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Sobre Antonio Miranda
 
 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

JESÚS J. BARQUET

 

La Habana, Cuba, 1953* Graduado de Letras Hispánicas por la Universidad de La Habana en 1976, sale a los Estados Unidos en 1980 como parte del éxodo ma-sivo del Mariel. Tras docto-rarse en la Universidad de Tulane en Nueva Orleans en 1990, pasa a trabajar como profesor de literaturas hispánicas en la Universidad Estatal de Nuevo México, de la cual es actualmente Profesor Emérito. Dirige desde 2014 las ediciones de poesía La Mirada.

Como poeta cuenta con Sin decir el mar (1981), Sagradas herejías (1985), Un no rompido sueño (2do. Premio en el Certamen de Poesía Chicano-Latina, Universidad de California-Irvine, 1994), El Libro del desterrado (1994), Naufragios / Shipwrecks (1998, 2001), Sin fecha de extinción (2004), la compilación Cuerpos del delirio (2010), JJ/CC (2014), Los viajes venturosos / Venturous Journeys (2015) y Aguja de diversos (2018).

Como traductor de poesía cuenta con The Island Odyssey: Contemporary Cuban Poets (2002), José Ángel Valente: A Selection of His Poetry (2005), La Brasiliada, de Nicolás Behr (2009) e Imposeída (46 poemas), de Mercedes de Acosta (2016).

Como crítico literario, ganó el Premio Letras de Oro (Universidad de Miami, 1991) por Consagración de La Habana, y el Premio Lourdes Casal (UNEAC, La Habana, 1998) por Escrituras poéticas de una nación. Sus restantes publicaciones críticas y editoriales incluyen Más allá de la Isla (1995), Teatro y Revolución Cubana (2002), Poesía cubana del siglo XX (2002), Ediciones El Puente en La Habana de los años 60 (2011), Katábasis (2014) y Todo parecia: poesia cubana contemporânea de temas gays y lésbicos. 

 

TEXTOS EM ESPAÑOL  -  TEXTOS EM PORTUGUÊS

 

Extraído de

ARDILA GONZÁLEZ,   Hernando.  Homenaje arte como precursor de soberania y fraternidad: antologia del XII Encuentro Universal de Escritores Vuelven los Comuneros 2018. Editor Gustavo Ibañez Carreño. Bogotá: Uniediciones, 2018. 264 p. 16 x 23 cm.  (Colección comuneros del mundo,  ISBN 978-5527-02 -07.  

 

 

 

BREVE HISTORIA DE LA HUMANIDAD (GUIÓN DE CINE)

 

Es un salón enorme,

como en una película famosa de Orson Welles,

de lujo monárquico el salón o tal vez desolado

y con pretensión metafísica,

como en varios planos secuencia de Tarkovski,

y uno está allí sentado —yo mismo o tú—, no sabría

decir si en espera o cansado de algo

que resulta ya irrelevante,

y al fondo del encuadre una escalera blanca

de mármol o cualquier otro material que se le parezca,

y hay además silencio o, casi imperceptible,

un rumor de lluvia cayendo desde una cornisa,

como en tantos filmes de samuráis,

y de nuevo tú —o yo mismo— observando

cómo

de repente la Vida
—avejentada, en traje de luto—
aparece en lo alto de la escalera,
y con justificado desdén hacia todo
lo que se refleja pertinaz en sus ojos,
impúdica como un árbol,
descende
por la escalera,
como en un drama sureño de Tennessee Williams.

 

(Y todavía quisiéramos ir a Marte.)

 

 

 

TRENES

 

Y pasan antes de que pasen.

             GABRIELA MISTRAL

 

Trenes, que pasan.

A horarios definidos que alguien cuida, revisa,
registra en algún libro sin futuro, porque, ¿quién
querrá después saber de sus tardanzas, sus adictos
incumplimientos, sus salidas y llegadas diarias,
sus sindicalizados maquinistas?

 

Para los que no vamos en tren al trabajo
o a una cita del médico,

nuestro asombro es que pase sin avisar cuando quiera,

o que se anuncie en .el momento exacto en que sucede

su ferruginosa visión de bisonte sañudo

empañando de ruidos

el fílmico paisaje de ventanillas borrosas

en las que sospechamos que habitan tantos ojos

desplazados, huidizos, inconformes,

sin órbita que llamar de suya,

y que hacen del tren sus piernas, sus humores, el refugio
provisional de sus pasos.
¿Adonde van esos trenes
cargados de tanta misericordia negada
por el mundo? ¿Acaso un guardagujas
les ha propuesto parar en qué minuto, en qué sitio
donde la vida podría ser diferente?
(A veces, para saberlo,
hasta quisiera irme con ellos.)

