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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EDGAR AVILA ECHAZU

Nació en la ciudad de Tarija, Bolivia,  en 1930.

Miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua desde el 26 de septiembre de 1997. Ingresó a la corporación con la lectura del discurso titulado “El lenguaje y la creación literaria” que fue respondido por el académico de número D. Julio de la Vega Rodríguez. Ocupa la silla con la letra “C”.

 

Poeta, novelista, pintor, ensayista, conferencista e historiador. Hijo del historiador Federico Ávila, combatió en la Revolución Nacional de 1952. Estudió pintura en la Academia de Bellas Artes de La Paz y pedagogía en la Universidad Juan Misael Saracho de Tarija, donde fue docente y director de Publicaciones e Investigaciones Folklóricas. Director de la escuela de Artes Plásticas de Tarija, fue también Alcalde de esa ciudad en 1971 y senador de la República en 1979; desempeñándose como consejero cultural de la embajada de Bolivia en Madrid en 1980. Bajo un régimen militar dictatorial de facto, estuvo preso por razones políticas a principios de los setenta.

 

Sus obras poéticas son los siguientes: Habitante fugitivo (1965); Memoria de la tierra (1967); En cautivos sueños encarcelada (1968); Elegía (1979); y Elegía para Jaime Sáenz (1990). Sus novelas: Belinos (1995); “Cantar en las tinieblas” (1996); y Ceniza del viento (2004). Sus cuentos: El códice de Tunupa (1993); Una música nunca olvidada (1994); y Prohibido barrer los parques en otoño (1998). Sus ensayos literarios son los siguientes: Revolución y cultura en Bolivia (1963); Resumen de la literatura boliviana (1964); Literatura pre-hispánica y colonial en Bolivia (1974); Historia y antología de la literatura boliviana (1978); y Antología poética (1991). Finalmente, su obra histórica más importante entre una docena de estudios es el libro Historia de Tarija (1992).

Fuente de la biografia: http://www.academiadelalengua-bo.org

 

 

TEXTO EN ESPAÑOL   -   TEXTO EM PORTUGUÊS

 

        ODA OCASIONAL

         Gemido petrificado en la noche,
en la noche cortada sin piedad: gemido
que de la piedra nace
y en la piedra sobrevive
cuanto el grito del hombre
remonta las edades,
elevándose de su sueño
de ceniza original.

         Gemido que cae, primero
golpeando cualquier herida
del corazón: piedra hecha carne,
compás del sueño virginal,
manantial de la soledad;
gemido que luego se alza
para agonizar en el grito
que pervive en la piedra.

         Así, a través de músicas abandonadas,
en las gargantas de los sensitivos
pájaros muertos, muertos,
muertos al lado del manantial;
desde la ceniza de toda música,
a través de algunos remolinos
que obtienen la gracia de lo yerto,
hoy, se se te visto gemido...

         Hoy que las lilás encanecen
en su silenciosa sabiduría.
Desde esa ventana, mirando
vivir y nacer, y nacer y morir
el día y la noche,
y a la tarde intermediaria
acortándose agotada:
herida en tu grito...

         Ahí están las piedras
para que mi tacto acaricie
el primer signo de mi muerte,
viniendo y quedándose un momento
en la figura pétrea del gemido;
ahí están mis premoniciones,
de ceniza y de alto vuelo
desconocidas.

         Y el senso infantil, de niño envejeciendo,
desvanecida esencia de lo sido:
que tienen las notas del grito silenciado.
Gemido petrificado en la noche,
ceniza cauta que se dispersa,
el silencio es ya tuyo.
Y tu sitio está al lado
de todo lo yerto, de todo lo muerto...

         ¿ Desde allí, alguna vez
renacerá el grito que germina la vida?

 

TEXTO EM PORTUGUÊS
Tradução de Antonio Miranda

 

        ODE OCASIONAL

         Gemido petrificado na noite,
na noite cortada sem piedade: gemido
que da pedra nasce
e na pedra sobrevive
quanto o grito do homem
remonta às idades,
elevando-se de seu sonho
de cinza original.

         Gemido que cai, primeiro
golpeando qualquer ferida
do coração: pedra feito carne,
compasso do sonho virginal,
manancial da solidão;
gemido que logo se eleva
para agonizar no grito
que permanece na pedra.

         Assim, através de músicas abandonadas,
nas gargantas dos sensitivos
pássaros mortos, mortos,
mortos ao lado do manancial;
desde a cinza de toda música,
através de alguns remoinhos
que alcançam a ventura do rígido,
hoje, te observaram gemido...

         Hoje que os lilases embranquecem
em sua silenciosa sabedoria.
Desde essa janela, mirando
viver e nascer, e nascer e morrer
o dia e a noite,
e pela tarde intermediaria
encurtando-se esgotada:
ferida em teu grito...

Aí estão as pedras
para que meu tacto acaricie
o primeiro signo de minha morte,
vindo e detendo-se um momento
na figura pétrea do gemido;
aí estão minhas premonições,
de cinza e de elevado voo
desconhecidas.

         E o senso infantil, de menino envelhecendo,
dissipada essência do existido:
que têm as notas do grito silenciado.
Gemido petrificado na noite,
cinza cauto que se dispersa,
o silêncio que já é teu.
E o teu lugar está do lado
de todo o rígido, de todo o morto...

         Desde ali, alguma vez
renascerá o grito que germina a vida?

 

Página publicada em abril de 2019

 

 


 

 


 

 

 
 
 
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