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ALBERTO GIRRI
(1919-1991)
Nació y murió Buenos Aires ciudad a la que agradeció el anonimato y la posibilidad de aislarse. Su primer libro "Playa Sola" es publicado en 1946. Colaborador de el suplemento literario de La Nación y de Sur es considerado entre la "generación de los cuarenta", aunque el estilo de su obra es tan personal que se resiste al encasillamiento. Los versos de Girri son mas ascéticos que las ideas que representan, quizá en concordancia con su pensamiento de que "lo espiritual de la vida esta en el despojamiento y no en la posesividad". Su producción principal se compone de más de treinta volúmenes de poesía y varios libros de prosa. Girri fue también un entusiasta traductor y divulgador de la obra de Elliot, Spender y Wallace Stevens, con los que compartía la visión estética de que la poesía es un vehículo del pensamiento filosófico.
Libros de poesias: Playa sola (1946), Coronación de la espera (1947), Trece poemas (1949), El tiempo que destruye (1950), Escándalo y soledades, Línea de la vida, Examen de nuestra causa, La penitencia y el mérito (1957), Propiedades de la magia, Elegías italianas., Quien habla no esta muerto (1975), El motivo es el poema (1976), Lo propio lo de todos (1980), Lírica de percepciones (1983), Trama de conflictos (1988), Juegos alégoricos (1993).
TEXTOS EN ESPAÑOL / TEXTOS EM PORTUGUÊS
EL DESESPERADO
Déjenlo gritar
con su penetrante olor
de pródigo rondando como un buitre
por los pecados de omisión.
Dejémoslo,
que la conformidad oculta
es artículo de su vigilia
fija en el amor.
Que la paz, peste de paz,
estímulo de comercios
para que agonicemos en la cama
y de su duración nadie se arrepienta,
es su intolerable fusta.
Que nuestro vagido,
vicioso presente anquilosando
el resplandor de lo que somos,
le impide reconocernos
a imagen y semejanza.
Que el fondo de su deuda
es nupcias con la mugre
donde el vino fino, la gota de agua,
la rosa henchida de aceite,
una herencia bajan a llorar.
Que la caridad que obedecemos,
perjura respuesta
a su única, devoradora soledad,
desconfía de las obras.
Déjenlo gritar, dejémoslo nosotros,
devotos pobremente sensibles
de la Segunda Persona
que por él se abrasa.
LLAMAMIENTO
El cazador
que dentro de mí
atisba
y tiende emboscadas,
y excava fosos
atrapando
lo que cae en ellos,
y cuenta sus presas
cuando el viejo sol
termina su paseo,
y se deja husmear
después de la caza
por hienas y chacales,
perros salvajes,
demonios
que piden carroña
e imitan
con aullidos y graznidos
la voz de los muertos,
no es
tan sólo mis impulsos
de destrucción y pánico,
de él
me viene la memoria ancestral
de la desobediencia
al espíritu vivificante,
el gusto desdichado
de la persecución.
Yo no soy
ni bueno ni malo por esencia
sino por participación,
cómo no reconoces, mi huésped,
que no quiero asimilar tus rasgos
más aliá de la vigília.
Yo te guardo;
yo te cuido,
deja en paz mis noches.
PREGUNTARSE, CADA TANTO
Qué hacer
del viejo yo lírico, errático estímulo,
al ir avecinándonos a la fase
de los silencios, la de no desear
ya doblegarnos animosamente
ante cada impresión que hierve,
y en fuerza de su hervir reclama
exaltación, su canto.
Cómo, para entonces,
persuadirlo a que reconozca
nuestra apatía, convertidas
en reminiscencias de oficios inútiles
sus constantes más íntimas, sustitutivas
de la acción, sentimiento, la fe;
su desafío
a que conjoremos nuestras nadas
con signos sonoros que por los oídos andan
sin dueños, como rodando, disponibles
y expectantes,
ignorantes
de sus pautas de significados,
de dónde obtenerlas:
y su persistencia, insaciable,
para adherírsenos, un yo
instalado en otro yo, vigilando
por encima de nuestro hombro
qué garabateamos;
y su prédica
de que mediante él hagamos
florecer tanto melodía cuanto gozosa
emulación de la única escritura
nunca rehecha por nadie,
la de Aquel
que escribió en la arena, ganada
por el viento, embrujante poesía
de lo eternamente indescifrable.