 

Pero más sabios, los trenes
viven

de irrumpir imprevistos, no detenerse

y obnubilarnos la vista y el oído de tal modo

que olvidamos los años en que fuimos

también sus pasajeros.

Saben y nos dejan vivir del mito

de sus humos y sus belfos,

aunque sin darnos tiempo ya para abordarlos

de nuevo.

Sabios trenes, que pasan,
no esperan

y entregan sólo el tardo consuelo de su cómplice
maravilla.

 

 

 

PALOMAS

 

Vienen si hay pan;
pero si no lo hay, también vienen
más agresivas aún por conseguir
lo que les falta,
y sus graznidos
nos insultan culpándonos
por lo que de cierto modo nos sobra.

 

Ellas son muchas; nosotros, unos pocos.

Y amenazantes nos acorralan

entre ruidosas paredes de vuelos rasos
y el azoro de plumas coléricas
que acaban, como ripios, exhaustas
a nuestros pies.

 

En vano entonces,

metemos la mano en el bolsillo

esperando encontrar unas migas dispersas,

un rezagado par de monedas o una lluvia

imprevista que las espante y nos deje el camino

desobstruido y limpio, como prefieren algunos.

 

Y sin entenderlas del todo,

al día siguiente y en otros por venir,
inevitables volvemos a pasearnos
por la misma plaza y a igual hora,
siempre sin pan ni culpa en nuestras
mejores intenciones.

 

 

 

AHOGADOS

 

         Ella no conocerá a los hermosos ahogados
sosteniendo la plataforma marina de la isla.
TERESA DE MELO

 

Como cubano de hoy, me resulta difícil

hablar con candidez de los ahogados.

Imposible olvidar que esos hermosos

ahogados nuestros que emergen

para avisarnos del reino submarino

en que irredentos dormitan,

fueron alguna vez en un barrio habanero

—o de San Antonio a Maisí—

el hijo de una maestra, la nieta

de un periodista, el sobrino

de un iluso que quería reparar

lo irreparable, las primas

de un albañil que hace ya décadas

dejó de construir lo que al fin sabe

que jamás será de él

y mucho menos del pueblo en libertad,

aunque le sigan diciendo lo contrario.

 

En nada hermosos

—obvias razones me impiden melificar—,

esos ahogados que ascienden

con retazos de ramas inaudibles

y tapices de algas curtidas por las sales

que rodean la Isla, esos

rostros centrífugos de la desesperación
con que arribaron al fondo de las aguas,
no constituyen un fruto natural del país
ni de los cantos de sirenas del Norte,
sino una vergonzosa secuela del arcaico
y todavía trauma nacional

 

Y contrariados,

nos quieren advertir que no sostienen

ningún andamiaje insular,

sino que sus náufragos dientes, uñas y huesos

—cautivos de la escasa conciencia ciudadana

y la impunidad del Estado—,

son la propia plataforma marina,

la mancha en el también difícil sol

de nuestro mundo moral

 

Quizás los que una vez
sobrevivimos al mar
regresemos un día, pero ellos
"nunca más, nunca más..!'

 

 

(2016. Cita de Edgar Alian Poe)

 

 

 

 

CASAS

 

1.

 

Ya no hay casa posible.
Si alguna vez hubo una
referencial y primera,

terminó siendo ruina y no aguarda regresos,
ni huéspedes de paso todavía confusos
que lleguen tardos a escudriñarle el polvo
y no dejarla concluir en niebla
regañona, espesa, inhabitable.

 

Esa que se creyó

centro de mesa, horcón, un hormigueo

de voces y pisadas contra el tiempo y la Historia,

se cansó de esperar y ahora no es nadie, nada, ni

sombra &e lo que fue

o entonces pudo haber sido.

 

Expulsados, molestos, inconformes,

uno a uno la fuimos abandonando

sin rubor ni techo adonde ir, en una errancia

mayor que aún no acaba

aunque se nos esté agotando la cuota

debida.

 

2.

