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Sobre Antonio Miranda
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



 

FAYAD JAMIS

(1930-1989)

 

 

De pai árabe e mãe mexicana, este poeta cubaníssimo ficou conhecido com um breve livro de poemas chamado Brújula (1949), para se destacar, logo depois, com o notável Los párpados y el polvo (1954). Soube incorporar elementos do surrealismo e do origenismo em sua poesia e nos ofereceu uma sucessão de obras: La pedrada (1954); Los puentes (1957); Vagabundo del alba (1959), Por esta libertad (1962). ·Estas obras distinguiam Jamis como poeta intimista que avançava rumo ao tom conversacional e às problemáticas sociais. O melhor de sua obra até 1966 está selecionado em Cuerpos, e nas sucessivas edições de La pe­drada. Em 1973 publicou Abrí la verja de hierro. Após esta data, grande parte de sua obra permanece inédita.

 

Extraídos de VINTE POETAS CUBANOS DO SÉCULO XX; seleção, prefácio e notas de Virgilio López Lemus. Trad. Alai Garcia Diniz, Luizete Guimarães Barros.  Florianópolis:Editora de UFSC, 1995.

 

TEXTOS EN ESPAÑOL  /  TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

 

AUSCHWITZ NO FUE EL JARDIN DE MI INFANCIA  

 

                            A Otto Fernández

 

Auschwitz no fue el jardín de mi infancia. Yo crecí

entre bestias y yerbas, y en mi casa

la pobreza encendía su candil en las noches.

Los árboles se cargaban de nidos y de estrellas,

por los caminos pasaba asustándose una yegua muy blanca.

 

Auschwitz no fue el jardín de mi infancia. Sólo puedo

recordar el sacrificio de las lagartijas,

el fuego oscuro del hogar en las noches de viento,

las muchachas bañando sus risas en el río,

la camisa sudada de mi padre, y el miedo

ante el brutal aullido de las aguas.

 

Auschwitz no fue el jardín de mi infancia, comí caramelos

y lágrimas, en mi avión de madera conquisté

nubes de hierba y no de piel humana.

Soy un privilegiado de este tiempo, crecí bajo la luz

violenta de mi tierra, nadie me obligó a andar

a cuatro patas, y cuando me preguntan mi nombre

un rayo parte la sombra de una guásima.

                  (De: La pedrada, 1981)


 

BREVE HISTORIA DEL MUNDO

 

         Seguramente hubieron de pasar centenares de miles

         de anos - que en la historia de la Tierra tienen menos

         importancia que un segundo en la vida de un hombre ­—

         antes de que la sociedad humana surgiese de aquellas

         manadas de monos que trepaban por los árboles.

 

         ENGELS. "El papel del trabajo en la transformación del mono

         en hombre”.

 

         Y así, con tremenda lentitud, a través de la inmensidad del

         tiempo, la tierra iría tomando cada vez más la forma de esta

         tierra en que vivimos.

         H. G. WELLS, Breve historia del mundo.

 

 

El tiempo, el universo, forman una gran noche en que ambos se engendran, se devoran.

Millones de pedazos de eternidad flotan en el espacio como piedras que un extraño huracán incrustó en ese muro resquebrajado. El orden y el caos se responden, se complementan.

Pedazos de eternidad girando como la llovizna de tas tardes en que nadie nos ama.

Aquí es mejor pasar por alto millones de siglos, millones de fenómenos y decir simplemente

que las galaxias se deslizan como medusas, como gotas de esperma; se deslizan y hierven, burbujean, desbordan mi vaso de cerveza. En la gran noche universal nacen, mueren y                                                                                                            nacen

(y así hasta más allá de toda muerte y de todo nacimiento, los astros, los planetas.

Hace millones de anos (sólo contamos con fechas vagamente aproximadas) surgió nuestro                                                                                   pequeño mundo, esta tierra

en la que un día (aquí otra fecha vagamente aproximada) la vida asomó sus pequeñas                                                                                                 narices.

Todo esto es largo y difícil de exponer. Será mejor ir

         dando saltos, dando de observar al microscopio

esos animalitos que no se ven en ningún microscopio

                   y que lentamente se van reuniendo

y amasando, hasta formar esos terribles animalotes

capaces de comerse diez microscopios de un solo bocado

y que se llaman dinosaurios. La tierra llena de plesiosaurios,

                                       de brontosaurios y tiranosaurios,

la tierra soleada y congelada, con sus bellos jardines

                            tupidos de fantásticos helechos.

 

Y después (poner en lugar de esta palabra una ficha aproximada

                                      según los estudios más recientes)

surgió el hombre. Surgieron mujeres y hombres a los cuatro

                                                        vientos del planeta,

mujeres y hombres sin hojas de parra y sin manzanas

                                      ni serpientes) mujeres y hombres

negros, blancos, rojos, amarillos, azules y verdes,

haciendo el amor sobre la yerba,

 

en las ramas del árbol más frondoso del monte.

