JAVIER DÍAZ GIL
Madrid, España 1964) Diplomado en Profesorado de EGB, Licenciado en Geografía e Historia. Ha recibido los premios: • 1995, Accésit I Certamen de Poesía “Miguel Hernández” convocado por A.V.V. ‘Pueblo Unido’, Villaverde Alto (Madrid). • Noviembre 1998, 1er Premio XI Certamen de Poesía de la E.U. de Magisterio de Guadalajara (Universidad Alcalá de Henares), siendo Presidente del jurado D. LUIS ALBERTO DE CUENCA. • En 1999, 2000 y 2001, Premio ‘Ciudad de Getafe’ de relato corto, modalidad de ‘escritura rápida’. • En 2000, 2001 y 2002, Premio ‘Ciudad de Getafe’ de Poesía. • Junio de 2000, 1er Premio I Certamen “Humberto Tenedor” de Poesía, para el poemario “HUMO” convocado por la CENTRO DE ESTUDIOS ABARANEROS y el Ayto. de Abarán (Murcia). • Julio de 2000, 1er Premio “NICOLÁS DEL HIERRO” 2000 al poemario “HALLAZGO DE LA VISIÓN” • Ha formado parte como jurado de distintos premios de poesía y relato corto. • Ha llevado a cabo lecturas de sus poemas en distintas salas e Instituciones de Madrid, como en el ATENEO DE MADRID. • Participó en los encuentro de poesía iberoamericano "Poquita Fe" en Santiago de Chile (2006) y en 2007 en el "Festival de Tordesilhas" de Sao Paulo (Brasil)
Página del autor: http://javierdiazgil.blogspot.com
TEXTOS EN ESPAÑOL / TEXTOS EM PORTUGUÊS
Morir en Iguazú
(Selección)
II.
Es la mano que sujeta la maza,
El brazo que sostiene la mano,
El hombro firme y la cabeza,
El cuerpo entero golpeando
La piel, el ritmo de la carne
Vibrando a golpe de tambor.
III.
Como un dios antiguo
La percusión ha poseído
A los hombres y los iguala.
Es la sangre la que invade
Mano y brazo,
Hombro y cabeza,
Cuerpos temblando unidos
Deteniendo el tiempo.
IV. EL FANTASMA
El fantasma que he dejado en casa
Está descuidando las tareas.
Sé que está dejando
De regar las plantas,
Levantándose tarde
Y olvidándose de ir a trabajar.
Deambula por la casa
Dejando la cama sin hacer
Comiendo más de la cuenta,
Desatendiendo el teléfono
Y a mis amigos.
Pero nada de eso importa,
Ni siquiera
Que haya dejado evaporarse el agua
De toda la lluvia que guardé.
Tengo miedo
-que por olvido-
No haya sabido
Guardarme la memoria.
V. PRAÇA DA SÉ
Cuánto mejor hubiera sido
Llamarte Plaza de la Sed,
Plaza del deseo,
De la necesidad del agua,
De la supervivencia.
Plaza de la Sed
Y que tuvieras en tu centro
Una gran fuente monumental
Que nos contemplara.
Pero la sed que evoco
Sólo es ruina de sede,
El palacio de un arzobispo
Al que nunca le faltó el agua.
Déjame que te imagine así,
-la sed-
La llegada prometida,
El final donde acabaran
Todos los desiertos.
VI. MATERNIDAD
Con qué ternura
Alzas tu blusa,
Llevas tus manos
A tu vientre
Y sonríes.
La piel curvada
De tu vientre
Anunciando la vida.
Refundación del barro
Y la semilla.
Milagro de la luz
Multiplicada.
VII.
“Se llama Priscilla”,
Me dice, con la mirada tímida
Mientras me alarga el brazo
Donde tiene apoyado
El verde esmeralda
De una iguana.
Ni siquiera me pide una moneda,
Se aleja de él mi coche.
-Un niño feliz con una iguana
Se va haciendo más pequeño-.
Brilla el verde en mitad
De un desierto de arena y oro.