 

Hoy,

ajena al ruido, assegurada
en cada rama y columna, llena de luz,
a salvaguarda de todo zigzagueo,
en otra lengua,

esta sweet home en la que vivo
podría sustituir —según muchos—
a la que el tiempo y la Historia
finalmente vencieron, podría
incluso

asemejarse a la del sueño,

pues con nobleza me acoge, abre

sus cortinas al sol y a mis costumbres,

invita a los amigos y me dice confiada: Esta

es

      tu casa.
Sí, el fruto
—le respondo yo—
de lo que no fue.

 

Y aunque entienda

que aquel hogar que soñábamos

no es más que el sitio real en donde vivo,

bien sé que, en realidad

—roto y disperso el centro de mesa—,

no ya alguien,

ni siquiera esta casa

hoy

me espera

 

3.

 

Así en el sueño la vi
por vez primera hace años convidarme
a sus recintos más breves,
protegerme del frío y las costumbres
ajenas, dejarme ser a voluntad

entre sus cuatro paredes, escudo
serme gentil a toda lluvia o nevada.

 

Segura de sí misma, noche a noche,
esa casa

extraña aunque habitable

regresa y me regala inédito un motivo

o me roba una hebra, un alfiler

agazapado en la memoria.

En cada sueño la veo

solícita pasearse

por sus propios confines,

victoriosa aferrarse

a un rincón, una almohada, un calor

que se sabe ya necesario.

 

Y a su sombra serena y fiel me veo

poco a poco habitándola,

cerca y lejos del mundo, ella y yo solos, uno,

como viajeros cómplices de otra tarda decisión:

esa morada en el sueño

es la casa real en donde vivo.

 

 

 

BARQUET, Jesús J.  Aguja de diversos. Las Cruces, Nuevo México, U.S.A.: Ediciones La Mirada, 2018.  195 p.    Ex. bibl. Antonio Mirandaa.

 

 

INSTANTÁNEA

 

         (sobre Asfalturas, no. 15, de Carmen Amato)

 

 

Qué forma de no verlos:
dos creyones de peces
asaz multicolores
que se dejan mirar.
¿Azules como el cielo
de los lejanos mundos
en los ojos de alguien?
¿O son acaso verdes
como el cielo contiguo
en los ojos del mar?
No hay forma de saberlo.

 

 

 

PALABRAS

 

                   para Tereza

 

 

No, no mueren las palabras.
A veces, sí, se nos pierden,
se transparentan o esfuman
de la vista,

se esconden o deciden
refugiarse en sus pares;
y creemos que han muerto,
que si buscamos aquí o allá
hallaremos únicamente sus ruinas
dispersas, huecos
sonidos sordos,
ciegos susurros,
nada.

 

Y cambiamos el tema: encendemos

la radio, ideamos un viaje o una visita

a un amigo de infancia

para quejarnos del clima,

del presidente de turno,

de un malestar pasajero.

Pero no nos referimos nunca

a las palabras —incluso

las que usamos con él

se nos antojan cobardes

desertoras, calladas cómplices

de una traición, endebles

columnas aún en pie

de una hecatombe

que no experimentamos

ni tampoco pudimos

prevenir.

Y entonces,

cualquier noche después,

como un amor que vuelve
o un bello cuerpo en entrega,
regresan
las palabras,
inéditas, sonrientes,
como si nunca se nos hubiesen
malogrado.

 

No, no mueren las palabras.

Sólo nos dejan saber, a veces, cuánto

las necesitamos.

 

 

 

         HANGARES 

No he visto nunca esos hangares
donde imagino atracan los navios
que de la mar regresan a morir.

 

No sé si llegan allí arrastrados
por la marea o las olas, o escogieron
ellos mismos el viaje concluir.

 

  

TEXTOS EM PORTUGUÊS
Traducción: ANTONIO MIRANDA

 

 

       

BREVE HISTÓRIA DA HUMANIDADE (ROTEIRO DE FILME)

 

É um salão enorme

como num filme famoso de Orson Wells,

salão de luxo monárquico ou talvez desolado

e com pretensão metafísica,

como em vários planos-sequências de Tarkovski,

e a gente está ali sentado — eu mesmo ou você —,

não saberia dizer se esperando ou cansado de algo

que resulta já irrelevante,

e ao final do enquadramento uma escada branca

de mármore ou qualquer outro material parecido,

e além disso o silêncio ou, quase imperceptível,

um rumor de chuva caindo desde um parapeito

como em muitos filmes de samurais,

e outra vez você — ou eu mesmo — observando

como

      de repente a Vida

— envelhecida, em traje de luto —

aparece no alto da escadaria,

e com justificado desdém por tudo

o que se reflete pertinaz em seus olhos,

impudica como uma árvore,

desce

       pela

            escada,

como num drama sulista de Tenessee Wiliiams.