Haciendo la historia desde antes, muchísimo antes de los

                   tiempos que los historiadores, torpemente,

llamaron históricos (porque la historia comenzó realmente

aquel día que el hombre derribó de un puñetazo a un búfalo,

                            y sintió un intenso dolor en el puño,

y entonces decidió construir un hacha para golpear en el

                            testuz al hermoso y feroz animal).

¿Cómo resumir la historia del hombre? Yo no resumo nada,

                             prefiero asomarme a una ventana,

abrir un libro en la página 123 (o 640), sacudir un

sombrero lleno de papeletas con números que corresponden

a los grandes acontecimientos y alejarme un poco de ese

                    impetuoso río de sangre que casi me llena los zapatos.

No puedo cruzarme de brazos mientras los hombres se devoran

         unos a otros, los galos inauguran un music hall

en el gran templo de Babilonia, los romanos esclavizan a la mitad

         dei mundo conocido, de ias islas Hawaii

a la de Puerto Rico. Cuántas catástrofes han golpeado a este

         pobre planeta, cuántas plagas terribles

han diezmado al género humano: la peste de Atenas

         (y la de Londres) y .. .), los hongos de Hiroshima y Nagasaki.

Vienen y van las generaciones, los sufrimientos, las cadenas,

                                                        las olas y los gritos

que alimentan la tempestad. Miles de millones de hombres

         y mujeres haciendo el amor sobre la hierba,

levantando sus ciudades, desgarrando sus huesos, tras los muros

                                               de la dorada Constantinopla,

en las arenas del desierto, bajo ese cielo gris que pare los

                            primeros trenes; ahora mismo y aquí,

en esta isla, en esta calles inundadas de luz y de pájaros

(algunos asombrados nos contemplan desde las antenas de TV).

Quiero decir que han ocurrido muchas cosas desde

que el universo es universo y el mundo es nuestro mundo,

desde que el hombre y la mujer aparecieron sobre la tierra como

                                               otros animales salvajes

que poco a poco se convierten en animales casi menos salvajes

                                      (ahí van, enracimados, en ómnibus).

Quiero decir que los astros se deslizan inexorablemente mientras un

                            buen muchacho me da una pedrada en la cabeza

y yo sé que es así cuando miro mi sangre que gotea en el rostro

                   de aquel buen muchacho que recuerdo sin rencor.

Pasan los años, voy recorriendo los caminos, con la nieve o el fango

                                                        hasta el nivel del pecho.

En una esquina me encuentro a la muerte, le enciendo su cigarro

                                                        y sigo a toda máquina.

Quiero decir que han pasado tantas cosas: galaxias, terremotos,

                                                         cosechas y camiones,

para que en este instante nuestros cuerpos repitan lo que otros

                            cuerpos consumieron en su jirón de eternidad,

para que en este instante tú y yo inauguremos un rito milenario

                            completamente inventado en nuestros huesos.

Quiero decir que el más increíble y hermoso de todos los

         fenómenos ocurrió aquella tarde en que nos encontramos

para que ahora, mi niña, mujer de mi vida, nuestras dos soledades

                            estallen en la gran llamarada del amor.

 

 

            (De: La pedrada, 1981)

 

 

 

 

TEXTOS EM PORTUGUÊS

Trad. Alai Garcia Diniz, Luizete Guimarães Barros. 

 

 

AUSCHWITZ NAO FOI O JARDIM DE MINHA lNFÂNCIA

                           

                   A Otto Fernández

 

Auschwitz não foi o jardim de minha infância. Eu cresci

entre bestas e ervas, e em minha casa

a pobreza acendia seu candeeiro de noite.

As árvores se enchiam de ninhos e de estrelas,

pelos caminhos, assustando-se, passava uma égua muito branca.

 

Auschwitz não foi o jardim de minha infância. Só posso

recordar o sacrifício das lagartixas,

o fogo escuro do lar nas noites de vento,

as mocinhas banhando seus risos no rio,

a camisa suada de meu pai, e o medo

diante do brutal uivo das águas.

 

Auschwitz não foi o jardim de minha infância, chupei balas

e lágrimas, em meu avião de madeira conquistei

nuvens de capim e não de pele humana.

Sou um privilegiado deste tempo, cresci sob a

luz violenta de minha terra, ninguém me obrigou a andar

de quatro, e quando me perguntam meu nome

um raio parte a sombra de uma guásima.*

 

 

                   (De: La pedrada, 1981)

 

     *N. do T..: Guásima - árvore típica do campo cubano.

 

 

BREVE HISTORIA DO MUNDO

 

                   Certamente foi necessário passar centenas de milhares de anos —

                   que na história da Terra têm menos importância que um segundo

                   na vida de um homem — antes de que a sociedade humana surgisse                                  daquelas manadas de macacos que trepavam nas árvores.

 

                   ENGELS: "O papel do trabalho na transformação do macaco em homem."

                  

                   E assim, com tremenda lentidão, através da imensidade do tempo, a terra                         iria tomando cada vez mais a forma desta terra em que vivemos.

                   H.G. WELLS, Breve história do mundo.

 

 

O tempo, o universo, formam uma grande noite em que ambos se engendram, se                                                                                                             devoram.

