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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

POESÍA ESPAÑOLA
Coordinación: AURORA CUEVAS CERVERÓ

 

 

JUSTO JORGE PADRÓN

 

Nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1943. Fue secretario general del PEN Club Español de 1983 a 1990. Dirigió la revista internacional plurilingüe Equivalencias. Ha dado conferencias y lecturas de sus poemas en más de sesenta países. Ha publicado quince libros de poesía, cinco antologías, y veinte libros de ensayo y traducción. Su poesía ha sido vertida a treinta y siete idiomas. Ha ganado, entre otros, los premios de poesía: Europa de Literatura 1986, en Yugoslavia: Gran Premio Internacional de Literatura de Sofía en Bulgaria en 1988; Premio Orfeo de Bulgaria en 1992; Premio Internacional de la Academia Sueca en 1972; El Premio de la Asociación de Escritores Suecos al mejor libro de poesía europea de 1976 por Los Círculos del Infierno, obra ya traducida a 22 idiomas; Medalla de Oro de la Cultura China, 1983; Medalla de oro de Bruselas de 1981; Corona de Oro del Festival Internacional de Struga de 1990 en Macedonia por el conjunto de su obra poética. En 1994 obtiene el Premio Blaise Cendrars de  los encuentros  Internacionales  de  Suiza;  en 1 996  el  Gran Premio Internacional Nichita Stanescu de Rumania. En 1982 organizó y presidió el Sexto Congreso Mundial de Poetas en Madrid, en 1992 el Festival Internacional de Garachico en Tenerife; desde 1996 dirige el Festival Internacional de Poesía de Las Palmas.

 

 

 

TEXTOS EN ESPAÑOL – TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

Extraído de

PROMETEO.  Numero 51-52   1998   Memoria del VIII Festival Internacional de Poesía de Medellín. Colombia, 1998.  285 p. Número monográfico. 

 

El eros de la muerte

 

Crueldad, quiero tu lengua, tu inteligencia oculta

de perversión feroz y a la deriva,

contaminada en las maquinaciones

del placer que enmudece, despertando

la insidia y el peligro de tu experiencia única.

 

Que enjambre de caricias en el nudo

con el que aún reclamas la posesión suprema.

Seguir, merodear de forma sub-reptícia

hasta ir descubriendo este delirio

atroz que se enardece por entrar y expandirse

en el fuego del daño y el desmayo.

 

Impaciente deseas su cuerpo cenagoso,

maduro corno el vicio que a sí mismo corrompe

con su olor a azahares ultrajados,

a estrellas que en el vino se disuelven.

En él sientes el odio que palpita

en su voltaje oscuro de noche y de marea,

por alcanzar la sangre, cuando el beso

insaciable la busca y la aniquila.

 

Ah, sombría violencia fascinada,

que encuentras tu destino en la tensión mortal

con que dos cuerpos duros se engastan, se penetran

hasta la raíz misma de sus limos,

allí donde la furia es la pasión

y el miedo de no ser el fulgor de la muerte.

 

 

 

POESIA SEMPRE – Revista Semestral de Poesia.  ANO 4 – NÚMERO 7 – JULHO 1996.  Rio de Janeiro: Fundação Biblioteca Nacional, Ministério da Cultura, Departamento Nacional do Livro, 1996.   Ex. bibl. Antonio Miranda

 

 

         La ola ardiente te arrastra

 

La mezquindad y la calumnia
y sus bastardos mercaderes
extendiéndose en toda tu memoria,
como una maldición.

Sordo, el violento puño del día machacándote,

estallando tu sangre a cada golpe.

Llegas cansado a casa con el sombrío hedor

de la derrota, pero tu mirada

en su rompiente rebeldía,

jura que aún no has perdido.

La ola ardiente te arrastra

por la pequeña galería umbrosa.

Vas incendiando

sin darte cuenta las paredes,

los libros, hasta el aire sumiso del hogar,

y todo lo derribas con tu oscura mirada.

Grandes ojos viscosos cuelgan por los dinteles,

lenguas torcidas manchan

cuadros y espejos apacibles,

y repisas y muebles se desploman

ante tus pasos desolados.