        

(E ainda adoraríamos ir para Marte.)

 

TRENS 

Trens, que passam.

GABRIELA MISTRAL

 

Em horários definidos que alguém cuida, revisa,

registra em algum livro sem futuro, porque, quem

desejará depois saber de seus atrasos, seus viciados

descumprimentos, suas saídas E chegadas diárias,

seus sindicalizados maquinistas?

 

Para os que não vamos de trem para o trabalho

ou a uma hora marcada com o médico,

nosso assombro é que passe sem avisar quando queira,

ou que se anuncie no momento exato em que acontece

sua ferruginosa visão de bisonte sanhudo

embaçando de ruídos

a cinematográfica paisagem de janelas nubladas

em que suspeitamos que habitam tantos olhos

deslocados, fujidos, inconformes,

sem órbita para chamar de sua,

e que fazem do trem suas pernas, seus humores, o refúgio

provisório de seus passos.

Aonde vão esses trens

carregados de tanta misericórdia negada

pelo mundo? Por acaso um guardavias

propôs-lhes parar em que minuto, em que lugar

onde a vida poderia ser diferente?

         (Às vezes, para sabê-lo,

até mesmo gostaria de ir-me com eles.)

 

     Porém mais sábios, os trens

vivem

de provocar imprevistos, de não deterem-se

e embaraçar-nos a vista E o ouvido de tal forma

que esquecemos ao anos em que fomos

também seus passageiros.

Sabem e nos deixam viver o mito

de seus vapores e seus béçios,

embora sem dar-nos tempo para abordá-los

outra vez.

Trens sábios, que passam,

não esperam

e entregam apenas o tardio consolo de sua cúmplice
maravilha

 

POMBOS

 

Veem se houver pão,

mas se não, também veem

mais agressivos ainda para conseguir

o que necessitam,

              e seus grunhidos

nos insultam culpando-nos

pelo que de certo modo nos sobra.

 

Eles são muitos; nós, uns poucos.

E ameaçadores nos encurralam

entre ruidosas paredes de voos rasos

e o constrangimento de plumas coléricas

que acabam, como escombros, exaustas

aos nossos pés.

 

Em vão, então,

enfiamos a mão no bolso

esperando encontrar migalhas dispersas,

um errante par de moedas ou uma chuva

imprevista que as espante e nos deixe o caminho

desimpedido e limpo, como alguns preferem.       

 

E sem entende-los totalmente

no dia seguinte e nos outros mais,

inevitáveis voltamos a passear

pela mesma praça e à mesma hora,

sempre sem pão nem culpa em nossas

melhores intenções.

 

 

  AFOGADOS  

 

Ela não conhecerá os formosos afogados 
sustentando a plataforma marinha da ilha.
TERESA MELO


Como cubano de hoje, resulta difícil
falar candidamente dos afogados.
Impossível esquecer que esses formosos
afogados nossos que emergem
para avisar-nos do reino submarinho
em que irredutíveis dormitam,
alguma vez foram num bairro de Havana
— ou de San Antonio a Maisí —
o filho de uma professora, a neta
de um jornalista, o sobrinho
de um iludido que queria corrigir
o incorrigível, as primas
de um pedreiro que há décadas
deixou de construir o que afinal sabe
que jamais será seu
e muito menos do povo em liberdade,
embora sigam dizendo-lhe o contrário.

 
Em nada formosos 
— óbvias razões me impedem adoçar —,
esses afogados que ascendem
com retalhos de ramos inaudíveis
e tapetes de algas curtidas pelos sais
que rodeiam a ilha, esses 
rostos centrífugos do desespero
com que chegaram no fundo das águas,
não constituem um fruto natural do país
nem dos cantos de sereias do Norte,
senão uma vergonhosa sequela do arcaico
e contínuo trauma nacional.
 

      E contrariados,
querem nos advertir que não sustentam
nenhum andaime insular,
mas seus náufragos dentes, unhas e ossos
— cativos da escassa consciência cidadã
e a impunidade do Estado —
são a própria plataforma marinha,
a mancha no também difícil sol
de nosso mundo moral.
 

      Talvez os que alguma vez
sobrevivemos ao mar
regressemos um dia, mas eles
“nunca mais, nunca mais...”* 

                                               2016 

*Citação de Edgar Allan Poe.

 

 

 

CASAS

 

         1.

