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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



JORGE ENRIQUE ADOUM

 

 

Uno de los más importantes poetas de Ecuador, nació en Ambato en 1926. Realizó estudios de Derecho y Filosofía en la Universidad Central del Ecuador y los terminó en la Universidad de Chile. En 1952 obtuvo el Premio Nacional de poesía de su país. En 1960 ganó el Premio Casa de las Américas de La Habana. Actualmente reside en Quito.

 

Página publicada en colaboración con la revista (electrónica) chilena LA PATA DE LIEBRE (5 agosto 2007), que dirige el poeta Aristoteles España. 

 

 

TEXTOS EN ESPAÑOL  TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

 

INFORME PERSONAL SOBRE LA SITUACIÓN

 

 

CURRICULUM MORTIS

 

RECADO DE LA PESTE

 

312. Está en todos los periódicos, cotización

del dólar, temperatura Fahrenheit, víctimas

de cólera. (Suma y sigue, para atrás,

las últimas semanas de estos siglos solamente).

Hay estado de emergencia y si nos buscan

es porque no somos de esta podredumbre.

Es el rencor de no tener remedio, de no saber

qué verbos inventabas boca arriba cuando nos deshacíamos

sólo para rehacernos, y aceptábamos, porque éramos dos,

el desafío.

                Qué difícil, en la tenacidad

de su contagio, ser la última pareja de la tierra:

aquí ambos somos asunto de muchísimas personas

que se entienden por señas, por teléfono, espían

por las puertas, descuelgan los letreros, llaman

al cuarto piso, gritan para que abandonemos

el barco en que nos salvábamos hundiéndonos

en el otro por mitades, gastándonos abrazándonos

hasta que toquen nuestros huesos nuestros huesos.

Después ya fuiste la horizontal leona quieta.

Yo estaba entregado a mi trabajo: reponerte

como una media el olvido que te quitó la noche

y la ternura que a veces no encontrabas

entre las otras tú que no te incumben.

Pero vino la carreta por ti, con caballos legales,

y te llevó, al fin contaminada, al fin caída,

oh mi loca de semen, en señora honorable

o dama muerta, y el cemento implacable

de las buenas costumbres va tapiando tus abras

y un cuervo funeral en tu memoria. Cómo puedes.

Si estuviéramos en mi país podríamos

por lo menos llorar, poner un disco, carajear

al gobierno, pero aquí no queda nadie

para darnos de reír o de beber en tu velorio.

Pero entonces la muerte ya no vale la pena.

Quizá la muerte es algo que ya pasó de moda.

(También la vida, en esta aldea griega).

 

 

 

ADEMÁS…

EL INSTANTE DETENIDO

                                                       A Tzvetan Todorov

 

Cuando el marinero de Triana, con la boca entre las manos,

gritó: “¡Tierra a la vista!”, y el Almirante creyó terminada su

    aventura,

el astrónomo que atisbaba muchos siglos la muerte de una

    estrella,

el copista a punto de encontrar la página donde estaba extra-

    viado su destino,

el geómetra que tiraba los dados por calcular la superficie

    exacta de la tierra,

la niña de pie en un charco para intuir cómo alguien la vería

    desde abajo,

el labriego cavando el surco con los dientes por sentir junto al

    labio la semilla,

la muchacha levantando insistente su falda por ver si la mujer

    había ya llegado,

el zagal atareado en el crepúsculo con una cría de oveja entre

    los muslos,

el poeta atónito sin saber a dónde fueron las palabras que lo

    abandonaron,

la costurera que guardaba sus lágrimas hilvanándolas en el

    dobladillo de su saya,

el centinela que aspiraba a guardar la alcoba de la reina porque

    soñar no basta,

la tornera buscando en las sobras sílabas de conversación para

    no pasar la vida sola,

el confesor a punto de envidiar la culpa de pecados que otros

    le inventaban,

el soldado codicioso a cuya lujuria territorial el Papa proveía,

la tejedora que se disipaba en los ojos diseños como polvo,

    como llanto, como hilachas,

el albañil frente a la pared donde había mezclado resbalones de

    niño con caídas del alma,

el carcelero que no entendía por qué el preso quería salir

    mientras llovía,

la parturienta expiando con el alarido enorme la culpa de esa

    cita,

el recién nacido que comenzaba a morir toda la vida contán-

    dose los años,

el cirujano que con un trépano quería averiguar en quién pen-

    saba su señora,

el jinete midiendo el tiempo que tardaba el relincho en llegar

    al nuevo mundo

y el agorero que iba a predecir esa desdicha,

suspendieron de golpe lo que cada uno hacía,

mas cuando el capitán tras la bofetada hizo que aperrearan a la

    moza india

por no dejarse persuadir de conocer otro varón que su marido,

retomaron sus ocupaciones habituales en el punto

en que aquella hazaña de mar las había interrumpido.

