HUGO ACEVEDO
1925-2007)
LOS HIMNOS DE HUGO ACEVEDO
Nota y selección por Héctor Miguel Angelí
En los años 60 compartimos algunas reuniones y lecturas de poemas que no puedo ya precisar. Además de su poesía, Hugo Acevedo se destacaba por su simpatía y su apostura. Parecía un galán de cine argentino del 40. Nos reencontramos luego de muchísimos años (en 2003) por medio de la poeta amiga María Elena Rocchio. Fue en su casa de Villa Pueyrredón. Lo acompañaba su esposa Lidia. La casa era espléndida. Un gran patio desbordado de plantas frente a grandes ventanales. "Las plantas fueron mi primer amor", dijo alguna vez el poeta. Y con ellas asomadas al cuarto de la reunión transcurrió una tarde apacible de poesía y amistad. Sin embargo, algo muy doloroso nubló silenciosamente ese reencuentro: Hugo estaba en silla de ruedas por la amputación de una pierna. Yo ya sabía de su desventura, pero los primeros momentos fueron para mí de inevitable y escondida conmoción.
Acevedo había nacido en Mendoza en octubre de 1925. En 1947 viaja a Chile, donde permanece dos años y conoce a muchos poetas, entre ellos a Neruda, quien le organiza un homenaje de despedida. Luego viaja al Norte de nuestro país y estrecha también vínculos con el mundo literario de Salta. Llega a Buenos Aires en 1955. Aquí aprende artes gráficas con Torres Agüero, lo que le permite dedicarse al libro en todas sus facetas: desde escribirlo (por supuesto) hasta editarlo.
Reúne sus primeros poemas en "Rumor de Vida"(1948), por el que obtiene el premio Ciudad de Mendoza. Le siguen otros poemarios: "Las flechas azoradas" (1955), "Canto al Norte" (1957), "En estos días" (1963), "Aquí en el Sur" (1965), "Después del alba" (1973), "Consagración de los días" (1983), "Alegría del alba" (1987), "Días como son" (1996), "Antología Poética"(1997), "Opus Cero" (2002), e "Himnos a la luz" (2005). En prosa publica : "Cuadros de una exposición" (1985), "Muere un poeta" (1997), "Caminos" (1998) y "Vive la France" (1999).
Además, tradujo del francés más de 200 títulos.
Iluminado desde sus comienzos por la obra de Jorge Enrique Ramponi, el autor de "Piedra infinita", la poesía de Hugo Acevedo se caracteriza por sostener con maestría el aliento de los himnos, los salmos, las baladas. Por eso sus poemas, frecuentemente extensos, necesitan del cariño del lector. El lenguaje es siempre límpido y refinado, aunque asoman a veces expresiones coloquiales y regionales. Nunca abandona el alto vuelo del rigor y la reflexión. Lo señala muy bien Adelina Lo Bue: "Tenía la educación propia de la época clásica y helénica. El nacimiento de la poesía griega y los orígenes de la lírica eran diálogos de acercamiento y contacto".
"La historia del hombre es la historia del crimen" dice un verso de Acevedo. Los bellos "Himnos a la luz", a pesar de exaltar la trascendencia, guardan el trágico secreto de la vida. Fueros sus últimos poemas conocidos.
Hugo Acevedo murió en Buenos Aires el 11 de mayo de 2007.
(Extraído de la revista BARATARIA, 2ª ÉPOCA, A]no 9, Número 21, Agosto de 2008, ejemplar gentilmente cedido por Ana Guillot)
TEXTOS EM ESPAÑOL / TEXTOS EM PORTUGUÊS
Preludio
Llega por galerías encarnadas,
tímidas, esbeltas.
Breve es el tiempo, breve.
Los pájaros son breves.
Breve es el vuelo,
tímido el camino.
El tiempo es breve.
No pasará por aquí,
no mirará los nidos;
y hacia el final, la cárcel.
