EN EL FONDO DEL LAGO
Soñé que era muy niño, que estaba en la cocina
escuchando los cuentos de la vieja Paulina.
Nada había cambiado: el candil en el muro,
el brasero en el suelo y en un rincón oscuro
el gato, dormitando. La noche estaba fría
y el tiempo tan revuelto, que la casa crujía...
Se escuchaba a lo lejos ese rumor de pena
que sollozan las olas al morir en la arena,
y a intervalos más largos esos vagos aullidos
con que piden auxilio los vapores perdidos.
Nosotros, los chiquillos, oíamos el cuento
sentados junto al fuego, y como entrara el viento
por unos vidrios rotos, su frente medio cana,
la vieja se cubría con su charlón de lana.
Era un cuento muy bello:
Tres príncipes hermanos
que se fueron por mares y países lejanos
tras la bella princesa que la mano de una hada
en un lago sin fondo mantenía encantada.
El mayor, que fue al norte, no regresó en su vida;
el otro, que era un loco, pereció en la partida;
y el menor, que era un ángel por lo adorable y bello,
llegó al fondo del lago sin perder un cabello...
Allá abajo, en el fondo, vio paisajes divinos,
castillos encantados de muros cristalinos
y en un palacio inmenso, de infinita belleza,
encerrada y llorando, vio a la pobre princesa.
Se encontraron sus ojos, se adoraron al punto
y lo demás fue cosa de poquísimo asunto,
pues al verlos tan bellos como el sol y la aurora,
el hada, que era buena, los casó sin demora.
—Así acabó la historia de aquella noche... El gato
se despertó gruñendo, desperezóse un rato
y se durmió de nuevo. Zumbó las ventolina
en el cañón, ya frío, de la vieja cocina...
Se levantó un chicuelo y sin hacer ruido
enhollinó la cara de otro chico dormido...
Yo, me quedé soñando con el príncipe amado
por la bella princesa, con el lago encantado
y también con los tristes y apartados desiertos
donde duermen los huesos de los príncipes muertos.
Sonhei que era bem menino, que estava na cozinha
escutando as histórias da velha Paulinha.
Nada havia mudado: a candeia no muro,
o braseiro no chão, e num rincão obscuro
o gato, cochilando. A noite estava fria
e o tempo tão revolto que a casa rangia...
Se ouvia, à distância, esse rumor de pena
que realizavam as ondas ao morrer na arena,
e a intervalos mais longos esses vagos mugidos
com que pedem ajuda os vapores perdidos...
Nós, tão pequeninos, ouvíamos a contento
sentados junto ao fogo, e como entrara o vento
por uns vidros rotos, sua fronte pouco sã,
a velha se cobria com seu chalé de lã.
Era um conto muito belo: Três príncipes irmanados
que se foram por mares e países afastados
em busca da princesa que mão de uma fada
em um lago sem fundo mantinha encantada.
O mais velho, que foi pro norte, não regressou em sua vida:
o outro, que era um louco, pereceu ainda na partida:
e o mais jovem, que era um anjo adorável e belo,
chegou ao fundo do lago sem perder um cabelo...
Lá embaixo, no fundo, viu cenários divinos,
castelos encantados de muros cristalinos,
e num palácio enorme, de infinita beleza,
escondida e chorando, viu a pobre princesa.
Seus olhos se cruzaram, se adoraram em conjunto
e o demais foi coisa de bem escasso assunto,
pois ao vê-los tão belos como o sol e a aurora,
a fada, que bondosa, casou-os sem demora...
Assim terminou a história àquela noite... O gato
despertou rosnando, espreguiçando-se de fato
e voltou a dormir. Zumbiu a ventoinha
em um rincão, já frio, da velha cozinha...
Levantou-se uma criança e se fazer ruído
tisnou-se a cara de outro menino dormido...
Eu, fiquei sonhando como o príncipe amado
pela bela princesa, com os tristes e distantes desertos
onde dormem os ossos dos príncipes mortos...