 

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TEXTOS EM PORTUGUÊS

Tradução de Antonio Miranda

 

 

CURRICULUM MORTIS

 

RECADO DA PESTE

 

312. Está em todos os jornais, cotação

do dólar, temperatura Fahrenheit, vítimas

da cólera. (Soma e segue, para trás,

as últimas semanas deste século apenas).

Há um estado de emergência e se nos buscam

é porque não somos desta podridão.

É o rancor de não ter remédio, de não saber

que verbos inventavas boca pra frente quando nos desfazíamos

só para refazermo-nos, e aceitávamos, porque éramos dois,

o desafío.

              Que difícil, na tenacidade

de seu contágio, ser o último casal sobre a terra:

aqui ambos somos assunto de tantas pessoas

que se entendem por sinais, por telefone, espiam

pelas portas, retiram os letreiros, chamam

o quarto andar, gritam para que abandonemos

no outra por metades, gastando-nos abraçando-nos

até que toquem nossos ossos nossos ossos.

Depois já foste a leoa horizontal e quieta.

Eu estava entregue ao meu trabalho: recompor-te

com uma meia o olvido que te quitou a noite

e a ternura que às vezes não encontravas

entre as outras tu que não te incumbem.

Mas veio a carroça por ti, com cavalos legais,

e te levou, enfim contaminada, enfim caída,

oh minha louca de sêmen, em senhora honorável

ou dama morta, e o cimento implacável

dos bons costumes vai entaipando tuas abras,

e um corvo funeral em tua memória. Como podes?

Se estivéssemos em meu país poderíamos

pelo menos chorar, colocar um disco, fustigar

o governo, mas aqui não resta ninguém

para dar-nos de rir e de beber em teu velório.

Mas então a morte já não vale a pena.

Talvez a morte seja algo que já passou de moda.

(Também a vida, nesta localidade grega).

 

 

ALÉM DISSO…

O INSTANTE DETIDO

                                                       A Tzvetan Todorov

 

Quando o marinheiro de Triana, com a boca entre as mãos,

gritou: “Terra à vista!”, e o Almirante deu por terminada sua

         aventura,

o astrônomo que observava muitos séculos pela morte de uma

         estrela,

o copista a ponto de encontrar a página onde estava extra-

         viado seu destino,

o geômetra que jogava os dados para calcular a superfície

         exata da terra,

a menina de pé no charco para intuir como alguém a veria

         por debaixo,

o lavrador cavando o sulco com os dentes por sentir junto ao

         lábio a semente,

a moça levantando insistente a saia para saber se a mulher

         já havia chegado,

o rapaz atarefado no crepúsculo com uma cria de ovelha entre

         as coxas,

o poeta atônito sem saber aonde foram as palavras que o

         abandonaram,

a costureira que guardava suas lágrimas alinhavando na

bainha de sua saia,

o sentinela que aspirava guardar a alcova da rainha porque

         sonhar não basta,

a rodeira buscando nas sobras sílabas de conversação para

         não passar a vida sozinha,

o confessor a ponto de invejar a culpa de pecados que outros

         lhe inventavam,

o soldado cobiçoso a cuja luxúria territorial o Papa dispunha,

a tecedora que se dissipava nos olhos desenhos como poeira,

         como pranto, como fiapos,

o pedreiro diante da parede onde havia misturado escorregões de

         criança, com quedas de alma,

o carcereiro que não entendia por quê o preso queria sair

         enquanto chovia,

a parteira expiando com o alarido enorme a culpa desse

         encontro,

o recém nascido que começava a morrer toda a vida contan-

         do os anos,

o cirurgião que com um trépano queria averiguar em que pen-

         sava sua esposa,

o ginete medindo o tempo que durava o relincho em chegar

         ao novo mundo

e o agoureiro que iria predizer esta desdita,

suspenderam de repente o que cada um fazia,

mas como o capitão depois da bofetada fez com que aperrear a

         moça índia

por não deixar-se persuadir de conhecer outro varão além do marido,

retomaram suas ocupações habituais no ponto

em que aquela façanha de mar as havia interrompido.




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