Preguntárnoslo, toda vez
que nos encerremos en la expresión
idiota del que no atina a consolarse
de la infructuosidad de la poesía
como vehiculo de seducción, corrupción,
y cada vez
que se nos recuerde que el verdadero
hacedor de poemas execra la poesía,
que el auténtico realizador
de cualquier cosa detesta esa cosa.
TEXTOS EM PORTUGUÊS
O DESESPERADO
Tradução de Antonio Miranda
Deixem-no gritar
com seu penetrante odor
de pródigo rondando como um abutre
pelos pecados da omissão.
Deixemos,
que a conformidade oculta
é artigo de sua vigília
fixa no amor.
Que a paz, peste de paz,
estímulo de negócios
para que agonizemos na cama
e de sua permanência ninguém se arrependa,
é seu intolerável fuste.
Que o nosso gemido,
vicioso presente anquilosando
o resplendor do que somos,
impede reconhecer-nos
à imagem e semelhança.
Que o fundo de sua dívida
é núpcias com a imundície,
onde o vinho fino, a gota de água,
a rosa inchada de azeite,
uma herança, descem a chorar.
Que a caridade que obedecemos,
perjura resposta
á sua única, devoradora solidão,
desconfia das obras.
Deixem-no gritar, deixemos,
devotos pobremente sensíveis
da Segunda Pessoa
que por ele abrasa.
CONVOCAÇÃO
Tradução de Antonio Miranda
O caçador
que dentro de mim
espreita
e lança emboscadas,
e cava fossos
apanhando
o que deles cai,
e conta suas presas
quando o velho sol
termina seu passeio,
e se deixa farejar
depois da caça
por hienas e chacais,
demônios
que pedem carniça
e imitam
com gemidos e grunhidos
a voz dos mortos,
não é
apenas meus impulsos
de destruição e pânico,
dele
vem a memória ancestral
da desobediência
ao espírito vivificante,
o gosto desgraçado
da perseguição.
Eu não sou
nem bom nem mau por essência
senão por participação,
como não reconheces, minha hóspede,
que não quero assimilar teus traços
além da vigília.
Eu te protejo;
eu te cuido,
deixa em paz as minhas noites.
INDAGAR-SE, CADA TANTO
Tradução de Antonio Miranda
Que fazer
do velho eu lírico, errático estímulo,
ao nos avizinharmos da fase
dos silêncios, à de não desejar
já dobrarmos animosamente
ante cada impressão que ferve,
e na força do ferver reclama
exaltação, seu canto.
Como, no entanto,
persuadi-lo para que reconheça
nossa apatia, convertidas
em reminiscências de deveres inúteis
suas constantes mais íntimas, substitutivas
da ação, sentimento, a fé;
seu desafio
a que conspiremos nossos nadas
com signos sonoros que pelos ouvidos andam
sem donos, como rodando, disponíveis
e expectantes,
ignorantes
de suas pautas de significados,
de onde obtê-las:
e sua persistência, insaciável,
para aderir-nos, um eu
instalado em outro eu, vigiando
por cima de nosso ombro
que garatujamos;
e sua prédica
de que mediante ele façamos
florescer tanto melodia quanto gozosa
emulação da única escritura
nunca refeita por alguém,
a Daquele
que escreveu na areia, tomada
pelo vento, enfeitiçante poesia
do eternamente indecifrável.
Indagar-nos, toda vez
que nos encerremos na expressão
idiota do que não atina a consolar-se
com a infrutuosidade da poesia
como veículo de sedução, corrupção,
e cada vez
que nos lembrem que o verdadeiro
fazedor de poemas execra a poesia,
que o autêntico realizador
de qualquer coisa detesta essa coisa.
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