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                   JUAN G. RAMÍREZ 
                    
                  Juan  G Ramírez poeta colombiano nacido en Saravena (Arauca) en 1979. Hizo su  primaria, tardíamente, en una escuela veredal. Estudió su bachillerato en  Bogotá y en el año 2003 inició sus estudios de Teología, los que abandonó sin  terminar. Luego, para tener más tiempo para la lectura, consiguió un empleo de  mensajero domiciliario, lo que le permitió conocer ampliamente la capital, y  ante todo, descubrir las librerías de libros usados, que pronto aumentaron su  biblioteca personal y su gran interés por la lectura. En el año 2012 participó  de la Escuela de Escritores Anábasis, que fue dirigida hasta su muerte por el  poeta cubano Alberto Rodríguez Tosca. En su haber escritural tiene textos de  poesía, narrativa, ensayo y prólogos. Antes de este su primer libro publicado, Círculos, escribió el libro Estadios,  que se mantiene inédito, y en la actualidad se encuentra escribiendo su tercer  libro: Teoría y práctica del homicidio. 
                    
                  TEXTOS EN ESPAÑOL   -    TEXTOS EM PORTUGUÊS 
                    
                  
                  RAMIREZ. Juan G.   Círculos.  Poesía.  Bogotá: Ediciones  Exilio, 2018.  116 p.  11 x 17 cm. ISBN 978-9S8-56768-0-0   Ex. bibl. Antonio Miranda 
                    
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                  Vengo del Norte, donde forjan el  hierro,  
                    trabajan las rejas, hacen las cerraduras,  
                    los arados, las armas incansables. 
                  Alvaro Mutis 
                    
                  Voy  al Sur. Huyo de la ciudad de paisajes conocidos, donde me digo: por aquí pasó  mi infancia, aquí amé, allá cometí el crimen. Un silencio que invierte el cauce  de los ríos, los caminos donde el tiempo se erosiona y rueda por llanuras y alcores  hasta las simas del pasado, me guían. No sé quién soy. En algún rincón llevo a  un poeta: pero no canto la esencia de las cosas que envejecen en los patios olvidados  por la luz, ni pregunto por qué se dibujó con enigmática simetría el destino, o  si tengo alma que transmigre por la quietud de los cuerpos, ni enumero las  noches que perdí llorando (la vida, toda, acontece en una esquina, bajo el ojo  enconado de un dios). Plazas, obeliscos y andenes cuando ya no sean deformados  por mis sentidos recobrarán la forma exacta. Me oculto en los montes y me ato a  la cama para dormir: sueño con alas. Yo miraba al cielo, siempre creí mirar al  cielo hasta que me explicaron con inoportuna claridad que el Sur queda en la tierra:  es una región sin puertas ni espirales, de lagos oblicuos y torres inclinadas.  Allá seré libre. Seré el camino y los pasos; seré piedra, madera, ceniza,  cieno. Veré una mano extendida en los ojos de un águila, y me probaré como un  loco el gesto de los niños y ejerceré todos los oficios. Veré una ciudad sin  sombra. Veré a un anciano juntando piedrecitas antes de ir a la escuela.  Conoceré el Amor, música de las profundidades. Veré cómo los árboles sacuden  sus hojas hasta desprender la mañana, y veré al sol balanceándose en la punta  de los cerros. En el Sur las nubes no cambian deforma ni imitan dragones o  catedrales; allí, la tristeza que me persigue, desaparecerá. Hablaré el idioma  de lo desconocido (conoceré respuestas sin formular preguntas), y miraré a lo  lejos hasta que se cierren por completo los muros. 
                    
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                  La vida que nos dieron a vivir ya la vivimos. 
                  Yorgos Seferis 
                   
