que voltarão ao mundo onde cada movimento
         dura com o seu som?
         Uma desesperança completa seria melhor que a incerteza
                  estatística.
         Têm razão essas negras silhuetas no vidro,
         vistas sempre na lateral difusa de nossas miradas:
         “Lá fora
         é mais severo o limite na transparência do ar”.



 

Página publicada em outubro de 2007, ampliada em abril de 2009; ampliada em setembro de 2016.


 


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