Levanta su mano, “Adiós”, me dice.
Nunca
Me había sentido
Yo
Más solo.
VIII. VUELA EN BRASIL MIGUEL HERNÁNDEZ
Sólo quien ama vuela.
Sobreviven, Miguel, tus versos refugiados
Entre libros de viajes y novelas
En portugués en este lado del mundo.
La voz del poeta
Que se impone sobre la tierra,
Volando ya sobre este mar poderoso
Y tristes playas vacías.
Yo también soy barro aunque Javier
Me llame.
El viento le mueve los brazos
A las palmeras que te buscan.
Las palmeras que alzan
Sus ojos buscándote,
Claros de deseos,
Ardiente de alas y de penas.
Regreso tus versos
Junto a los otros libros.
Tan lejos de tu patria…
Para que todos los ojos te lean.
Donde faltaron plumas
Pusiste valor y olvido.
X. EL VIEJITO LOCO DE CANOA QUEBRADA
Ríe el viejito como un niño.
Con las hojas verdes del cocotero
Ha construido dos velas,
Dos barcos que el viento empuja
Sobre la orilla del mar.
Camina su felicidad de niño
A lo largo de la playa
-señor del viento-
Y ríen sus ojos arrasados por los años,
Sus ojos que ven
Mucho más
Que lo que yo veo.
Me acaricia un hombro.
Me da la mano.
Ríe el viejito,
Marinero de hojas verdes.
Me trago mis lágrimas,
Mientras se aleja,
Para que no me vea llorar.
XI.
Por más que luches
Vuelve invisible el mar
Con las mareas.
XII.
Cae la noche.
Sobre la playa un náufrago
Deshabitado.
XIII.
Contra la noche
Está luchando el sol.
Esfuerzo inútil.
XV.
Es la carne traspasada
Por el frío acero,
La carne oscura y roja,
La carne que sufrió el fuego,
La que puebla mi mesa.
Me alimento de carne
Y del dolor del fuego.
XVII.
Sara vende caramelos
A un real
En los centros comerciales
De Brasilia.
Tiene quince años
Y la mirada más limpia
Que jamás haya visto.
Vende durante el día
Junto a las tiendas
Donde no la imagino
Comprando.
Sara se detiene a mi lado
Y me acompaña
Y me da conversación.
Le compro caramelos
Y Sara se va.
Ella ya me habrá olvidado.
Yo
No podré
Olvidarla
Nunca.
XVIII. VISIÓN DE BRASILIA.
No creo en la ciudad
que inventó el hombre.
Dibujada en un papel,
trazada con compás
y tinta china.
Aquí los monumentos,
allá los hoteles y restaurantes,
las estaciones de autobús,
las carreteras.
De la nada surgieron edificios,
casas vacías y fantasmas.
Luego llegaron los hombres.
Los hombres con mirada de mar
y de montaña,
de olor a sal y lluvia.
Hombres y mujeres,
familias arrancadas de la tierra,
de la luz y el sol de Río.
Todo parece irreal,
como la imagen de un espejismo
en el desierto,
el reflejo de otra ciudad,
de otra vida.
Esta ciudad no está habitada.
El Hombre elige
su destino,
la tierra donde crecer y morir,
donde dar a luz sus hijos.
La ciudad crece
si el Hombre la habita.
En mitad del desierto
crecieron los edificios.
Los hombres caminan
por sus calles,
beben cerveza y compran
pero no cantan.
No queda luz en sus miradas,
solo saudade.
XIX.
Sería hermoso
Morir en Iguazú.
Abandonarse blandamente
Al río
Al rumor hipnótico
Del agua,
A su abrazo.
Flotar, precipitado,
Ingrávido,
En la nube de espuma
Que espera
El contacto de la roca.
Arrastrado por la corriente,
Cuerpo de agua,
Luz de ramas asombradas
Ante el delirio
De ser ya pez y silencio,
Agua de Iguazú
Confundido para siempre
En la sangre acogedora
Del Paraná.
XX.
Cruje la arena blanca
Bajo mis pies.
