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LEONARDO SANHUEZA

 

Leonardo Sanhueza (1974) es escritor, columnista de prensa, geólogo y tiene estudios en lenguas y cultura clásicas. Ha publicado los libros de poesía Cortejo a la llovizna (Stratis, 1999), Tres bóvedas (Visor, 2003), La ley de Snell (Tácitas, 2010) y Colonos (Cuneta, 2011); el relato biográfico El hijo del presidente (Pehuén, 2014), la novela La edad del perro (Random House, 2014), la colección de crónicas Agua perra (J. C. Sáez Editor, 2007) y el volumen Leseras (Tácitas, 2010), que reúne sus versiones de los poemas breves de Catulo. Además es autor de la antología El Bacalao. Diatribas antinerudianas y otros textos (Ediciones B, 2004) y de la compilación de la Obra poética de Rosamel del Valle (J. C. Sáez Editor, 2000). Su trabajo poético se encuentra además en varias antologías y revistas nacionales y extranjeras.

Su labor ha sido reconocida con diversos premios y becas: Premio de la Academia Chilena de la Lengua (2012, por Colonos), Premio de la Crítica (2011, por La ley de Snell), Premio Lagar de Poesía (2009), Premio Internacional de Poesía Rafael Alberti (Cádiz, 2001), Premio “Pablo Neruda” del Concurso Nacional de Arte y Poesía Joven de la Universidad de Valparaíso (versiones 2001 y 2002; y mención en el 2003), Juegos Florales de Vicuña (2000), Concurso Nacional Eusebio Lillo de Poesía (1994), menciones en el Concurso Nacional Ciudad de San Felipe (2000) y en el Premio Municipal de Literatura (2004), y las becas de la Fundación Neruda, del Consejo Nacional del Libro y la Lectura y de la Fundación Andes. El 2012 año recibió el Premio Pablo Neruda de poesía por su trayectoria. 

Veja também:Vea também texto de Leonardo Sanhueza:

 NICANOR PARRA, UN POETA DE LA INCERTIDUMBRE

TEXTOS EN ESPAÑOL   -  TEXTOS EM PORTUGUÊS

SANHUEZA, Leonardo.  Cortejo a la llovizna. Santiago de Chile: Stratis, 1999.  80 p.

RENÉ CHAR ENAMORADO DEL LOBO

 

Un día René Char se mira en la laguna

y deja transitar el lirio por su frente.

La Medusa iba vestida de blanco

pero más atravesada.

 

Así es este amor,

.......... la sombra del arco y la lira,

rodando y sin romperse.

 

Gota de mercurio sobre el niño

para marcar el pulso de la naturaleza

cuando conduce a René Char desde la orilla

..........a la fiesta de las cascadas.

 

Nos abraza el petirrojo

y vuelve a su ventana.

El paisaje era sólo un paisaje.

Lo mejor era soplar sobre los nidos.

 

 

DEMÉTER ONDULANDO LAS ESPIGAS

 

No basta el sonido de nuestros días

ni el pasar de la brisa por nosotros.

La brisa, costurera de guirnaldas

......... para la tierra.

 

 

COMETA Y VENTOLERA

 

Todo ha desaparecido.

De todas nuestras horas

sólo ha quedado este grano

volteado hacia la espina viva del porvenir.

 

Creíamos que este mediodía estaba lejos

y esta mañana con su tarde y su asfixia.

Y creíamos que estos pájaros

estaban lejos de su diamante quebrado,

estos pájaros que en su locura todavía imitan

a aquel hombre que se comía las luciérnagas.

 

"Qué lejos están esos trigales"

-decíamos a lo lejos de los trigales,

arrogantes, montados sobre hidalgos caballos,

que no eran sino la brisa fabulosa de nuestra edad.

 

"Más vale la velocidad" -había que decir

y en su tiempo nuestra hermosura fue el enigma

que nos llevaba parecidos a un rebaño de ombligos.

 

Nunca se vio tal manera de pararse sobre el mundo

y atrapábamos mariposas para que amaran la libertad.

Desde las ovejas y los peces arreados por el viento

llovían sobre nosotros semillas en forma de arruga,

horas sobre el tambor.

 

El calor nos llevaba en forma de nubes.

El meteoro se disfrazaba de elegancia y risas.

Las mujeres aún sin senos eran bellas,

sin turmalinas en las ancas,

y con su temprano encaje de hinojos,

eran bellas tras su propia armazón de mujer y nina fugaz.

Construíamos con ellas largos castillos,

cada vez como si se tratara de un imperio final,

y el sueño nos llevaba en forma de átomos

y de fieras sonrisas y de tesoros y de hazañas.

 

................. *

 

Cuando todo hubo desaparecido

yo te encontré mi niña de piedra latente.

Y nos acordamos de las manos,

de la forma exacta de tocarnos los hombros

como sacando una lágrima de la espiga.

 

No habrá polvo ni viento que lo disperse,

así tengamos que inventar el amor

cuando nos falte la edad.

 

Después nos besaremos largo mi niña

y tu cabellera soltará una gota en llamas,

nuestro tesoro y la llave de las noches.