                  "Los  ríos son caminos que andan", dice mi padre. Atraviesan la llanura, el  atareado océano del pez y el trilobite, y se hunden en la soledad: son espejos  del universo, testigos impotentes de la especie, eso dice. Y yo, después de oír  tales consejos y comer la mierda de mi generación, ¿qué digo? Otros hacen la  historia (asesinos, tiranos y poetas), yo la eternizo, o al menos la empujo hasta  la mitad del siglo para que no fallezca a mis pies. ¿Qué nos quitará el olvido?  ¿Qué llevaremos? Escucha cómo se desordenan las ciudades, cómo se multiplican  las fronteras, el camino nada sabe de viajes ni de huidas. Duerme y espera. Hay  equilibrio en todo lo que cae, en el umbral y la lanza, en la fatiga; triunfé,  sí, pero no fue mi culpa: solo quise ampliar el tenue escalón de mi fracaso y  el triunfo llegó de forma inevitable. ¿Y la Vida? Era un juego y acabó ayer y  ahora construimos otra pared con los desechos de la fiesta. Nadie triunfa sobre  la vida. El dolor se acrecienta con el vuelo de las aves y el tic tac continuo  de los pasos que regresan a través del eco y la memoria. Todo es viaje. Me  quedaré en la ventana, inmóvil, hasta cuando mis enemigos envejezcan y las  nubes adquieran la forma de una casa que vio Thomas Mann en una ladera el 13 de  junio de 1926. Yo en otro tiempo comía hierbas, lamía las llagas de los perros,  ahora veo figuras que danzan en las cá¬lidas paredes de mi alcoba. Y el cielo,  como una línea azul, se curva sobre la edad y el polvo de mis antepasados. No  sé cómo reír. No sé cómo peinar mis manos para presentarlas con dignidad a  quienes ofrecen compasión. Me distrae el tamaño esférico2 triste, de la noche,  el lomo de los cerros en la mansedumbre de las praderas y la carcajada del  mendigo que halló en la basura un cordón umbilical. En el agua miro imágenes de  fieras y de montañas. Y la luna. Son los sueños del río. Una flor cae y rebosa  el firmamento. No es necesario contar los años, digo, ninguno se perderá.  Buscaré otras ciudades. En Kamsa hay un letrero que dice: Se reciben  criminales. Y luego: Aquí todos son culpables. No soporto a los jueces ni a los  predicadores. Nadie puede juzgar, nadie puede enseñar. Es una ciudad sin  puertas. Una luz anónima, gris, se balancea so bre la plaza. Entraré  y seré admirado. No oiré la pregunta: ¿cuál es su crimen? Y lo olvidaré. Los  niños me contarán el mito de aquel que, en un momento de iluminación, se castró  y luego fue convertido en pino por los dioses. Quisiera imitarlo. No tengo argumentos  para vivir, vivo simplemente, por la tarde y el viento pasaré sin dejar huella,  no marcaré la lámina del sueño ni el recio pergamino retendrá mi nombre  (asesinos, tiranos y poetas hacen la historia: yo los aplaudo). En el tamaño de  los árboles, en el desnivel de montes y colinas, repite mi padre, quedó cifrada  una escritura y nadie puede leerla (salvo los iniciados), el río es un dios de  paso urgente, una mujer de alma atormentada que ejercita la misericordia con  aquellos que anhelan pasar a la otra orilla. Me siento débil, confundido. ¿Otra  orilla? La piedra ignora su libertad, quien huye es el prisionero. ¿Existe,  acaso, una celda del tamaño de lo visible? ¿Por qué la condena? No distraigas a  los hombres con la Verdad, dicen los niños. Y lloran. 
                    
                  
                    
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                  Antonio Miranda e Juan G. Ramírez – 
                  XII Encuentro Universal  de Escritores Vuelven los Comuneros 2018. 
                    
                    
                  TEXTOS EM PORTUGUÊS 
                  Tradução de Antonio  Miranda 
                    
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                  Venho do Norte, onde forjam o ferro,  
                    trabalham as grades, fazem as fechaduras,  
                    os arados, as armas incansaveis. 
                  Alvaro Mutis 
                   
                  Vou  para o Sul. Fujo da cidade de paisagens conhecidas, onde me digo: por aqui  passou minha infância, aqui amei, lá cometi o crime. Um silêncio que inverte o  leito dos rios, os caminhos onde o tempo se erode e roda pelas planícies e colinas  até os cumes do passado, me guiam. Não sei quem sou. Em algum recanto levo a um  poeta: mas não canto a essência das coisas que envelhecem nos pátios esquecidos  pela luz, nem pergunto porque se desenhou com enigmática simetria o destino, ou  se tenho alma que transmigre pela quietude dos corpos, nem enumero as notes que  perdi chorando (a vida, toda, acontece em uma esquina, sob o olho intenso de um  deus). Praças, obeliscos e plataformas quando já não sejam deformado por meus  sentidos recuperarão a forma exata. Me escondo nos montes e lanço na cama para  dormir: sonho com asas. Eu olhava o céu, sempre acreditei que olhar o céu até  que explicaram com inoportuna claridade que o Sul fica na terra: é uma região  sem portas nem espirais, de lagos oblíquos e torres inclinadas. Lá serei livre.  Será o caminho e os passos; serei pedra, madeira, cinza, lama. Verei a mão  estendida nos olhos de uma águia, e me provarei como um louco o gesto de  crianças e exercerei todos os ofícios. Verei uma cidade sem sombra. Verei um  ancião juntando pedrinhas antes de ir para a escola. Conhecerei o Amor, música  das profundidades. Verei como as árvores sacodem suas folhas até desprender a  manhã, e verei o sol balançando na ponta dos morros. No Sul as nuvens não  caminham de forma nem imitam dragões ou catedrais; ali, a tristeza que me  persegue, desaparecerá. Falarei o idioma do desconhecido (conhecerei respostas  sem formular perguntas), olharei de longe até que se fechem por completo os  muros. 
                    