Milhões de pedaços de eternidade flutuam no espaço como pedras que um estranho furacão incrustou nesse muro trincado. A ordem e o caos se correspondem, se                                                                                                 complementam.

Pedaços de eternidade girando como a garoa das tardes em que ninguém nos ama.

Aqui é melhor passar por alto milhões de séculos, milhões de fenômenos e dizer simplesmente que as galáxias deslizam como medusas, como gotas de esperma; deslizam e fervem, borbulham, transbordam meu copo de cerveja. Na grande noite universal nascem, morrem e nascem (e assim além de toda a morte e de todo                                                                      nascimento) os astros, os planetas.

Faz milhões de anos (só contamos com datas vagamente

                   aproximadas) surgiu nosso pequeno mundo, esta terra

na qual um dia (aqui outra data vagamente aproximada) a vida revelou

                                                                           seus pequenos narizes.

Tudo isto é longo e difícil de expor. Será melhor ir dando pulos, pensando

                                                                           em observar no microscópio

esses animaizinhos que não se vêem em nenhum microscópio

                                                                  e que lentamente vão se reunindo

e amassando, até formar esses terríveis animalotes

capazes de comerem dez microscópios de uma só vez

e que se chamam dinossauros. A terra cheia de plesiossauros,

                                                        de brontossauros e de tiranossauros,

a terra cheia de sol e congelada, com seus belos jardins

                                                        densos de fantásticas samambaias.

 

E depois (pôr no lugar desta palavra uma data aproximada

                            de acordo com os estudos mais recentes)

surgiu o homem. Surgiram mulheres e homens aos quatro ventos do planeta, mulheres e homens sem folhas de uva e sem maçãs

nem serpentes, mulheres e homens

negros, brancos, vermelhos, amarelos, azuis e verdes,

                                               fazendo amor sobre a relva,

nos ramos da árvore mais frondosa do monte.

Fazendo a história de antes, muitíssimo antes dos

                   tempos que os historiadores, torpemente,

chamaram históricos (porque a história começou realmente

naquele dia em que o homem derrubou com um murro um búfalo,

                                               e sentiu uma intensa dor no punho,

e então decidiu construir um machado para acertar, na

                                      cabeça do belo e feroz animal).

Como resumir a história do homem? Eu não resumo nada,

                                               prefiro debruçar-me numa janela,

    abrir um livro na página 123 (ou 640), sacudir um

chapéu cheio de papeletas com números que correspondem

aos grandes acontecimentos, e afastar-me um pouco desse

                   impetuoso rio de sangue que quase me enche os sapatos.

Não posso cruzar os braços enquanto os homens se devoram

                   uns aos outros, os gauleses inauguram um music hall

no grande templo da Babilônia, os romanos escravizam

                   a metade do mundo conhecido, das ilhas Hawai

à de Porto Rico. Quantas catástrofes têm atingido este

                   pobre planeta, quantas pragas terríveis

têm dizimado o gênero humano: a peste de Atenas (e a de Londres, e ... ),

                   os cogumelos de Hiroshima e Nagasaki.

Vão e vêm as gerações, os sofrimentos, as correntes, as ondas e os gritos

que alimentam a tempestade. Milhares de milhões de homens e mulheres

                   fazendo amor sobre a relva,

levantando suas cidades, desgarrando seus ossos, atrás dos muros

                                                                  da dourada Constantinopla,

nas areias do deserto, sob este céu cinzento que pare os

                   primeiros trens; agora mesmo e aqui,

nesta ilha, nestas ruas inundadas de luz e de pássaros

(alguns assombrados nos contemplam das antenas de TV).

Quero dizer que aconteceram muitas coisas desde

que o universo é universo e o mundo é nosso mundo,

desde que o homem e a mulher apareceram sobre a terra

                                               como outros animais selvagens

que pouco a pouco se tomam animais quase menos selvagens

                                                (aí vão, pendurados, num ônibus)

Quero dizer que os astros deslizam inexoravelmente

                   enquanto um bom moço me dá uma pedrada na cabeça

e eu sei que é assim quando olho meu sangue que pinga no rosto

                   daquele bom moço que lembro sem rancor.

Passam os anos, vou percorrendo os caminhos, com a neve ou

                                                        o lodo até o nível do peito.

Em uma esquina me encontro com a morte, acendo seu cigarro

                                                        e sigo a todo vapor.

Quero dizer que têm acontecido tantas coisas: galáxias, terremotos,

                                                        colheitas e caminhões,

para que neste instante nossos corpos repitam o que outros corpos

                                               consumiram em sua faixa de eternidade,

para que neste instante você e eu inauguremos um rito milenar

                                               completamente inventado em nossos ossos.

Quero dizer que o mais incrível e belo de todos os

fenômenos ocorreu naquela tarde em que nos encontramos

para que agora, minha menina, mulher de minha vida, nossas

                            duas solidões estalem na grande labareda do amor.

 

         (De: La pedrada, 1981)    

 

 

Fuente de la foto que ilustra la página:
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