Já não existe uma casa possível.
Se alguma vez existiu uma
referencial e primeira,
terminou em ruína e não aguarda regressos,
nem hóspedes de passagem ainda confusos
que cheguem tardios a esquadrinhar o pó
e não deixa-la terminar em névoa
rabugenta, espessa, inabitável.

 

Essa que acreditava ser
centro de mesa, viga, um formigueiro
de vozes e pisadas contra o tempo e a Historia,
cansou de esperar e agora não é ninguém, nada, nem
sombra do que foi
ou então poderia ter sido.

 

Expulsos, incomodados, inconformes,
um a um fomos abandonando-a
sem rubor nem teto aonde ir, numa errância
maior que ainda não termina
embora esteja esgotando a quota
devida.

 

         2. 

Hoje,
alheia ao ruído, assegurada
em cada ramo e coluna, cheia de luz,
salvo-guardada de todo ziguezaguear,
em outra língua,
esta sweet home em que vivo
poderia substituir — conforme muitos —
aquela que o tempo e a História
finalmente venceram, poderia 
inclusive
      

assemelhar-se à do sonho,
pois com nobreza me acolhe, abre
suas cortinas ao sol e meus costumes,
convida os amigos e me diz com confiança: Esta 
é 
tua casa.
Sim, o fruto
— eu respondo —
do que não foi.

 

      E embora entenda
que aquele lar que sonhávamos
não é mais que o lugar real em que vivo,
bem sei que, em verdade
— roto e disperso o centro de mesa —,
ninguém mais,
nem mesmo esta casa
hoje
me espera.

 

         3. 

Assim no sonho eu a vi
pela primeira vez, faz tempo, convidar-me
a seus recintos mais breves,
proteger-me do frio e os costumes
alheios, deixar-me ser à vontade
entre suas quatro paredes, escudo
ser-me gentil a toda chuva ou nevada.

 

Segura de si mesma, noite após noite,
essa casa
estranha embora habitável
regressa e me presenteia um inédito motivo
ou me rouba um fio, um alfinete
entocado na memória.
Em cada sonho eu a vejo
solícita passeando
por seus próprios confins,
vitoriosa aferrar-se
em um canto, uma almofada, um calor
que sabemos já necessário.

 

E em sua sombra serena e fiel me vejo
pouco a pouco habitando-a,
perto e longe do mundo, ela e eu a sós, uno,
como viajantes cúmplices de outra

tardia decisão
essa moradia no sonho:
é a casa real em que eu vivo. 

 

 

 

INSTANTÂNEA

 

         (sobre Asfalturas, no. 15, de Carmen Amato)

 

 

Que maneira de não vê-los:
dois creyons de peixes
assaz multicores
que se deixam mirar.
Ambos como o céu
dos mundos distantes
nos olhos de alguém?
Ou são por acaso verdes
como o céu contiguo
nos olhos do mar?
Não existe como sabê-lo.




 PALAVRAS

 

         Para Tereza

 

Não, as palavras não morrem.
Às vezes sim, as perdemos,
se transparentam o esfumam
da vista,
escondem-se ou decidem
refugiar-se em seus pares;
e acreditamos que morreram,
encontraremos apenas suas ruinas
dispersas, buracos
sons surdos,
cegos sussurros,
nada.


E cambiamos o tema: ligamos
o rádio, idealizamos uma viagem ou uma visita
a um amigo de infância
para queixar-nos do clima,
do presidente de turno,
de um mal estar passageiro.
Mas não nos referimos nunca
às palavras — inclusive
as que usamos com ele
parecem covardes
desertoras, calada cúmplices
de uma traição, débeis
colunas ainda de pé
numa hecatombe
que não experimentamos
nem tampouco pudemos
prevenir.

 

E então,
qualquer noite depois,
como um amor que regressa
ou um belo corpo entregando-se,
regressam

as palavras,

inéditas, sorridentes,
como se nunca houvessem
malogrado.

 

Não, as palavras não morrem.
Apenas nos deixam saber, às vezes, quanto
as necessitamos.

 

 

 

HANGARES

 

Nunca vi esses hangares
onde imagino que atracam os navios
que do mar regressam para morrer.

 

Não sei se chegam até ali arrastados
pela maré ou pelas ondas, ou escolheram
eles mesmos a viagem concluírem.

 

Jesus J. Barquet e Antonio Miranda em Bucaramanga
Foto por Nildo




 

Página publicada setembro de 2018





 





 

 


 

 

 

 
 
 
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