No se vislumbra un ala,
no hay un llanto de perro abandonado.
Pero pasan las ondas
y se oye crecer el verano.
En el helécho parpadea una gota del último rocío.
Breve es el tiempo, como el rocío.
Ella no llegará,
no pasará por aquí.
A lo lejos, ni la chispa de un beso,
ni perdiéndose el témpano de un adiós
Galerías breves, solas.
Y hacia el final, el cielo.
(de "Opus Cero”)
Viendo pensar a un hombre
El filósofo ante su café
exhuma fantasmas fatigados.
Es un ámbito en el que las flechas pasan
hastiadas de herir
y dejan en el humo su aguijón,
sus números andróginos,
la amargura de su vuelo.
El filósofo ante su café
inhuma credos gemebundos.
Es una ciudad de cifras
cansadas de vivir,
rencorosas y saciadas de visiones,
del pan duro de la sabiduría.
(de "DÍas como son")
El fracaso
Yo te canté lámpara, mimbre, torre,
te nombré primavera, campana huérfana, celosa,
descubrí tu irradiación de alba,
imaginé que eras un silencio agazapado.
Te dije de mi deslumbramiento y de mi pena.
Te sabía lejana, celeste, inconquistable.
Pero en verdad no te veía a t¡, sino a tu nimbo.
Eras como una luna batida por el viento,
ondina de las nubes, caracola del sol.
El fin del tiempo pudo hallar mi armadura
indinada hacia tus rayos,
ciega de vigilia por sólo obedecer tu orden rubia,
el mandato dorado que disponía mi opresión.
Y no. Capitán de ese gozoso fin
tu frío eléctrico me devolvió a la tierra..
Entre el día y el ansia, no más que un espejismo,
un contraste ritual de mi sombra.
(de "Días como son")
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TEXTOS EM PORTUGUÊS
Tradução de Antonio Miranda
Prelúdio
Chega pelas galerias encarnadas,
tímida, esbeltas.
Breve é o tempo, breve.
Os pássaros são breves.
Breve é o vôo,
tímido o caminho.
O tempo é breve.
Não vai passar por aqui,
não olhará para os ninhos;
e até o fim, o cárcere.
Não se vislumbra uma asa,
não há um pranto de cão abandonado.
Mas passam as ondas
e ouvimos crescer o verão.
Na planta pestaneja uma gota do último orvalho.
Breve é o tempo, como o orvalho.
Ela não voltará, não mais virá por aqui.
A distância, nem a faísca de um beijo,
nem perdendo-se o gelo de um adeus.
Galerias breves, solitárias.
E até o final, o céu.
Vendo um homem pensar
O filósofo diante do café
exuma fantasmas fatigados.
É um âmbito em que as flechas passam
angustiadas de ferir
e deixam na fumaça seu aguilhão,
seus números andróginos,
a amargura de seu vôo.
O filósofo diante do café
enterra credos gemebundos.
É uma cidade de cifras
cansadas de viver,
rancorosas e saciadas de visões,
do pão duro da sabedoria.
O fracasso
Eu te cantei lâmpada, vime, torre
e nomeei primavera, campana órfã, ciumenta
descobri tua irradiação de alvorada, Alba
imaginei que eras um silêncio cativo.
Te falei de meu deslumbramento e de minha pena.
Te sabia distante, celeste, inconquistável.
Mas em verdade não te via, mas o teu nimbo.
Eras como uma lua batida pelo vento,
Ondina das nuvens, concha do sol.
Enfim o tempo pôde achar minha amargura
orientada para teus raios,
cega de vigília por apenas obedecer tua ordem ruiva,
o mandato dourado que dispunha minha opressão.
E não, Capitão desse prazeroso fim
teu frio elétrico me devolveu à terra.
Entre o dia e a ânsia, não ais que um espelhismo
um contraste ritual de minha sombra.
Página publicada em julho de 2009.
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