Parece el quejido de un niño
Que se resiste
A despertar del sueño.
El viento cubre de arena
Mi cuerpo
Y el agua transparente
Es ya
Invitación al frío.
Bajo las aguas reposa
El acero herido
De los naufragios.
XXII.
Escucho la voz de Lorca
En Belo Horizonte.
Fresas y uvas en los labios,
Vino rojo en mi garganta.
Lunas de sangre bailan
Al ritmo del tambor.
La luz de todas las velas
Me traen los aires de Granada.
Vive y muere Lorca
Mientras me abraza la ternura.
Somos la misma piel
-lua cheia-
Atravesada por los dardos
De la muerte.
XXIII.
Si bastara
Con estirar la mano
Y atrapar las olas.
(El agua
Se me escapa
Entre los dedos).
TEXTOS EM PORTUGUÊS
Morrer em Iguaçú
(Seleção)
Javier Díaz Gil
(tradução de Orlanda Díaz
y Fabio Aristimunho)
II.
É a mão que segura o maço,
O braço que sustém a mão,
O ombro firme e a cabeça,
O corpo inteiro batendo
Na pele, o ritmo da carne
Vibrando ao bater do tambor.
III.
Como um deus antigo
A percussão apoderou-se
Dos homens e é sua igual.
É o sangue que invade
A mão e o braço,
Ombro e cabeça,
Corpos a tremer unidos,
A deter o tempo.
IV. O FANTASMA
O fantasma que deixei em casa
Está a descuidar as tarefas.
Sei que deixa
De regar as plantas,
Levanta-se tarde
E esquece-se de ir trabalhar.
Vagueia pela casa,
Deixa a cama por fazer,
Come mais que o que deve,
Não responde ao telefone
Nem aos meus amigos.
Mas nada disso importa,
Nem sequer
Que tenha deixado evaporar a água
De toda a chuva que eu guardei.
Tenho medo
—que, por esquecimento—
Não tenha sabido
Guardar-me a memória.
V. PRAÇA DA SÉ
Que melhor teria sido
Chamar-te Praça da Sede,
Praça do desejo,
Da necessidade da água,
Da sobrevivência.
Praça da Sede
E que tivesses ao centro
Uma grande fonte monumental
Que nos contemplasse.
Mas a sede que eu evoco
Só é ruína de sé,
O palácio dum Arcebispo
A quem jamais faltou a água.
Deixa que eu te imagine assim,
— a sede —
A chegada prometida,
O final em que acabassem
Todos os desertos.
VI. MATERNIDADE
Com quanta ternura
Levantas a blusa,
Pões as tuas mãos
No teu ventre
E sorris.
A pele curva
Do teu ventre
Anunciando a vida.
Refundação do barro
E a semente.
Milagre da luz
Multiplicada.
VII.
“Chama-se Priscilla”,
Diz-me, com o olhar tímido,
Enquanto estende o braço
Onde tem apoiado
O verde esmeralda
Duma iguana.
Nem sequer me pede uma moeda,
E dele se afasta o meu carro.
— Um garoto feliz com uma iguana
Vai-se fazendo menor—.
Brilha o verde no meio
Dum deserto de areia e ouro.
Levanta a mão, “Adeus”, diz-me.
Jamais
Tinhame sentido
Eu
Mais sozinho.
VIII. VOA NO BRASIL MIGUEL HERNÁNDEZ
Só voa quem ama.
Sobreviven, Miguel, os teus versos refugiados
Entre livros de viagens e novelas
Em português, neste lado do mundo.
A voz do poeta
Que se impõe sobre a terra,
Voando já sobre este mar poderoso
E tristes praias vazias.
Eu também sou barro, embora Javier
Me chame.
O vento move os braços
Às palmeiras que te buscam.
As palmeiras que levantam
Seus olhos buscando-te,
Claros de desejos,
Ardentes de asas e de penas.
Regresso os teus versos
Junto aos outros livros,
Tão longe da tua pátria...
Para que todos os olhos te leiam,
Onde faltar plumas
Puseste valor e esquecimento.
