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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

OLGA CHAMS ALJACH

 

Olga Isabel Chams Eljach (Barranquilla, 21 de abril de 1922 - Barranquilla, 18 de marzo de 2009), conocida por el seudónimo de Meira Delmar, fue una poetisan. colombiana de ascendencia libanesa. Fue una de las más significativas poetisas del siglo XX en Colombia, considerada el nombre femenino más destacado de la poesía del país.

Fue miembro de la Academia Colombiana de la Lengua desde 1989, del Centro Artístico de Barranquilla, de la Comisión Interamericana de Mujeres, del Club Zonta Internacional de Mujeres Profesionales y Ejecutivas y de la Sociedad de Mejoras Públicas.

En 1937 sus primeras poesías —Tú me crees de piedra, Cadena, Promesa y El regalo de la lluvia — son publicadas en la sección Poetisas de América de la revista cubana Vanidades. En el momento de enviar sus poesías decide adoptar el seudónimo Meira Delmar, principalmente para evitar que sus padres y amigos reconociesen la autora de la obra. (...)

La poetisa ha descrito al amor, al olvido y a la muerte como temas centrales de su obra, orientando siempre su poesía al punto de vista femenino de estos temas. Así mismo ha descrito la existencia de una media voz en toda su poesía. Un tono proveniente de la nostalgia. En su poesía hay permanentemente la nostalgia de algo, de lo que no pude ser, de lo imposible. Textos y foto extraídos de Wikipedia.

 

 

TEXTOS EN ESPAÑOL   -   TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

 

TENORIO, Harold Alvarado.  Ajuste de cuentas.  La poesia colombiana del siglo XX.  Con un prólogo de Antonio Caballero.   Palma de Mallorca, España: Agatha, 2014.  662 p.   16,5x21,5 cm.  ISBN 978-980-6523-85-2    “ Harold Alvarado Tenorio “ Ex. bibl. Antonio Miranda

 

 

Encuentro con la nieve

 

Me despertó el silencio.

Afuera, ni el leve tintineo de algún trino,

ni el roce de una hoja

rezagada en la fuga del otoño.

En la casa, callados,

los pequeños crujidos que la noche

descubre en la madera,

las voces imprecisas del desvelo,

los pasos con que inicia

sus périplos el día.

Entreabri la ventana

y me encontré con ella,

con la primera nieve

de aquel año,

y también la primera

de mis ojos.

De lo alto llegaba o no llegaba
un vuelo de jazmines deshojados,
un manso oleaje de blancura,
 trémula y transparente
y pensativa.

Un sí es no es que parecía

más que presencia

y certidumbre plena

la memoria fugaz de otra memoria

entrevista en el sueño.

Cuánto tiempo ha pasado

desde entonces

no lo sé.

Pero aún sigo allí tras los cristales
viendo caer o no caer la nieve
primera de aquel año

y de mis ojos.

 

 

La ahogada

 

Estoy aquí, profunda, silenciosa,

borrándome la tierra que dejara

por este móvil tiempo descendido,

este vago país donde la muerte

asoma el rostro húmedo a mi rostro

de quietud y de espejo.

Ya se extingue en mi frente,

ya se apaga,

el fuego del estío,

su estatura

de dios entre los árboles,

su paso guarnecido de ciervos y de hojas

Lentamente se hunden en mis venas

los últimos colores, ya me dejan

las tardes que refulgen un momento

con el mágico sol de los venados,

las nubes de tormenta sobre el río,

el olor de la lluvia como un ángel

detrás de la ventana.

Ya mis ojos olvidan

la mirada del cielo,

mi mano la costumbre de los frutos

la amistad de su dulce arquitectura.

Ahora me rodean verdes muros

de transparente soledad, ocultas

ciudades gota a gota levantadas.

Undívagas criaturas se detienen

a mirarme pasar,

la desceñida

de su mundo, ceñida

de secreto

bajo la piel amarga

de su exilio. 

 

 

Cedros

 

Mis ojos niños vieron

—ha mucho tiempo— alzarse

hasta la nube un vuelo

de sucesivos verdes

que el aire en torno

embalsamaban

con tranquila insistencia.

El silencio se oía como una

música suspendida de repente,

y en mi pecho crecía

el asombro.

La voz del padre, entonces,
inclinóse a mi oído
para decirme, quedo:
"Son los cedros del Líbano
hija mía.

Mil años hace, acaso

mil más, que medran

a las plantas de Dios.

Guarda su imagen

en la frente y la sangre.

Nunca olvides

que miraste de cerca

la Belleza”.

Y desde aquella hora

tan lejana,

algo en mí se renueva

y estremece —

cuando topo en las hojas

de algún libro

su memoriosa estampa.

 

 

TEXTOS EM PORTUGUÊS
Tradução: Antonio Miranda

 

Encuentro com a neve 

Desprtou-me o siêncio.
Lá fora, nem o leve zumbido de algum gorjeio,
nem o roce de uma folha
abandonada na fuga do outono.
Em casa, calados,
os breves estalos que a noite
descobre na madeira,
as vozes imprecisas do desvelo,
os passos com se inicia
seus périplos o dia.
Entreabri a janela
e me deparei com ela,
com a primeira neve
daquele ano,
e também a primeira
de meus olhos.

Do altoa chegava ou não chegava
um voo de jasmins desfolhados,
um manso marulho de brancura,
trêmula e transparente
e pensativa.
Um sim é não é que parecia
mais do que presença
e certeza plena
a memória fugaz de outra memória
entrevista no sonho.
Quanto tempo passou
desde então
nem sei.
Mas inda sigo ali detras das vidraças
vendo cair ou não cair a neve
primeira daquele ano
e de meus olhos.

 

A afogada 

Aqui estou, profunda, silenciosa,
apagando a terra que deixara
por este tempo móvil descendente,
este vago país onde a morte
asoma o rosto úmido ao meu rosto
de quietude e de espelho.
Já se extingue diante de mim,
já se apaga,
o fogo do estio,
sua estatura
de deus entre as áravores,
seu guarnecidos de cervos e de folhas.
Lentamente penetaram em minhas veias
as últiimas coares, já me abandonam
as tardes que resplandecem um momento
com o mágico dos cervos,
as nuvens de tormenta sobre o rio,
o cheiro da chuva como um anjo
atrás da janela.
Meus olhos já esquecem
o olhar do céu,
minha mão o costume dos frutos
a amizade de sua doce arquitetura.
Agora me rodeiam verdes muros
de transparente soledade, ocultas
cidades gota a gota levantadas.
Ondulantes criaturas param
para ver-me passar,
a desatada
de seu mundo, atada
de segredo
sob a pela amarga
de seu exílio.
 

 

Cedros 

Meus olhos meninos viram
— já faz tempo — alçar-se
até à nuvem um voo
de seguidos verdes
que o ar em torno
embalsamavam
com tranquila insistência.

O silêncio era ouvido como
música suspensa de repente,
e em meu peito crescia
o assombro.
A voz do pai, então,
orientou-se ao meu ouvido
para dizer-me, fico:
“São os cedros do Líbano
filha minha.
Mil anos, acaso
mil mais, que medram
as plantas de Deus.
Guarda su imagem
pela frente e no sangue.
Nunca olvides
sque miraste de perto
a Beleza”.
E desde aquela hora
tão distante,
algo se renova em mim
e estremece —
quando topo com as folhas
de algum livro
sua memoriosa estampa.
 

 

Página publicada em junho de 2016


 

 

 
 
 
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