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                  A  vida que nos deram para viver já a vivemos. 
                    Yorgos Seferis” 
                    
                  “Os  rios são caminhos que andam”, diz meu pai. Atravessam a planura, o atarefado  oceano do peixe e o trilobite, e afundam na solidão: são espelhos do universo,  testemunhas importantes da espécie, isso disse. E eu, depois de ouvir tais conselhos  e comer a merda de minha geração, que digo? Outros fazem a historia  (assassinos, tiranos e poetas), eu a eternizo, ou ao menos a empurro até a  metade deste século para que não faleça aos meus pés.  Que nos retirará o olvido?  Que levaremos? Escuta como se desordenam as  cidades, como se multiplicam as fronteiras, o caminho nada sabe de viagens nem  de fugas. Dorme e espera. Há equilíbrio em tudo o que cai, no umbral e a lança,  na fadiga; triunfei, sim, mas não foi minha culpa: quis apenas ampliar o tênue  escalão de meu fracasso e o triunfo chegou de forma inevitável. E a Vida? Era  um jogo e acabou ontem e agora construímos outra parede com os detritos da  festa. Ninguém triunfa sobre a vida. A dor se acrescenta com o voo das aves e o  tic tac contínuo dos passos que regressam através do eco e a memória. Tudo é  viagem. Ficarei na janela, imóvel, até quando meus inimigos envelheçam e as  nuvens adquiram a forma de uma casa que viu Thomas Mann numa ladeira em 13 de  junho de 1926. Eem outro tempo comia ervas, lambia as chagas dos cães, agora  vejo figuras que dançam nas cálidas paredes de minha alcova. E o céu, como uma  linha azul, se curva sobre a idade e o pó de meus antepassados. Não sei como  rir. Não sei como pentear as mão para apresenta-las com dignidade aos que oferecem  compaixão. Distrai-me o tamanho esférico, triste, da noite, a lombada dos  montes na mansidão das pradarias e a gargalhada do mendigo que achou no lixo um  cordão umbilical. Na água vejo imagens de feras e montanhas. E a lua. São os  sonhos do rio. Uma flor cai e transborda o firmamento. Não é necessário contar  os anos, digo, ninguém vai perder-se. Buscarei outras cidade. Em Kamsa existe  um letreiro que diz: Acolhemos criminosos. E depois: Aqui todos são culpados.  Não suporto os juízes nem os predicadores. Ninguém pode julgar, ninguém pode  ensinar. É uma cidade sem portas. Uma luz anônima, cinza, balança sobre a  praça. Entrarei e serei admirado. Não ouvirei a pergunta: qual é o seu crime? E  o esquecerei. As crianças me contarão o mito daquele que, em um momento de  iluminação, castrou-se e depois foi convertido em pinheiro pelos deuses.  Quisera imitá-lo. Não tenho argumentos par viver, vivo simplesmente, pela tarde  e o vento passarei sem desejar rastro, não marcarei a lâmina do sonho nem o vigoroso  pergaminho reterá meu nome (assassinos, tiranos e poetas fazem a história: eu os  aplaudo.) Do tamanho das árvores, no desnível de montes e colinas, repete meu  pai, ficou cifrada uma escritura e ninguém pode lê-la (salvo os iniciados), o  rio é um deus que passo urgente, uma mulher de alma atormentada que exercita a misericórdia  com aqueles que anseiam passar à outra margem. Sinto-me débil, confuso. Outra  margem? A pedra ignora sua liberdade, quem foge é o prisioneiro. Este, acaso,  um calabouço do tamanho do visível? Por que a condenação? Não distraia os  homens com a Verdade, dizem as crianças. E choram. 
                    
                  Página  publicada em outubro de 2018 
                    
                    
                    
                    
                
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