 

Porque más vale la velocidad de nuestros nombres,

los párpados de esos niños dejando entrar los violines

en el gesto de la ventolera primordial.

 

Más valen los hombres disparados

...........contra el huevo de la noche

y sus miradas abiertas como silbido de abejorro.

 

Diremos más vale el corazón

tallado en las negras virutas de las ciudades,

porque ésta fue nuestra hazaña:

narrar el amor con la redondez de nuestras pupilas

en un tiempo en que el rocío

nos hacía creer que él era el amor.

 

Y aunque todo ha desaparecido

tenemos la mirada de turquesa

y nuestros nombres están tendidos como el horizonte

...........o el aullido de los lobos.

 

A causa de la penumbra así ha de ser el amor

y que nos vean pasar

...........laceando el universo.

 

 

SANHUELA, Leonardo. Colonos.  Santiago de Chile: Editorial Cuneta, 2012.   88 p.  16x21 cm.  ISBN 978-956-8947-15-6 

 

 

Los cocheros de Quino 

¿Qué estamos haciendo aquí, Franz, August, Bernard,
entre cuatro palos parados, borrachos corno polillas
 que se desploman de la luz al licor, mientras el viento
 y la lluvia tocan sus polonesas sobre el barro?
¿Acaso no escuchan ahora, Johann, Albert, Fritz,
 como el pájaro las estrellas a través de las nubes,
 el tiquitoc de los cascos y el tiquitac del taconeo
 que corre presuroso a la ópera por las calles de Berlín?
 ¿Y tú, Richard, y tú, Hermann, y tú, Stephan,
 qué piensan de aquella noche en la taberna de Vogel,
 cuando tú, Herbert, y tú, Rainer, brindaron y dijeron
adiós caballos, carruajes, Puerta de Brandenburgo
? Tambaleantes, con la picana en la mano, el caminho
 alargado en un lento chirrido de bueyes: ¿eso es todo?
 ¿O hallaremos otra cosa, águilas contra un cielo negro,
antes de despertar colgados de un pie, desnudos
 como el viejo Friedrich, o como Wolígang
con largas túnicas de sangre seca y avispas?

 

Rigor mortis

 

¿Has leído aquello que dicen los libros

de historia natural: que el puma o león o trapial

jamás ataca al hombre, o que podría hacerlo

pero siempre en defensa propia,

porque es tan tímido, tan retraído en sus costumbres,

que bastaría mostrarle un lazo o el destello de un cuchillo

para espantarlo en fuga hacia el centro del monte?

Pues yo te digo que todo eso es verdad, pero

solamente con día claro, porque en la noche

te puede pasar lo que a Petronio Sepúlveda

y regresar a casa envuelto en un saco,

como cuartos de animal que ya no dan filete

sino sólo huesos pelados para la sopa del carnicero,

o peor todavía: que nunca te encuentren,

porque el puma cuando mata prueba sólo un bocado

y almacena el resto de su presa entre las quilas

donde lo cubre con flores silvestres y hojas secas

para que la carne al podrirse tenga mejor sabor

que el músculo tenso, duro y amargo.

 

 

Máscaras

 

Huir del sentido para encontrarlo,

ponerse una máscara tras otra, probar

todas las combinaciones: eso nunca

lo aprendieron los colonos

y siguieron siendo lo que eran.

Una máscara sobre otra máscara

hasta dar con el rostro, era obvio,

pero no: ellos creían que el tiempo

se adaptaba a los sujetos. Sin embargo,

cuando el cuerpo de Ricardo Zúñiga

apareció reventado a piedra y cuchillo,

con la cara en carne viva, desollada

cuidadosamente, con precisión,

más de alguien se quedó mudo

y sin comprender todavía por qué

se cubrió la cara con las manos.

 

 

 

TEXTOS EM PORTUGUÊS

Tradução: Antonio Miranda

 

 

Os cocheiros de Quino

 

Que estamos fazendo aqui, Franz, August, Bernard,

entre quatro paus parados, bêbedos como traças

que despencam da luz ao licor, enquanto o vento

e a chuva tocam suas polonesas sobre o barro?

Por que não escutam agora, Johann, Albert, Fritz,

como o pássaro, as estrelas através das nuvens,

o tic tac dos cascos e o tic tac do sapateado

que corre apressado à ópera pelas ruas de Berlim?

E tu, Richard, e tu, Hermann, e tu, Stephan,

que pensam daquela noite na taverna de Vogel,

quanto tu, Herbert, e tu, Rainer, saudaram e disseram

adeus cavalos, carruagens, Porta de Bandenburgo?

Cambaleantes, com a picada na mão, o caminho

alargado em um lento chiado de bois: isso é tudo?

Ou falaremos outra coisa, águias contra um céu nego,

antes de despertar pendurados por um pé, nus

como o velho Friedrich, ou como Wolfgang

com túnicas longas de sangue seco e vespas?

 

 

Rigor mortis

 

Leste aquilo que os livros dizem

de história natural: que o puma ou leão ou suçuarana

jamais ataca o homem, ou que poderia fazê-lo

mas sempre em defesa própria,

por é tão tímido, tão retraídos em seus costumes,

que bastaria mostrar-lhe um laço ou o lampejo de uma navalha

para espanta-lo em fuga para o alto do morro?