X. O VELHINHO LOUCO DE CANOA QUEBRADA
Ri o velhinho como um garoto.
Com as folhas verdes do coqueiro
Construìu duas velas,
Dois barcos que o vento empurra
Sobre a beira do mar.
Caminha a sua felicidade de criança
Ao longo da praia
— senhor do vento—
E riem os seus olhos arrasados pelos anos,
Seus olhos que vêem
Muito mais
Do que eu vejo.
Acaricia-me um ombro.
Dá-me a mão.
Ri o velhinho,
Marinheiro de folhas verdes.
Engulo as minhas lágrimas,
Enquanto se afasta,
Para que não me veja chorar.
XI.
Por mais que lutes
fica invisível o mar
Com as marés.
XII.
Cai a noite,
Sobre a praia um náufrago
Desabitado.
XIII.
Contra a noite
Está lutando o sol.
Esforço inútil.
XV.
É a carne trespassada
Pelo frio do aço,
A carne escura e vernelha,
A carne que sofreu o fogo,
A que povoa a minha mesa.
Alimento-me com carne
E com a dor do fogo.
XVII.
Sara vende caramelos
A um real
Nos shopping centers
De Brasilia.
Tem quinze anos
E o olhar mais límpido
Que eu jamais tenha visto.
Vende durante o dia
Ao lado das lojas
Onde não a imagino
Comprando.
Sara pára ao meu lado
E acompanha-me
E conversa comigo.
Compro suas balas
E Sara vai embora.
Ela já terá me esquecido.
Eu
Não poderei
Esquecê-la
Nunca.
XVIII. VISÃO DE BRASÍLIA
Não acredito na cidade
que o homem inventou.
Desenhada num papel,
Traçada com compasso
e tinta da China.
Aqui, os monumentos,
além dos hotéis e restaurantes,
as estações de õnibus,
as estradas.
Do nada surgiram os edifícios,
Casas vazias e fantasmas.
Depois chegaram os homens.
Os homens com visão de mar
e de montanhas,
de cheiro de sal e chuva.
Homens e mulheres,
Famílias arrancadas da terra,
a luz e ao sol do Rio.
Tudo parece irreal,
Como a visão duma miragem
no deserto,
o reflexo de outra cidade,
de outra vida.
Esta cidade não é habitada.
O Homem escolhe
o seu destino,
a terra para crescer e morrer,
para dar à luz os filhos.
A cidade cresce
se o Homem a habita.
No meio do deserto
cresceram os edifícios.
Os homens andam
pelas ruas,
bebem cerveja e compram
mas não cantam.
Mas não restam luz nos seus olhares,
Só a saudade.
XIX
Seria belo
Morrer em Iguaçu.
Abandonar-se suavemente
Ao rio
Ao rumor hipnótico
Da água,
Ao seu abraço.
Flutuar, precipitado,
Ingrávido,
Na nuvem de espuma
Que espera
O contato da rocha.
Arrastado pela corrente,
Corpo de água,
Luz de ramagens assombradas
Ante o delírio
De ser já peixe e silêncio,
Água de Iguaçu,
Confundida para sempre
No sangue acolhedor
Do Paraná.
XX.
Crepita a areia branca
Debaixo dos meus pés.
Parece o gemido dum bébê
Que resiste
A despertar do sonho.
O vento cobre de areia
O meu corpo
E a água transparente
É já
Um convite ao frio.
Debaixo das águas repousa
O aço ferido
Dos naufrágios
XXII
Escuto a voz de Lorca
Em Belo Horizonte.
Morangos e uvas nos lábios,
Vinho vermelho na garganta.
Luas de sangue dançam
Ao ritmo do tambor.
A luz de todas as velas
Trazem-me os ares de Granada.
Vive e morre Lorca
Enquanto a ternura me abraça.
Somos a mesma pele
— lua cheia —
Atravessada pelos dardos
Da morte.
XXIII.
Se só bastasse
Estender a mão
E agarrar as ondas.
(A água
me escape
Entre os dedos).
Página publicada em novembro de 2007.
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