Toda la hez del mundo mancillando tu lecho,

contagiando con tu presencia a cuanto amaras.

y al fin te encuentras y huyes escaleras abajo,

antes de que también tu casa

deje de ser el único refugio

contra la muerte.

 

 

 

El insomne

 

 

Cuenta los rostros verdes
que la humedad dibuja en estos muros,
las migajas de pan que con blancura
s
iembran de islas el mar gris de la mesa,
la ventaja metálica y estable
del latir del reloj

sobre los goterones de su cuarto,

los espasmos fulgentes del neón del anuncio,

los sigilosos coches sobre la nieve sucia,

alguna voz distante,

borbotones de ocultas cañerías

cual sorprendidos mudos,

las letras rojas, negras,

fijadas en los lomos de los libros.

las ráfagas del viento, la cellisca.

cuenta los calcetines por el suelo

— dormidas ratas —,

las vacías botellas

como premonitorios alfiles de la muerte,
las pálidas pastillas
igual que un pelotón alineadas
contra la noche inacabable.

 

 

 

 

TEXTO EM PORTUGUÊS
Tradução: Antonio Miranda

 

 

O eros da morte

Crueldade, quero tua língua, tua inteligência oculta
de persuasão feroz e à deriva,

Contaminada nas maquinações,
do prazer que emudece, despertando
a insídia e o perigo de tua experiência única.

 

Que enxame de carícias no nó
com o que ainda reclamas a posição suprema.
Seguir, vagar de forma sub-reptícia
até ir descobrindo este delírio
atroz que se enaltece por entrar e expandir-se
no fogo do dano e o desmaio.

 

Impaciente desejas seu corpo pantanoso,
maduro como o vício que a si mesmo corrompe
com seu odor de flor de laranjeiras ultrajadas,
a estrelas que no vinho se dissolvem.
Nele sentes o ódio que palpita
em sua voltagem escura de noite e de maré,
por alcançar o sangue, quando o beijo
insaciável busca-a e a aniquila.

 

Ah, sombria violência fascinante,
que encontras teu destino na tensão mortal
com que os corpos rijos se esgarçam, se penetram
até à raiz mesma de seus lodos,
ali onde a fúria é a paixão
e o medo de não ser o fulgor da morte.

 

 

onda ardente te arrasta

        A mesquinhez e a calúnia
         e seus mercadores bastardos
         ampliando-se em toda a tua memória;
         como uma maldição.
         Surdo, o violento punho do dia machucando-te,
         estourando teu sangue a cada golpe.
         Chegas cansado a casa com o fedor sombrio
         da derrota, mas teu olhar
         em sua rompente rebeldia,
         jura que ainda não perdeste.
         A onda ardente te arrasta
         pela galeria pequena e sombria.
         Vás incendiando
         sem perceber as paredes,
         os livros, até o ar submisso do lar,
         e tudo derrubas com tua escura mirada.
         Grandes olhos viscosos pendurados pelas vergas,
         línguas torcidas mancham
         quadros e espelhos amenos,
         e sapatas e móveis se desaprumam
         diante dos teus passos desolados.
         Todas as fezes do mundo manchando teu leito,
         contagiando com tua presença tudo que amaste,
         e no fim te encontras  e foges descendo escada
         antes de que também tua casa
         deixe de ser o único refúgio
         contra a morte.

 

        O insone

         Conta os rostos verdes
         que a umidade desenha nestes muros,
         as migalhas de pão que com brancura
         semeiam de ilhas o mar cinza da mesa,
         a vantagem metálica e estável
         do soar do relógio
         sobre as goteiras de seu quarto,
         os espasmos fulgentes do neon do anúncio,
         os sigilosos carros sobre a neve suja,
         alguma voz distante,
         jorros de ocultos encanamentos
         como mudos surpreendidos,
         as letras vermelhas, negras,
         fixadas nas lombadas dos livros,
         as rajadas de vento, o granizo,
         conta as meias pelo chão
         — ratazanas dormidas —.
         as garrafas vazias
         como promontórios alfinetes da morte,
         as pálidas pastilhas
         igual a um pelotão alinhado
         contra a noite inacabável
       

 

 

 

Página publicada em setembro de 2014; ampliada e republicada em janeiro de 2018


 

 

 
 
 
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