| 
 EDUARDO COTE LAMUS(1928-1964)
 
 Poeta y político colombiano. Nació el 16 de agosto de  1928 en Cúcuta (Norte de Santander) y murió en accidente automovilístico el 3  de agosto de 1964, en la misma ciudad. Realizó sus estudios de Derecho en la  Universidad Externado de Colombia en Santafé de Bogotá y luego, gracias a una  beca que le concedió el gobierno español, estudió en Madrid y en la Universidad  de Salamanca. Allí trabó amistad con Vicente Aleixandre y con otros poetas  españoles y extranjeros.  Obra: Diario del Alto San Juan y del Atrato (1990), Estoraques (1963), La vida cotidiana (1959), Los sueños (1956), Obra literaria  ( Instituto Colombiano de Cultura , 1976), Preparación para la muerte (1950)., Salvación del  recuerdo (1953).  TEXTO EN ESPAÑOL  /   TEXTO EM PORTUGUÊS   La boca oscura
 En cada viento llega una  palabra,
 igual que cada sueño tiene un nombre;
 y el movimiento de la primavera,
 con su viaje de vuelta en el otoño,
 deja atrás un lenguaje que ella olvida.
 
 Siempre la boca tiene labios nuevos.
 Pero siempre es oscura porque nunca
 obtiene lo que muda: el testimonio
 del tiempo que se va, no el que se queda.
 
 Un fuego inaugural, como una estatua
 que fuese a hablar, las voces de un metal
 desconocido de los hombres, no
 de la montaña. Y es deber del canto
 hermosamente relatar el árbol,
 no el que vemos y bajo el cual soñamos,
 sino la imagen que se lleva el rio.
   Estoraques III
   El tiempo nada más en la piel del  estoraque,  el tiempo como un perro que nunca llega al  hueso,  el tiempo ladrando como perro, como un  perro  derrotado por los sueños.    En la superficie el tiempo: Heráclito el  Oscuro  hubiera aquí encontrado que su río es la  sed,  hubiese aquí encontrado que es mejor  el limo que los días, el cristal que las  imágenes,  la rueda del molino igual al agua.    Aquí las ruinas no están quietas:  el viento las modela. Por ejemplo  lo que antes era escombro de palacio  lo convirtió en estatua la erosión  y lo que fue la sombra de la torre  es ahora la sombra del chalán.    Ese bote de lanza del jinete  contra algo inexistente, ese ademán  de contienda en esos ojos sin sueño,  ese violento paso del caballo  detenido por siempre, ese color,  fueron antes las bases de algún templo,  el comienzo de algún arco, el fin  de tanta fe entregada a un dios terrible.    Hoy es un rostro, máscara mañana,  sueño primero, luego ni recuerdo,  columna ardiendo en el viento en llamas,  tórridas manos sobre la garganta  del caballero ecuestre, río, ríos  de sombra al rojo blanco dominando  aquello que existencia fue sin duda.    En esta sucesión que nadie nota  algo que no se mueve ni transforma,  algo quieto a pesar de tanto caos,  algo que permanece sin embargo  aunque desaparezcan estoraques  y nazcan otros, aunque aquellos bosques  de serpientes de pie como escuchando  la flauta del encanto comprendieran  que nunca han existido.    Pero es que aquí, también, todo se queda.  Es que acaso ¿razón tenía Parménides?  En fundamento todo permanece,  los elementos son iguales siempre  y la materia siempre es inmutable,  inmóvil es el ser y no se mueve  (ser y pensar son una cosa misma)  y todo esto que vemos y sentimos  es no más que un asunto incomprensible.    No más que la alta hoguera de la estrella  sobre este mundo. Nada más que el sueño  de pronto convertido en nada. Nada  distinto al propio fuego en que se incendia  ebria, la luz, muy dentro de la tierra  o encima de la lámpara que lleva  todo nombre encendido. El estoraque  siempre tiene las luces apagadas.    Al polvo nada vuelve, todo queda  delante de los ojos y las manos  sin poder recoger huellas de arena,  sin poder encontrar en tanta forma  cosa distinta de nuestro fracaso.  Por esto, Gorgias, Gorgias, yo te veo.  En la verdad te vi, en lo incomprensible  después de preguntar qué significan  esta vida, estos monstruos, estos sueños.     El desígnio            A Ernesto Mejía Sánchez 
 En las páginas solas de algún libroalguien (seguramente yo) há dejado
 escrita, para luego destruirla,
 una palabra: Muerte. Con amorla fue escribiendo, con amor la deja
 como para olvidarla en esa forma,
 pero vuelve después sobre las letras.
 Como un adolescente que lee un libro
 a escondidas, detrás de la família,
 se descubre culpable hasta los huesos:
 la misma mano que dejó los signosse endurece de pronto en la escritura
 y el mundo, entonces, ya, de nada sirve.
   TEXTO EM PORTUGUÊS  Tradução de Antonio Miranda
  
