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   DELFINA  ACOSTA     Asunción, Paraguay, 1956. Su infancia y su  adolescencia pertenecen a su patria chica, el pueblo de Villeta, donde cursó  estudios primarios y secundarios. Su primer poemario Todas las voces, mujer... obtuvo el Primer Premio "Amigos del  Arte". En relación con este libro cabe mencionar que el mismo figura entre  las mil obras más visitadas de la Biblioteca Virtual de Cervantes de España. Integró  durante mucho tiempo el Taller de Poesía "Manuel Ortiz Guerrero"  dando a conocer algunas obras en publicaciones colectivas del mencionado  Taller.   Publicó el poemario La cruz del colibrí, que lleva prólogo de la poetisa Gladys  Carmagnola. Reunió sus cuentos que obtuvieron premios y menciones en concursos  literarios en el libro El viaje. Su  obra Romancero de mi pueblo mereció  el segundo premio "Federico García Lorca". Dio a conocer un poemario  llamado Versos esenciales, dedicado a honrar la memoria del gran poeta chileno  Pablo Neruda; dicho poemario obtuvo el Premio Pen Club del Paraguay.Su último  libro, que editó Portal de Poesía, lleva el nombre de Querido mío:, y ha ganado el premio "Roque Gaona 2004".   Es columnista del diario ABC Color; hace  comentarios literarios sobre las publicaciones de los poetas y narradores  paraguayos y extranjeros, en el Suplemento Cultural del mismo diario.   [Indicación de Rolando Revagliatti, página  publicada en sept. 2007]     TEXTOS  EN ESPAÑOL  /  TEXTOS EM PORTUGUÊS                                              ESTATUA EN LA PLAZA VERDE   Te esperaría. Yo sería, amado, la primera en llegar hasta la vía, y la última en volver, con un paraguas, de la estación del tren que te traería. Iré hasta el mar como la lluvia, a veces, y pasaré del mar a la otra cita, en el muelle del puerto, frente al río. Seré la gris silueta que tirita. Inmensamente sola como novia saldré a buscarte y volveré tardía. Del balcón a la plaza partiré. Seré una estatua de melancolía. Y a la hora puntual de nuestras muertes, si llegara primera a nuestra cita, te estaré ya aguardando para darte mi amor en una blanca margarita.     HADES   La primera señal: te salen lágrimas, y escribes, sin querer, mejores versos. Se apagan los faroles de la cuadra, pero tus ojos brillan más atentos. Y hay dos señales: si con él te cruzas es como si te diste vuelta a verlo. La cerrazón que cae sobre tu alma te lleva a presumir que ya es invierno.  Si habré escuchado historias en mi vida: Érase una que bajó al infierno donde perdió a su amante. Y hubo un ánima por siempre enamorada de un espectro. Y hay más relatos. Y éste es muy contado:  Dirá que al bosque irá por un momento. Te besará como quien va por más cerillas. Nunca volverás a verlo.     DESOLADA   a Gabriela Mistral      Antes de echar mi cuerpo al ebrio río, muy ebria ya, entré por las abiertas puertas del templo; oí a una rata huir. El atrio era una vieja madriguera. Y le dije a mi Dios, en cualquier parte, que pecar, no pequé, y ni siquiera... Un relámpago atroz iluminó las pocas velas y tronó la iglesia. No supe qué decir, mas las palabras fluían de mis lágrimas, sinceras. Los santos parecían escucharme con esa educación de gente vieja. Y por si ahí estaba, a Dios le dije,  que amar, amé. Mis huesos di a las fieras. Jesucristo en la cruz olía a herrumbre. El río me aguardaba entre las piedras.   ( Del libro Querido mío: )      ELECTRA DUDA   Acaso esa mujer - creo haberla visto  siempre -, que me mira al modo mío desde aquel inmenso espejo, que viste mi traje azul y lleva este pañuelo de color dándole vueltas en olas a los hombros - parecía más contenta hace un instante -, no soy yo. ¿Es posible dudar de los espejos? ¿Qué de la calóptrica y sus leyes? ¿Qué de las imágenes sensatas? Años que llevo mirándome en sus rostros, dudando seriamente de su fidelidad. Anteayer el busto de Ifigenia, hija de  Agamenón, rey de Micenas y de Argos, esta mañana Juana,  abanderada y resuelta, Virginia Woolf a la tarde, aterida de mar, amamantando crustáceos. Ahora, ¿ quién se atreverá a decirme que esa mujer de enfrente y sentada frente al espejo, soy yo, setenta veces yo, sin mirarse antes en él ?    (Del libro Todas las voces, mujer...)   -----------------------------------------------------------------------------------   TEXTOS  EM PORTUGUÊS Tradução de Antonio  Miranda     ESTÁTUA NA PRAÇA VERDE   Eu te esperaria. E seria, meu amado, a primeira a chegar até a via, e a última a sair, com um guarda-chuvas, da estação do trem que virias.  Irei até o mar como a chuva, ás vezes, e passarei do mar a outro encontro, no cais do porto, frente ao rio.   Serei a silhueta gris que tirita. Imensamente só como noiva sairei a buscar-te e voltarei tardia. Do balcão à praça partirei. Serei uma estátua de melancolia. E na hora pontual de nossas mortes, se chegasse primeira ao encontro, já estaria te esperando para dar-te meu amor numa branca margarida.      HADES   O primeiro sinal: saem-te lágrimas, e escreves, sem querer, melhores versos. Apagam-se os faróis da quadra, mas teus olhos brilham mais atentos. E há dois sinais: si com ele cruzas é como se voltaras para vê-lo. A neblina que cai sobre tua alma te induz a presumir que já é inverno. Se já escutei histórias pela vida: Era-se uma que baixou do inferno onde perdeu o seu amante. E houve alma para sempre apaixonada por um espectro. E há outros relatos. E este é sempre  contado: Dirá que ao bosque irá por um instante. Te beijará como quem vai por mais  pavio. Não mais voltarás a vê-lo.      DESOLADA   a Gabriela Mistral      Antes de lançar ao ébrio rio, bem ébria já, entrei pelas abertas porta do templo; ouvi um rato fugir. O átrio era uma velha madrigueira. E disse ao meu Deus, em qualquer parte, que pecar não pequei, e nem sequer... Um relâmpago atroz iluminou as poucas velas e trovejou a igreja. Não sou que dizer, mas as palavras fluíam de minhas lágrimas, sinceras. Os santos pareciam escutar-me com essa educação de gente idosa. E por estar ali, a Deus eu disse, que amar, amei. Meus ossos dei às feras. Jesus Cristo na cruz exalava ferrugem. O rio me aguardava entre as pedras.   ( Do livro Querido mío: )     DÚVIDA DE ELETRA   Acaso essa mulher — creio tê-la visto  sempre —, que me olha do meu modo desde aquele imenso espelho, que ostenta meu vestido azul e leva este lenço de cor dando voltas em ondas pelos ombros — parecia mais contenta instantes atrás —,  não sou eu. É possível duvidar dos espelhos? E que da calóptrica e suas leis? E que das imagens sensatas?  Anos que levo mirando-me em seus rostos, duvidando seriamente de sua fidelidade. Anteontem o busto de Ifigênia, filha de  Agamenon, Rei de Micenas e de Argos, nesta manhã, Joana, embandeirada e  resoluta, Virginia Woolf de tarde, pasmada de mar, amamentando crustáceos.  Agora, quem se atreverá a dizer-me que essa mulher aqui diante e senta frente ao espelho, sou eu, setenta vezes eu, sem mirar-se antes nele?   (Do livro Todas las voces, mujer...)   
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