ANTONIO SILVERA ARENAS
Barranquilla, Colombia (1965). Autor de los poemarios: Mi sombra no es para mí (1990), Edad de hierro (1998) y Cuesta trabajo (2006). En 1993 participó en el Foro Joven, Encuentro de Escritores Menores de 30 años realizado en Mollina, población de la Provincia de Málaga (España). Sus poemas han sido publicados en antologías de la poesía colombiana y en revistas de Colombia, México, Chile y España.
Ha obtenido menciones de honor en concursos de cuento de su país natal, como el de la Universidad Metropolitana de Barranquilla (2002) y el “Luis Vidales” (2010). También fue distinguido con el premio Mejor Director de Taller de la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa (RENATA) en 2009. Se desempeña como docente de literatura y como director del Taller Literario “José Félix Fuenmayor” en Barranquilla desde el año 2006.
Fuente: a.com.co
TEXTO EN ESPAÑOL – TEXTO EM PORTUGUÊS
TENORIO, Harold Alvarado. Ajuste de cuentas. La poesia colombiana del siglo XX. Con un prólogo de Antonio Caballero. Palma de Mallorca, España: Agatha, 2014. 662 p. 16,5x21,5 cm. ISBN 978-980-6523-85-2
(fragmento)
Con saña le arrancó los dedos, ay, uno a uno,
y después un ojo, el otro,
las valvas vueltas y extremas
por donde entraba la música del mundo
hasta hacer una perla de su oscuro corazón.
Tajó la lengua, los dientes,
el cuero cabelludo, cual apache,
y con una motosierra, que aún retumba en el aire,
desmembró su cuerpo exacto y único.
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Lo abyecto ocurre tras la pared
que tal vez separa tu casa del vecino:
la traición, la alevosía, el descaro
del político que tasa votos, vacas, café.
La más bella negocia sus gracias
por una portada en Vanidades.
Pero tú, sigue aún el ejemplo de la naturaleza:
haz con ello una nueva flor,
como el maestro de Francia.
No té rebajes a la barbaridad campante.
Naciste para el canto
y no tienes derecho a derramar
ni una gota de tinta: no tienes derecho
a mancillar la pureza de la página,
la pantalla traslúcida
de tu alma,
con el crimen, la ira y la procacidad.
Edad de hierro
Ya no hay princesa que cantar...
Rubén Darío
¿Y qué voy a cantar en este tiempo adverso?
Mi padre ya lo dijo:
«Es tiempo de abogados».
Mas yo —sin adarga,
sin manes ancestrales—
me lancé a la aventura.
El humo y la niebla de las calles
me embriagaron como un vino
y los autos veloces parecían caballos alados.
Todos los disparates de este tiempo de hierro:
televisión, antenas, aviones, metralletas,
me parecían prodigios de un sabio encantador.
Contra ellos expuse mi pecho adolescente,
y cuando caí vencido por una tuerca loca
que algún pastor moderno me arrojó con su honda
no hubo una doncella ni un bálsamo ni Sancho
que atendiera mi triste figura endemoniada.
¿De qué me quejo, entonces, si estoy manco y perdido?
Mi padre me lo dijo:
«Es tiempo de abogados».
Malos tiempos
¿Y dónde hallar el agua fresca ahora?
¿Qué palabras hilar a otras palabras
hasta tejer un canto nuevo,
un manto, un talismán?
Cruel es el dios
que rige nuestros días:
no le conmueve el llanto de las madres
ni el sacrificio de sus mejores hijos.
Nada aplaca su ira.
Yo, infausto sacerdote
de esta edad arruinada,
reconozco lo inútil de mi magia:
comprendo vuestras piedras en mi casa.
TEXTO EM PORTUGUÊS
Tradução: Antonio Miranda
(fragmento)
A sanha arrancou-lhe os dedos, ai, um a um
e depois um olho, o outro,
as válvulas viradas e extremas
por onde entrava a música do mundo
até fazer uma pérola de seu escuro coração.
(...)
O abjeto ocorre detrás da parede
que talvez separa tua casa do vizinho:
a traição, a aleivosia, o descaro
do político que taxa votos, vacas, café.
A mais bela negocia sua graça
por um capa de Vanidades.
Mas tu segues ainda um exemplo de natureza:
faz com isso uma nova flor,
como o mestre da França.
Não te rebaixas à barbaridade reinante.
Nasceste para o canto
e não tens direito de derramar
nem uma gota de tinta: não tens o direito
de macular a pureza da página,
a tela translúcida
de tua alma,
como o crime, a ira e a procacidade.
Idade de ferro
Ya no hay princesa que cantar...
Rubén Darío
Vou cantar o quê neste tempo adverso?
Minha mãe já me disse:
“É tempo de advogados”.
Mas eu sem adarga,
sem manes ancestrais,
lancei-me à aventura.
A fumaça e a neblina das ruas
me embriagaram como um vinho
e os carros velozes pareciam cavalos alados.
Todos os disparates deste tempo de ferro:
televisão, antenas, aviões , metralhadoras,
pareciam prodígios de um sábio encantador.
Contra eles expus meu peito adolescente,
e quando caí vencido por uma prego louco
que algum pastor moderno lançou-me com sua atiradeira,
não houve uma donzela nem um bálsamo nem Sancho
que atendesse minha triste figura endiabrada.
De que me queixo, então, se estou manco e perdido?
Meu pai já me havia dito:
“É tempo de advogados.”
Como estas moças
cada vez mais ansiadas e distantes
que o tempo nos revela a diário,
as palavras se exibem
e se vão.
Como elas, seu passo:
uma curva na tarde
a nostalgia no vento
seus risos...
E o castigo incessante:
os beijos rechaçados.
Maus tempos
Mas, onde achar a água fresca agora?
Que palavra ligar a outras palavras
até tecer um canto novo,
um manto, um talismã?
Cruel é o deus
que rege nossos dias:
não o comove o pranto das mães
nem o sacrifício de seus melhores filhos.
Nada detém sua ira.
Eu, infausto sacerdote
desta idade arruinada,
reconheço a inutilidade de minha magia:
compreendo vossas pedra em minha casa.
Página publicada em abril de 2013.
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