 
 A boca escura
 Em cada vento vai-se uma  palavra,
 igual que cada sonho tem um nome;
 e o movimento da primavera,
 em sua viagem de volta no outono,
 deixa atrás a linguagem que ela olvida.
 
 Sempre a boca tem lábios novos.Mas sempre é escura porque nunca
 consegue o que muda:  o testemunho
 do tempo que se vai, não o que fica.
 Um fogo inaugural, como uma estátua
 que quisesse falar, as vozes de um metal
 desconhecido dos homens, não
 da montanha.  E o dever do canto
 formosamente relatar a árvore,
 não a que vemos e sob a qual sonhamos,
 senão a imagem que o rio carrega.
 
 Estoraques III   Apenas o tempo na pele do estoraque,o tempo como um cão que nunca chega ao osso,
 o tempo ladrando como cão, como um cão
 derrotado pelos sonhos.
 
 O tempo na superfície: Héraclito o Escurohaveria encontrado aqui que seu rio é a sede,
 haveria encontrado que é melhor
 o limo que os dias, o cristal que as imagens,
 a roda do moinho semelhante à água.
   Aqui as ruínas não estão quietas: o vento as modela. Por exemplo o que ante era escombro de palácioconverteu-o em estátua a erosão
 e o que era a sombra da torreé agora a sombra do tropeiro.
   Este golpe de lança de ginete contra algo inexistente, esse modo de contenda nesses olhos sem sono,esse violento passo do cavalo
 detido para sempre, essa cor,
 foram antes as bases de algum templo,
 o começo de algum arco, o fim
 de tanta fé dirigida a um deus terrível.
   Agora é um rosto, mascara manhã,sonho primeiro, logo nem lembrança,
 coluna ardendo no vento em chamas,tórridas mãos sobre a garganta
 do cavaleiro eqüestre, rio, rios
 de sombra ao rubro branco dormindo
 aqui que existência foi sem dúvida.
   Nesta sucessão que nada percebealgo que não se move nem transforma,
 algo quieto apesar de tanto caos,
 algo que permanece entretantoembora desapareçam estoraques
 e nasçam outros, embora aqueles bosques
 de serpentes de pé como escutandoa flauta do encanto compreenderiam
 que nunca jamais existiram.   Mas é que aqui, também, tudo termina.É que, acaso, razão tinha Parmênides?
 Em fundamento tudo permanece,os elementos sempre são iguais
 e a matéria sempre é imutável,
 imóvel é o ser e não se move
 (ser e pensar são a mesma coisa)
 e tudo isso que vemos e sentimos
 nada mais é que um assunto incompreensível.
 
 Nada mais que a alta fogueira da estrelasobre este mundo. Nada mais que o sonho
 de repente convertido em nada. Nada
 distinto ao próprio fogo em que se incendeia
 ébria, a luz, bem dentro da terra
 ou sobre a lâmpada que leva
 todo nome aceso. O estoraque
 sempre tem as luzes apagadas.
   Ao pó nada regressa, tudo ficadiante dos olhos e das mãos
 sem poder colher vestígios na arena,
 sem poder encontrar em tanta forma
 coisa diferente de nosso fracasso.
 Por isso, Górgias, Górgias, eu te vejo.Em verdade te vi, no incompreensível
 depois de perguntar que significam
 esta vida, estes monstros, estes sonhos.
     O desígnio            A Ernesto Mejía Sánchez Nas páginas solitárias de um livro
 alguém (certamente fui eu) deixou
 escrita, para logo destruí-la,
 uma palavra: Morte. Com amorfoi escrevendo-a, com amor a deixa
 como para esquecê-la dessa forma,mas depois volta sobre as letras.
 Como um adolescente que lê um livroàs escondidas da própria família,
 descobre-se culpado até os ossos:
 a mesma mão que deixou os signos
 se endurece de repente na escritura
 e o mundo, então, já, de nada serve.
 
     Página publicada em  setembro de 2008.   
 |