Pois eu te digo que tudo isso é verdade, mas

somente em dia claro, porque à noite

pode acontecer contigo o que a Petronio Sepúlveda

e regressara casa envolto num saco,

como quartos de animal que já não dá filé

apenas ossos pelados para a sopa do açougueiro,

ou pior ainda: que nunca te encontrem,

porque a puma quando mata prova apenas um pedaço

e armazena o resto de sua presa entre bambus

onde cobre com flores silvestres e folhas secas

para que a carne ao apodrecer tenha sabor melhor

que o músculo tenso, duro e amargo.

 

 

Máscaras

 

Fugir do sentido para logo encontra-lo,

pôr-se uma máscara depois de outra, provar

todas as combinações: isso nunca

os colonos aprenderam

e seguiram sendo o que eram.

Uma máscara sobre outra máscara

até dar com o rosto, era óbvio,

mas não: eles acreditavam que o tempo

se adaptava aos sujeitos. No entanto,

quando o corpo de Ricardo Zúñiga

apareceu atacado a pedra e punhal,

com a cara em carne viva, esfolado

cuidadosamente, com precisão,

muita gente ficou muda

e sem compreender ainda por quê

cobriu a cara com as mãos.

 

 

RENÉ CHAR APAIXONADO PELO LOBO

 

Certo dia René Char se contempla na lagoa
e deixa transitar o lírio diante de si.
A Medusa ia vestia de branco
porém mais atravessada.

 

Assim é este amor,
          a sombra do arco e a lira,
rodando mas sem romper-se.

 

Gota de mercúrio sobre o menino
para marcar o pulso da natureza
quando conduz René Char pela margem
          à festa das cascatas.

 

Nos abraça o pisco-de-peito-rubro
e regressa à sua janela.

A paisagem era apenas uma paisagem.
O melhor seria soprar nos ninhos.

 

DEMÉTER MOVENDO AS ESPIGAS

 

Não basta o som de nossos días
nem o passar da brisa por nós.

A brisa, costureira de grinaldas
          para a terra.

 

COMETA E VENTANIA

 

Tudo já desapareceu.

De todas as nossas horas
somente restou este grão
virado para a espinha viva do porvir.

 

Pensávamos que este meio-dia estava longe
e esta manhã com sua tarde e sua asfixia.
E pensávamos que estes pássaros
estavam longe de seu diamante roto,
estes pássaros que em sua loucura ainda imitam
aquele homem que comia os vaga-lumes.

 

“Que longe eram os trigais”
— dizíamos de longe dos trigais,
arrogantes, montado sobre cavalos fidalgos,
que não eran senão a brisa fantástica de nossa idade.

 

“Vale mais a velocidae” — havía de dizer
e em seu tempo nossa beleza foi o enigma
que nos levava semelhantes a um rebanho de umbigos.

 

Jamais se viu tal maneiro deter-se sobre o mundo
e caçávamos mariposas para que amassem a liberdade.
Desde as ovelhas e os peixes arriados pelo vento
choviam sobre nós sementes em forma de ruga,
horas sobre o tambor.

 

O calor nos levava em forma de nuvens.
O meteoro se disfarçava de elegância e risos.
As mulheres ainda sem seios eram belas,
sem turmalinas nas ancas,
e com seu precoce encaixe de rodilhas,
eram belas em sua própria estrutura de mulher e menina fugaz.

Construíamos com elas enormes castelos,
cada vez como se se tratasse de um império final,

o sonho nos levava em forma de átomos
e de ferazes sorrisos e de tesouros e de façanhas.

 

.................

 

Quando tudo havia desaparecido
eu te encontrei minha menina de pedra latente.
E nos agarramos pelas mãos,
na forma exata de tocar-nos os ombros
como tirando uma lágrima da espiga.

 

Não haverá pó nem vento que disperse,
assim tenhamos que inventar o amor
quando nos falte a idade.

 

Depois nos beijaremos longamente minha menina
e tua cabeleira soltará uma gota em chamas,
nosso tesouro e a chave das noites.

 

Porque mais vale a velocidade de nossos nomes,

as pupilas desses meninos deixando entrar os violinos
no gesto da ventania primordial.

 

Mais valem os homens apressados
          contra o ovo da noite
e seus olhos abertos com silvo de besouro.

 

Diremos vale mais o coração
talhado nas negras maravalhas das cidades,

porque esta foi nossa façanha:
narrar o amor com a redondeza de nossas pupilas
em um tempo em que a névoa
nos levava a crer que ela era o amor.

 

E embora tudo já tenha desaparecido
temos o olhar de turquesa
e nossos nomes estão estendidos como o horizonte

                    ou o uivar dos lobos.

 

Devido à penumbra assim há de ser o amor
e que nos vejam passar
          alargando o universo.

 

 

 

 


Os poetas Leonardo Sanhuela em Brasilia durante a celebração dos
100 anos de Nicanor Parra, na Universidade de Brasilia, em outubro de 2014

 

Página publicada em setembro de 2014

 

 


 

 

 
 
 
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